En el sistema editorial cubano resulta imposible buscar, para leer o releer, los libros más significativos cada año. Es una búsqueda condenada al fracaso.
Se puede buscar una lista de los libros más ponderados del año en la red de publicaciones, que ya no son pocas, y no se hallan por ningún lado: ni en la plataforma digital ni en la impresa. Esa herramienta de auxilio al lector es poco efectiva o no se hace a cabalidad.
Aunque existe en la Isla una especie de síndrome del listado o hit parade, cada vez que es divulgado, que se corporiza en un blog o en una revista, sobreviene un terremoto, una subida de presión entre la diástole y la sístole cultural.
Esa jerarquización enfermiza y nomenclatura literaria donde pretenden estar los que "son y no son" es una carrera al vacío mientras se obvie lo fundamental: el lector.
Porque digámoslo de una vez: ninguna institución, mucho menos la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) o la Asociación Hermanos Saíz (AHS), ni el premiacionismo, ni el criterio cuantitativo de libros publicados o las revistas o editoriales dentro o fuera de la Isla, canonizan a nadie.
Y en la Isla la categoría usual para "estar" es el premiacionismo o el criterio cuantitativo de libros. Es una estantería puesta al vacío.
Así, aldeanamente, se zanja el asunto que, no lo dudemos, es de vital importancia.
Creo que las editoriales y el sistema del libro tienen un compromiso que es relegado y se llega a vulnerar el derecho del lector. El derecho de tener a mano la mejor literatura del mundo, las mejores publicaciones, el derecho a "ponerse en contexto".
Sé de muchos colegas que se desviven por colmar los planes editoriales de propuestas novedosas y de profundas connotaciones culturales: casi siempre chocan con una muralla, más la apatía, la dejadez y la presión vil de una masa de autores que se autoimpone desde el escándalo o el oportunismo.
Existe mucho esfuerzo noble, y riesgo laboral, en demoler ese valladar, en esa lucha ardua contra el sistema de publicaciones. A veces existe una luz, un hoyito para verdaderas joyas; y Cuba aún es un nicho de encanto para muchos autores internacionales que hasta renuncian a sus derechos monetarios para verse publicados allí.
Por lo común el lector cubano naufraga en un mar de publicaciones sin promoción, sin criterio, y todos los que hemos trabajado en el sistema editorial cubano llevamos nuestra culpa de esa situación.
Entre los premios instituidos en el en el sistema editorial de la Isla sobresale el Premio de la Crítica. Recurro a la memoria de conversaciones con colegas de toda la Isla sobre el tema y el único punto donde todos hemos estado de acuerdo es en descreer que el Premio de la Crítica haya logrado ganar mucho en los propósitos de validación, visibilidad y promoción efectiva.
Entre otros aspectos de ese concurso se debe tener coherencia a la hora de promocionar al libro y a su creador concluida la ceremonia de entrega. ¿Y qué se hace? Prácticamente nada, a no ser la reedición con apenas 5.000 ejemplares en los casos más afortunados.
Además, ¿cómo se imbrica lo más leído por los lectores cubanos con lo que pueden elegir diez escritores o críticos literarios? No hablo solo de cuestiones cuantitativas ni cualitativas de lo literario, sino que son miradas, y lamentablemente, en el caso de la literatura publicada en Cuba realizadas desde derroteros distintos. ¿Cómo confluirlos? Habrá que crear un mecanismo.
Para el Premio Nacional de Literatura se excluyen los autores cubanos fuera de Cuba y tamaño dislate no parece importarle a muchos del gremio. Recuerdo hace varios años en una Feria del Libro de Santa Clara la conversación donde le dije a Iroel Sánchez, expresidente del Instituto Cubano del Libro que, entre otros, Abilio Estévez era, con mucho, merecedor del Premio Nacional de Literatura: su cara de desconcierto y sorpresa fue tal que retengo esa imagen con claridad como si fuera hoy mismo, es el desconcierto propio del decisor que se cree más allá del bien y del mal.
Sé que los sucesores en su cargo han intentado quitar esa cláusula, mas no han podido, ya está en un nivel superior la decisión y quizá no existe el interés.
¿Qué pasa con esos libros y autores premiados en el Premio de la Crítica? Se reimprimen con un sello en la cubierta, ¿y qué más? ¿A cuál programa televisivo de los llamados estelares se llevan?
¿Cuántas entrevistas, on-line o tradicionales pueden hacerse con estos autores, tal como es habitual hasta con actores de reparto de telenovela? ¿Qué fragmentos de estos libros son publicados en los periódicos nacionales?
Y no hablo de suplementos mensuales de limitada circulación como puede ser El Tintero, cuando vemos impresos en diarios nacionales o en semanarios de provincia páginas enteras de letras de canciones y mucha intrascendencia habitual de la llamada farándula artística musical.
Creo necesario que se articule un sistema coherente que distinga lo mejor, lo más leído o buscado en las bibliotecas cubanas, lo más visitado en los sitos web de literatura, que ya no son pocos, y surja un mecanismo que haga confluir intereses, miradas de lectores, autores y críticos.
Existe un Premio del Lector. Sí, ¿pero qué claridad hay en esa elección? Si en el Premio de la Crítica son diez especialistas convocados y sus elecciones pueden atribuirse, personificarse, en el Premio del Lector queda la designación en el plano de contabilidad de un sistema no fiable como el estadístico bibliotecario.
La literatura cubana necesita tener un lector, confluir con estos; crear un proceso de retroalimentación y solo así dejaremos de ver, estoy seguro, anaqueles y anaqueles de libros en busca de lectores.