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Opinión

Halloween es diversionismo ideológico

El oficialismo ataca la celebración de Halloween en nombre de costumbres, tradiciones culturales y prácticas religiosas silenciadas y perseguidas después de 1959.

La Habana

La última edición de La Jiribilla, revista oficialista de cultura cubana, dedica un dossier de tres artículos a las celebraciones de Halloween en La Habana. A criticar esas celebraciones. Antonio Rodríguez Salvador, Ricardo Riverón Rojas y Jorge Ángel Hernández se conjuran en torno a lo que el poeta Rodolfo Rensoli llama "la persistencia de la idea del diversionismo ideológico".

Una persistencia manifiesta en la actitud fiscalizadora y policiaca que distingue al Ministerio de Cultura en su relación con aquellos espacios alternativos no comprometidos con sus líneas ideológicas. La Jiribilla ataca la celebración de Halloween en nombre de costumbres, tradiciones culturales y prácticas religiosas que después de 1959 fueron silenciadas, invisibilizadas, perseguidas, prohibidas, ninguneadas, censuradas.

Ninguno de los tres artículos publicados logra escapar a la emboscada del provincianismo, un reducto que les imponen sus propios autores, quienes intentan inculcar al lector su paranoia, su temor a la idea de abrirse a la emergencia de nuevos íconos identitarios en una Cuba que, como nación, se enfrenta pacata y tardíamente al escarceo con el turismo.  

Existen criterios que señalan a Halloween como festividad asociada a sectores sociales de más recursos económicos. Pero en coincidencia o no con esta apreciación, resulta demasiado barato comulgar con la preocupación de Antonio Rodríguez Salvador que siente amenazado nuestro "Día de los Fieles Difuntos", y escandalizado pregunta: "qué particular percepción del mundo, o criolla cosmovisión, justificaría sincretizar esa tradición con el Samhain celta".

Sería interesante preguntarse por qué la clase media —o esos sectores sociales de más recursos económicos— no pueden hacer su aporte a las tradiciones. Más interesante aún es averiguar qué particular percepción del mundo tienen en la Cuba revolucionaria los que deciden ante cuáles dioses persignarse, a cuáles tradiciones o costumbres rescatar y rendir culto, y qué cultura defender y definir como identidad nacional.

Rodríguez Salvador, que en su texto inquiere sobre los destinos de "nuestro imaginario de güijes, santos y orichas", parece desconocer que el ser practicante de religiones afrocubanas, cristianas o católicas fue motivo de exclusión, de persecución y de marginación sociopolítica, en un cacería de brujas que casi dura hasta ayer.

No fue el marxismo-leninismo, por sí solo, quien criminalizó y todavía criminaliza a un Obonekue o Indisime (iniciado y aspirante ñanigo, respectivamente) bajo los mismos pretextos que se esgrimieron durante el régimen colonial y más tarde en la República. Persistencias que pueden verificarse en documentos expuestos por Tato Quiñones en su libro Asere núncue: itiá ecobio enyene bacuá.

En La Habana tuvo su fundación Teatro Cimarrón, compañía dirigida por Alberto Curbelo, considerado el dramaturgo cubano que más ha incursionado en las culturas y mitologías de los pueblos originarios del Caribe. Sus obras escritas, así como sus montajes escénicos, tienen como objetivo ideoestético visibilizar la impronta del negro y contribuir al rescate y representación de las tradiciones orales y culturales afrocubanas. Y durante más de una década la sede de Teatro Cimarrón (antiguo cine Edison) se enfrenta al derrumbe, ante la postura inmutable y pasiva de las instituciones culturales, e incluso ante el silencio de La Jiribilla.

En el texto "Halloween en Cuba: ¿folclor de clase B?", Jorge Ángel Hernández  afirma que "son los jóvenes consumidores de series de TV sus practicantes principales". Repite la propaganda televisiva cubana, donde lo norteamericano y lo hollywoodense persisten en ser lo temible, lo culpable.

Habría que recordarle a los tres autores de este dossier de La Jiribilla la existencia de algunos proyectos y espacios decididos a enfrentarse "al ejército de la estupidez y la banalidad con que la industria cultural invade nuestras vidas". Decenas de proyectos y espacios, como GrupoUno, Wemilere, Omni Zona Franca, que no fueron fiestas de disfraces o simulaciones en reclamo del aguinaldo, o del trick-or-treat ante las autoridades que deciden celebraciones, centenarios y evocaciones.

Tales espacios y proyectos fueron finiquitados o desatendidos por el oficialismo cultural, toda vez que evidenciaron que las propias instituciones oficiales reproducían patrones de belleza eurocéntricos, racistas, machistas y clasistas.

De esta manera, lo realmente terrible de alguien como Jorge Ángel Hernández es su esperanza en que la antropología cultural resuelva "estudiar el fenómeno, documentar sus prácticas, para que otras Ciencias Sociales decidan acercarse y emitir conclusiones". Ojalá y esas otras ciencias a las que conjura, no sean las mismas que décadas atrás sirvieron de tesis para instaurar la parametración y los destierros socioculturales de nuestras tradiciones y costumbres mágico-religiosas.

Conocedor de mis arraigos, de mis tradiciones y de mi cultura —que ninguno de estos tres autores pudieron dilucidar para sí mismos, como evidencian en sus respectivos textos— tengo una deidad a quien implorar: Yewá.

Mientras otros deciden hacer uso de sus libertades de elección para celebrar el día de Halloween o en su defecto el final del mundo, a ella invoco pero sin el susto ante un enemigo que no existe afuera sino bien dentro nuestro: "Yewá iyá obbá oni oricha, iyá ilé icú moforibale, maferefún ibán echo"[Yewá, reina de la casa de los muertos, mujer santa te saludamos, bendícenos tú a nosotros].

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