La otrora atractiva Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) languidece por su inoperancia, desprestigio y falta de recursos; a pesar de que ejerce una penosa labor como colaboracionista del régimen. Tiende a morir, quizás porque hoy en día muchos de sus afiliados solo practican la variante menos vergonzosa del colaboracionismo: el silencio.
La organización que nominalmente agrupa a la mayoría de los escritores y artistas cubanos que no han abandonado el país, bosteza, cabecea como madrugada en funeraria, recital de "poetas" solo elogiados por sus editoras… Aquella frase de que "no la salva ni el médico chino" sentencia el diagnóstico, apaga hasta el lirismo zarzuelero de Miguel Barnet, su actual presidente.
En 2017 las funciones de la UNEAC, tanto en su sede habanera de 17 esquina a H en El Vedado como en las capitales provinciales y algunas ciudades más como Nueva Gerona, Trinidad y Manzanillo; padecen una lógica, inexorable decadencia, dentro —desde luego— del mismo cartucho lleno de obsoletos que caracteriza la Cuba actual. El sálvese quien pueda atiborra hasta los más conservadores afiliados, deseosos de un continuismo embobecido que les permita mantener su estipendio mensual en CUC.
Los cuentos de los miembros que pasan por Miami refuerzan el diagnóstico: postración irreversible. Ni siquiera los optimistas, esperanzados que aún apuestan a una transición pacífica del régimen, le auguran salvación. ¿Para qué tendría que sobrevivir la UNEAC? "Para nada", es la respuesta que me acaba de dar un escritor de visita a su familia. Y con la historia que almacena, peor. Hay que dejársela a anticuarios, comunistas, necrofílicos.
Tal predicción explica por qué entre los escritores más aventajados y listos —para denominar sin que el bisturí taje a profundidad— se hayan movido fichas para crear una filial del PEN Club con sede en La Habana, independiente del que ya existe en Miami, fundado hace décadas por un grupo de exiliados, algunos de ellos ex presos políticos, como Ángel Cuadra, que acaba de recibir las llaves de la ciudad en reconocimiento a su labor.
Me cuentan que Antón Arrufat y Reinaldo Montero firmaron la solicitud en la reciente reunión del PEN celebrada en Ucrania; pero con el acrónimo extendido no solo a poetas, ensayistas y novelistas —ampliado por el propio PEN londinense a escritores de otros géneros—; sino, sobre todo, a escritores cubanos para los que defender la libertad de expresión —alma del PEN— no pasa de ser un lamento dominical, extendido al planeta para forjarse un plácido autoengaño consciente, respirar con alguna negociada tranquilidad, pícaro sosiego.
PEN habanero autorizado por el oficinista Abel Prieto —amigo personal del tan antiguo dramaturgo disidente de Los siete contra Tebas (1968)—, que desde su cargo de ministro de Cultura lo consultó mirando hacia el cielo ideológico, de donde le caen las órdenes como viejos adoquines "revolucionarios".
Artistas de otras expresiones —músicos, cineastas, actores…— también andan buscando la creación de sus propias organizaciones gremiales; de las que tal vez estarían exentos los pintores, quizás menos necesitados de apoyo grupal, defensa ante marchands, curadores y galeristas.
Los más jóvenes, por cierto, ni se preocupan por entrar a la antesala de la UNEAC, la inoperante Asociación Hermanos Saíz que aún sobrevive al amparo de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), como primera fase para adiestrar en la docilidad a través del miedo, medallas y diplomas, pequeños privilegios… Pocos optan por afiliarse a sitios vacíos de incentivos en 2017, muchos de ellos en ruinas. El surgimiento de fundaciones, galerías, editoriales y revistas independientes; la posibilidad de entrar y salir del país sin permiso oficial; los trabajos privados para músicos y pintores en infinidad de variantes remuneradas; y sobre todo el huir de una retórica hueca y alcanforada, evidencia la próxima clausura de una Unión que siempre ha sido forzada, dependiente del Poder, absurda por la diversidad de intereses de cada asociación que la forma.
Quedarán reminiscencias buenas, regulares y sobre todo malas. Pésimos recuerdos de cuando se imponían censuras a novelas como Mariel, cartas apoyando fusilamientos, prólogos estalinistas, presidentes ordenados desde el Palacio de la Revolución… Esperemos que la memoria no falle, evite que otra UNEAC se repita.