Como oferta especial de verano y de manera absolutamente alternativa, se inaugura hoy en La Habana el III Festival Anual Otaku, evento surgido de la fuerte influencia que ejercen en el mundo los llamados animes (animados de origen japonés) y también sus angas (historietas).
Años atrás, esta era una afición que compartía una muy pequeña parte de la población. Pero con el auge de las nuevas tecnologías, que aunque ralentizadas en nuestro país terminan por imponerse, se ha convertido en un fuerte movimiento.
Se denomina otaku a los consumidores natos de esta cultura. Ya los aficionados al tema no solo se dedican a compartir vía USB lo último del género salido al mercado, sino que patrocinan y difunden por las redes locales (también alternativas) sus propios eventos, donde exponen y comercian con cada una de las vertientes del género.
Con motivo del III Festival Otaku se pondrán a la venta pósters, figurillas de acción e incluso prendas de estos personajes ficticios, protagonistas de diversas series. Habrá cafeterías al estilo maid, donde chicas vestidas de sirvientas clásicas atenderán al cliente recurriendo a clichés eróticos y otras estrategias de flirteo.
Se efectuarán karaokes con las canciones de las series más populares y, como última oferta, lo más espectacular y esperado: desfiles de cosplays (disfraces inspirados en algunos de los personajes, mayormente de origen japonés). Cosplays de una diversidad de héroes y villanos favoritos entre los jóvenes, imitando sus extravagantes vestuarios y peinados. Los fans más ambiciosos no solo se dedican a imitar la apariencia del personaje, intentan además remedar la personalidad. Y el premio será para la caracterización más completa.
Aparte de este masivo evento que ocurre una vez al año, hay también otros de menor calibre pero más frecuentes como el "Freak Zone", que se realiza una vez al mes. El último se efectuó en el céntrico cine Yara, con un costo de entrada de 20 pesos en moneda nacional. Se proyectaron AMV (Anime Music Video, secuencia que combina una pista de música con la edición de fragmentos de distintas series) y se difundieron noticias de interés para el público como el anuncio del último videojuego de Pokemon.
Hubo además concursos de conocimiento sobre el tema, cerrando con desfile de cosplays y karaoke. Impresiona ver que hay otakus capaces de reproducir las canciones en japonés. La afición de por sí vincula a muchos de estos jóvenes con el difícil idioma, aunque no son muy accesibles los cursos en la Isla y estudiarlo seriamente requiere un tiempo y devoción extraordinarios.
Otras actividades otaku no sistemáticas tienen lugar sin mucha promoción previa. En general son más simples, con ofertas de premios como pelucas o vestimentas importadas representativas de algún personaje, o una video consola como galardón.
El público otaku es extremadamente diverso. Puede incluir miembros de las tribus urbanas más definidas como miquis, rockeros, fans del pop, e incluso repas que solo escuchan reguetón y otros con una influencia familiar más refinada. La mayor atracción y punto de unión es el anime, consumido por todos con el mismo furor.
En más de una ocasión se ha corrido la voz de un falso evento otaku al que asiste un buen número de jóvenes. Una vez descubierto el error, las víctimas aprovechan la oportunidad para socializar. Rápidamente crean varios grupos WiFi y desde sus smartphones, tablets o laptops intercambian series y comparten información sobre el género.
Aunque el propósito que mueve la creación de estas series y sagas japonesas es indiscutiblemente comercial y en las historias abundan los estereotipos y argumentos banales salpicados de efectismo, la espontánea manifestación de esta afición en Cuba demuestra la efectividad de las redes sociales y cómo las nuevas generaciones son capaces de establecer consensos para articular y desarrollar proyectos de su genuino interés. Y también cómo han aprendido a usar las instituciones en función de sus objetivos.