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Cine

¡Otros vampiros en La Habana!

Unos cazavampiros cuentapropistas, vampiros aficionados a los muñequitos rusos, la visita de los Rolling Stones a La Habana desencadenante de una marea de sangre: todo esto y más en la nueva película kitsch de Edgardo Pérez.

La Habana

Viral, es pura locura.

Quien esto lea y tenga acceso al Paquete Semanal podrá concordar que no son los actores de la patética telenovela de turno de Cubavisión los rostros más venerados de la farándula nacional, sino un elenco bien nutridito de jóvenes amateurs encabezados por Edgardo Pérez, en estos momentos, el más célebre de los realizadores de la Isla.

Su filme Sangre cubana (2018), un largometraje de ficción en el género de terror, no se exhibirá en las salas de la capital, sino en la casa de millones de cubanos que puedan tener acceso al Paquete y apreciar la peor película que ojos humanos vieron, pero la más interesante de cuantas se han pretendido realizar dentro del cine indie cubano, del más bajo presupuesto, tan solo con dispositivos móviles y una computadora.

La alianza entre Makinaria Production, la Tuén-Centuri-Fó y TVO Producciones, algo así como una suerte de productoras de cine independiente, han dado vigor a esta película que trae de nuevo a colación el tema de los vampiros en La Habana, al estilo del filme animado de Juan Padrón y de Juan de los Muertos de Alejandro Brugués, pero de una manera tan estrafalaria, pedestre y original que ha despertado el interés de estudiosos, críticos y seguidores de las nuevas modalidades en las que se bifurca el cine nacional hoy día.

Estos vampiros de nuevo tipo ya tuvieron sus historias de amor en la etapa colonial, combatieron en las tropas de Maceo y Gómez y han reencarnado en el siglo XXI en pleno barrio de Marianao. También son resistentes al sol porque toman Polivit y algunos pretenden renegar de su condición de chupasangres y asesinos, y para ello descubren que la fórmula mágica para conseguirlo se encuentra simplemente probando un sorbito del delicioso prú oriental, una bebida cubana muy famosa elaborada a base de raíces.

Sangre cubana no es solo un híbrido del melodrama y el cine de terror, sino también una salpimentada comedia bien criolla, que no hace mucho énfasis en la crítica social y costumbrista, típica del cine oficialista, sino de una manera muy sutil y refinada. Hay aquí cazavampiros que ofrecen sus servicios cuentapropistas a domicilios, mientras venden ajos, no solo contra las peligrosas mordeduras, sino también para resolver sus problemas económicos.

Hay en Sangre cubana vampiros aficionados a muñequitos rusos, brujas arácnidas que se cuelgan de una sábana en los árboles en plena calzada habanera, y secuaces de Drácula aficionados al discursillo con tino de demagogia, así como especialistas en violar doncellas de la CUJAE.

El filme no escatima un segundo en patentizar el absurdo y su delirium tremens con una madeja sin fin de personajes que tienen en su patetismo y en la superficialidad de sus diálogos y actuaciones su mayor incentivo, desplegando un camino de situaciones inimaginables. Hasta se regodea en una espectacular batalla campal entre buenos y malos donde los efectos especiales, muy rústicos y descabellados, están hechos con esa intención.

¿Los culpables de tamaño desatino? Los mismísimos Rolling Stones, que han venido a La Habana a su concierto y cuando toquen su popular "Satisfaction" desatarán la "noche roja" que convertirá el espectáculo en un mar de sangre y habrá más convertidos a la familia de los chupasangres.

Y en el epicentro de todo esto, una historia de amor fallida y, sin embargo, conmovedora.

Sangre cubana es un filme tan ridículo como magistral, perturbador y narcisista, original y desmedido en su estética kitsch. Su realizador parece decirnos que no le interesa para nada ese cuidadoso trabajo en el proceso de edición, en el doblaje, en la planificación rigurosa de su dirección de arte y actores.

Este desorden refleja un desdén y una arrogancia sin límites contra el cine y la industria oficialista, que destina buena plata y recursos a consagrados incapaces de realizar una buena película. Edgardo Pérez levanta una apología al arte residual, mientras prefiere entretener y amarrar al espectador en casi dos horas de metraje. Respira mucho cine amateur del más bajo fondo, literalmente, pero se advierte, en síntesis, una osadía y voluntad de riesgo que no teme al fracaso ni a la crítica más demoledora.

Este joven ha hecho de su película, como casi todos sus propuestas anteriores, desconocidas para el público nacional, un trabajo personal pero al mismo tiempo capaz de involucrar lo mismo al vecino que al vendedor del barrio, al propietario de una paladar, que a los dueños de las casas donde se han escogido las locaciones, sin esperar nada a cambio. Un trabajo colectivo que su comunidad de Marianao le agradece, según cuentan los mismos vecinos en el making-of, porque no solo aquí, sino también en su serie Malas intenciones (que circula ahora mismo en el Paquete y de la cual se espera en breve una segunda temporada), insiste en tocar esos conflictos neurálgicos de la sociedad cubana contemporánea de un modo que merece nuestra atención.

Edgardo Pérez no solo es el protagonista de este filme, sino su autor, director y editor y encargado de los efectos especiales y, claro, aparecen igualmente sus amiguitos del barrio. Cobra vida, sin mucho alarde, pero con la efervescencia jamás imaginada, la nueva oleada del trash cubano que tendrá, nadie lo duda, en el director de Sangre cubana a un realizador de culto.

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