Quien no conoce a Alexander Martínez Sardiña puede pensar que está loco. Ale, como lo llaman en su barrio, es uno de esos personajes pintorescos que hay en muchos pueblos y que se hacen notar por su comportamiento inusual.
Pero eso no le importa, como hace mucho tiempo dejó de importarle que lo vean recogiendo desechos por Bauta. De esa basura, Ale saca obras de arte: convierte viejas máquinas de escribir o coser en lámparas; retazos de tela, madera roída y metales oxidados en instalaciones.
"Mi obra se resume en algo sencillo: Coger lo inutilizable, lo inservible, y animarlo, darle vida", explica.
Su habilidad para el arte se la confirmó el artista plástico bautense Ezequiel Sánchez Silva, quien al ver sus obras lo acogió como discípulo.
Gracias a este apoyo, ha creado piezas que han ido a parar a manos de figuras de la cultura de la Isla como la cantante Osdalgia y el músico Arnaldo Rodríguez, director de la banda Arnaldo y su Talismán.
Ale consigue buena parte de los materiales a través de sus amistades, que le regalan cuanta chatarra se disponen a botar. También recolecta conchas, piedras de río y todo lo que llame su atención.
No tiene escrúpulos a la hora de sumergirse en la basura de cualquier vertedero, pero las tintas, pinturas y resinas sí debe comprarlas a altos precios.
Debido a su inestable economía, ha tenido que hacer trabajos diversos, desde reparar el guardafangos de una motocicleta hasta realizar decoraciones de interiores. "Tengo que 'prostituirme' con ese tipo de cosas para buscar dinero y comprar los materiales para poder hacer arte", dice.
No obstante, disfruta haciendo lo que él llama "restructuraciones ambientales", que consiste en "imprimir texturas, colores y emociones" a paredes, techos y pisos, y que le da de comer.
Ale comenzó en el mundo del arte como artesano, impulsado por las carencias económicas y por una adicción a las drogas que ya logró superar.
Al principio fabricaba pulseras de resina poliéster en moldes hechos con latas vacías de cerveza. Vendía esos artículos a otros artesanos en las ferias. Su inquietud por lograr algo que se diferenciara del resto lo impulsó a experimentar.
"Comencé a incorporar insectos, ramas, pedazos de periódicos, revistas, pinturas acrílicas y cualquier tipo de materia", comenta. Recuerda como curiosidad que un amigo perdió la punta de uno de sus dedos y le pidió que se la encapsulara en resina. Ale la convirtió en un llavero.
Cientos de anillos, aretes, collares y pulseras después, comenzó a desarticular objetos en desuso y a utilizar sus partes para crear obras de arte, uniendo las piezas con resina. Este último material, aunque escaso y caro, representa su sello personal.
"Las ganancias que percibo en mi trabajo más bien son espirituales. Son para llenarme la mente y no la panza, pero tengo hijo, tengo esposa", comenta. "Es difícil hacer arte en estos tiempos".