El pasado 13 de junio murió en La Habana el narrador Miguel Mejides. El 20 de junio murió, en La Habana también, el poeta y narrador Rafael Alcides. A propósito de ambos fallecimientos, el 21 de junio circuló por correo electrónico una carta de condolencias a nombre de una organización llamada PEN cubano, que cito a continuación íntegramente:
"A pocos días de diferencia, han fallecido en La Habana Rafael Alcides (Bayamo 1933), poeta de primer orden y Miguel Mejides (Camagüey 1950), importante narrador de cuentos y novelas, dos escritores cubanos, cuyo ingenio, imaginación y capacidad de reflexión sobre la vida nacional, los han hecho ocupar un lugar de primera magnitud en las Letras Cubanas.El PEN cubano se suma al pesar de familiares, amigos y lectores."
Firman la carta Antón Arrufat, presidente, y Reinaldo Montero, secretario general.
En el sitio web oficial de PEN Internacional no aparece mención alguna de esa rama habanera que ambos dicen dirigir, y en relación con Cuba lo único encontrable es el Centro de Escritores Cubanos en el Exilio, con sede en Coral Gables (Miami), bajo la presidencia de José Antonio Albertini y secretaría de Luis de la Paz.
Es de suponer que Arrufat y Montero no se hayan sacado de la nada esos cargos suyos. Es de suponer que, tal como trascendiera en octubre del año pasado, esté en vías de fundación o consolidación un PEN Cuba. Pero, ¿podría existir, cuando ya existe un PEN de cubanos exiliados?
A juzgar por los casos de México y China, sí. México cuenta con un centro en Guadalajara, otro en la capital del país y un tercero en San Miguel Allende. Y de China existen un centro en Beijing y dos fuera de sus fronteras, en Brooklyn uno de ellos. Podrían, pues, coexistir el PEN de Coral Gables y el de La Habana.
Arthur Miller dijo que no a los escritores soviéticos
PEN Internacional fue fundado en Londres, en 1921, por la escritora y periodista británica Catherine Amy Dawson Scott. El nombre de la organización es el acrónimo de quienes fueron sus primeros integrantes: poetas, ensayistas y novelistas. Con representación en más de 100 países, la organización ha sido presidida por autores como H. G. Wells, Thorton Wilder, E. M. Forster, Benedetto Croce, Arthur Miller y Mario Vargas Llosa, entre otros.
En su Acta Constitutiva, aprobada en 1948, se lee: "PEN aboga por el principio de la libre transmisión de pensamiento dentro de cada país y entre todos los países; y sus miembros se comprometen a oponerse a cualquier forma de supresión de la libertad de expresión en el país y en la comunidad donde viven. PEN proclama su apoyo a favor de una prensa libre y se opone a la censura arbitraria en tiempos de paz".
Se considera allí lo imperativo de "la crítica libre de los gobiernos, administraciones e instituciones". La página oficial recuerda que, gracias a las gestiones que emprendiera PEN Internacional, logró salvarse de la pena de muerte el escritor nigeriano Wole Soyinka. PEN Internacional apoyó a Salman Rushdie y sus editores cuando fue dictada la fatwa contra ellos, y actualmente lidera los esfuerzos para que rindan cuentas ante la justicia los asesinos de la periodista rusa Ana Politovskaya, abatida a tiros en Moscú.
A esos ejemplos agrego uno relacionado con Cuba: fue a nombre de PEN México que un grupo de escritores —Rulfo, Paz, Fuentes, Elizondo, Pacheco, García Ponce, Pellicer, Revueltas y otros— dirigió en 1971 una carta pública a Fidel Castro que concluía: "Nuestro criterio común afirma el derecho a la crítica intelectual lo mismo en Cuba que en cualquier otro país. La libertad de Heberto Padilla nos parece esencial para no terminar, mediante un acto represivo y antidemocrático, con el gran desarrollo del arte y la literatura cubanas".
Pocos años antes, en 1967, la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) había dirigido a Pablo Neruda una carta pública de condena por su asistencia a un congreso de PEN Internacional celebrado en Nueva York. Junto a firmantes habituales como Roberto Fernández Retamar (quien parece haberla convocado), se sumaron José Lezama Lima y Virgilio Piñera. Enrique Labrador Ruiz, gran amigo de Neruda, se negó a poner su firma, y puede hallarse el nombre de Antón Arrufat entre los firmantes.
Ese mismo año de la carta contra Neruda, viajó a la Unión Soviética el dramaturgo Arthur Miller, presidente de PEN Internacional y exesposo de Marilyn Monroe. (No es baladí este último detalle: cuando Miller intercedió por la vida de Soyinka ante el dictador nigeriano de turno, fue atendido únicamente por su antigua relación con Marilyn.)
El viaje de un escritor estadounidense a la Unión Soviética era por entonces un raro suceso. De la estancia soviética de Miller salió un libro, magnífico no tanto por su texto como por las imágenes tomadas por su esposa, la fotógrafa Inge Morath. Teatros, museos, oficinas ministeriales, estudios de pintores, dachas y, gran sorpresa, el primer escritor que aparece en sus páginas es un joven Iosíp Brodski, perseguido ya políticamente.
En la Unión de Escritores esperaban a Miller y Morath unos cuantos elegidos que anunciaron, todos a una, el deseo de fundar en Moscú un centro PEN. Algo los detenía, sin embargo, y ese algo era el Acta Constitutiva de PEN Internacional. Si pudiera hacerse una excepción, le pidieron. Unos cambios, ciertos retoques...
Miller se vio entonces obligado a puntualizar que los principios constitutivos de PEN no podrían cambiarse para acoger a los escritores soviéticos. Y no fue hasta dos décadas después, en 1988, que alcanzó a fundarse el PEN Rusia.
Por la defensa de los escritores, en La Habana
No sé qué Miller más dispuesto a ceder contactó en La Habana a Arrufat y Montero. Pero si funciona un centro PEN dentro de China, ¿por qué no podría funcionar en Cuba? Todo dependerá de cuán seriamente se tomen la tarea sus responsables.
Antón Arrufat, víctima de la censura en los años 70, goza desde hace varias décadas del favor oficial. Su carrera oficialista le ha propiciado los mayores galardones literarios del país, así como un palacete restaurado en la calle Prado (el piso inferior dedicado a un Liceo de La Habana que él preside, y el piso superior residencia suya). ¿Va a arriesgar Arrufat tales prebendas para defender a un escritor que no sea él mismo?
Sin esas veleidades oficialistas, Reinaldo Montero se ha cuidado siempre de hacer gestos o declaraciones comprometedoras, y ha defendido su derecho a escribir sin más sus libros. ¿Va a apartarse ahora de su mesa de trabajo para atender a los problemas que se presenten entre colegas y autoridades?
Arrufat y Montero, quienes gozan de mayor autonomía que aquellos escritores soviéticos con los que se entrevistara Miller, no debieron objetar los principios del Acta Constitutiva de PEN Internacional. Pero, ¿se atendrán a esos principios o se desentenderán de ellos?
Para el régimen castrista sería muy útil contar con un PEN Cuba inefectivo o dócil. Admitiéndolo lo menos no gubernamental posible, tendrían otra UNEAC mucho más explotable internacionalmente. Y, puesto que existen el presidente Arrufat y el secretario Montero, queda cerrado el paso a cualquier espontáneo inmanejable empeñado en fundar otra rama habanera de PEN.
Lo anterior son interrogantes y pronósticos. Queda por ver qué harán Arrufat y Montero, aunque algo de ello puede vislumbrarse ya al examinar la nota de condolencias cursada por ambos.
Enviada a una lista de direcciones desde el correo privado de Arrufat, la nota no contiene petición de ser publicada y, hasta donde sé, no se intentó publicar en ningún medio. Demos por descontado que no habría hallado beneplácito en la prensa oficial, ¿pero al menos hicieron la prueba Arrufat y Montero? Y, ya que dirigen una organización no gubernamental, ¿por qué no probaron a publicarla en la prensa independiente de la Isla o en la prensa del exilio?
Tampoco fue publicitada en un sitio propio en la red: no hay dudas de que se trata de una carta pública bastante poco pública. A juzgar por su texto, es la carta pública bastante poco pública de una organización que, si acaso es no gubernamental, es escasamente no gubernamental.
Arrufat y Montero no reaccionaron de inmediato a la muerte de Miguel Mejides, dejaron pasar más de una semana. Lo que parece haberlos movido a componer su carta de condolencias fue la muerte de Rafael Alcides, el silencio oficial deparado a su muerte. Puesto que los medios oficiales publicaron noticia del fallecimiento de Mejides y silenciaron el de Alcides, la ocasión se prestaba para que PEN Cuba se pronunciara contra la censura política.
No ocurrió así, no hay en la carta de PEN Cuba referencia a lo impar de la suerte póstuma de ambos autores. A quienes alcanzaran a leer esa carta les tocaba intuir que, al juntar a Mejides y Alcides, se estaba hablando contra la discriminación del segundo. Esa condena no era explícita, sino que había que barruntarla dentro de las maneras alegóricas y submarinas tan usuales en Cuba. Los firmantes de la carta contaban con la suspicacia de sus lectores para no poner en riesgo la buena disposición de las autoridades.
Virgilio López Lemus fue más osado cuando escribió de Alcides en una publicación oficialista: "Él tuvo el derecho de renunciar a lo que quisiera, nosotros no tenemos derecho a renunciar a él y a su hermosa obra". Su obituario, aparecido en Cubaliteraria, fue uno de los dos publicados por la prensa del régimen. El otro, aparecido días más tarde en La Jiribilla, reproducía un texto publicado por Roberto Manzano en Facebook. (Tanto Cubaliteraria como La Jiribilla son medios dirigidos al exterior, con pocos lectores dentro de la Isla.)
Puestos a hablar del tema, Arrufat y Montero tenían la obligación de denunciar la censura practicada. Y no es que Rafael Alcides, quien renunció a su membresía de la UNEAC y rechazó el Premio Nacional de Literatura, necesitara de una mención en Granma a la hora de su muerte, sino que los lectores que lo leyeron con fervor (ese fervor con que en los años 80 vi a tantos leer Agradecido como un perro) deberían saber que ha muerto el poeta.
Se trata principalmente de un derecho de los lectores cubanos, de un derecho a la memoria, y es sobre violaciones como esta, y aún peores, que debería incidir un PEN que funcionara dentro de Cuba.
Si Arrufat y Montero no sintieron la obligación de pronunciarse abiertamente sobre el tema, demuestran cuán incapaces son para liderar la defensa de unos derechos gremiales que, al incluir también a los lectores, rebasan lo gremial. Pero si, sabedores de su deber, decidieron adoptar un perfil bajo, pronunciarse sibilinamente y ejercer, ahora como presidente y secretario general de una ONG, más disimulaciones que las que ya hacían cada uno por su parte, lo menos caústico que podría afirmarse de ambos es que han reunido sus esfuerzos de dramaturgos para una nueva farsa que los favorezca.