Días atrás, recibí una llamada de mi amigo Antoni Muntadas invitándome a su charla en el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA). Llegué al mismo museo que me negó la entrada durante la inauguración de sus exposiciones en la pasada Bienal de La Habana (aunque estuve dentro pocos días antes del evento, para compartir con mis amigos artistas Gustavo Pérez Monzón y Tomás Sánchez).
Desde ese día de mayo de 2015, esta sería la primera vez que intentara entrar allí, también entraron los artistas y activistas Lía Villares, Luis Trápaga y El Sexto.
El museo estaba resguardado por una tensión en el ambiente, la creaban los cuerpos — demasiado fornidos para ser artistas o curadores— que estaban casi en formación, casi "verificando" quienes pasaban más allá de la puerta por donde se entraba a la conferencia.
La conferencia ya había empezado. Me estimuló el tema: se estaba hablando de la censura, una de las temáticas abordada en la obra de Muntadas. Aunque todavía tiene que ser uno extranjero para que se le permita hablar de estos tópicos en un evento público en La Habana sin autocensurarse, me pareció una buena señal, dado que el museo tiene un nuevo director y es este evento de los primeros en su programación pública.
Lamentablemente no habían muchos estudiantes del ISA y el público estaba mayoritariamente conformado por funcionarios institucionales y artistas profesionales. Pero pensé en lo oportuno que era que los funcionarios, quienes tienen a veces la función de censores, estuvieran allí.
En ese momento intervino Jorge Fernández, el nuevo director del MNBA, aprovechando el tema para tratar de equiparar la censura que sucede en Cuba y la censura institucional que se da internacionalmente; haciendo una explicación en la que parecían iguales, justificando y descontextualizando con esto las historias de censura en Cuba, como si fueran parte o requisito del nuevo esfuerzo febril cubano por pertenecer al mundo.
Si la censura es universal es, por lo tanto —interpreto—, normal. Casi sugería que la nuestra es culpa del bloqueo, mientras aseguraba (parafraseo) que la "sobredimensión" que se le da a la censura en Cuba es producto de la mala intención de los enemigos de nuestro país.
Esas palabras, que fueron la primera intervención que le oí en ese diálogo donde parecía más que nada oyente, parecieron cumplir la función de convertir en enemigo, culpabilizar y censurar a quien cuestionara la censura ejercida por las instituciones en Cuba.
Ana María Guash, quien moderaba, se dirigía al público al final de cada sección temática en la que había dividido el conversatorio, intentando buscar preguntas en los presentes para ampliar el diálogo. Pedí la palabra.
La censura en Cuba es vengativa, rencorosa, arrogante
Coincidí con Jorge Fernández en la existencia de la censura en otros lugares, ofrecí ejemplos de censuras (técnicas, económicas, etc.) que he recibido en otros lugares, pero quise especificar que no eran lo mismo, ni se podían comparar con la censura en Cuba. Hacer esto sería una falta de respeto a los artistas y a las personas que han sufrido las consecuencias artísticas y humanas de ser honestos consigo mismos; con los que hacen su obra como se las dicta su conciencia y no el oportunismo o el miedo.
Expliqué cómo en otros lugares se censura, sí, pero el artista tiene derecho a rebatir esa censura de manera pública (a veces incluso en la misma institución que le censuró), y cómo eso se convierte en un debate público y no una mordaza que se le pone a todos para evitar que se hable del caso. Cómo la obra censurada encuentra otras instituciones donde ser exhibida en la misma ciudad y a veces inmediatamente, porque existe una solidaridad gremial, porque todo el mundo sabe que cuando se acepta que una obra sea censurada, sin más, se está colaborando con el censor y se está perdiendo un terreno de libertad artística que afecta a todos.
Puse el ejemplo de mi nominación al Premio Hugo Boss del Guggenheim mientras soy parte del Comité Organizador de Gulf Labor, un grupo de artistas que nos hemos reunido para reclamarle al director y al board de ese mismo museo, de manera pública, sobre su colaboración con la explotación de los inmigrantes que construyen sus museos en Abu Dhabi.
El trabajo de este grupo ha creado una tremenda tensión con la institución y es extremadamente incómodo para el director. Pero eso no ha afectado mi nominación, algo que en Cuba sería impensable, y aún así, tratándose de un proyecto fuera de la Isla, he recibido informaciones fragmentadas sobre los esfuerzos de algunos agentes culturales cubanos por influenciar en el jurado para que no se me otorgue el premio.
Sí, la censura en Cuba tiene tentáculos muy largos y se cree con todos los derechos.
Mi énfasis radicó en explicar las diferencias fundamental que existe entre la censura artística en Cuba y la que hacen instituciones culturales en otros países. En estos, se limitan a censurar la obra, no te exponen en el museo y ahí queda. En Cuba, por el contrario, la censura se ejerce con todo el peso de un Gobierno, se usan todas sus instituciones, se extiende a todos los aspectos de la vida de una persona.
La censura le da el derecho a la policía política de ir hasta el lugar donde trabajas; de contactar a tus amigos para aclararles que el impacto de la censura puede involucrarlos a ellos también si la cuestionan, para aclararle a todos que ya no eres confiable y, por lo tanto, este es el empezar de un paso por el purgatorio que no se sabe cuánto durará ni qué otras consecuencias tenga, ni a quién va a arrastrar con él. Les da derecho a incidir en tu círculo familiar para desestabilizarlo, a decir cosas tan graves como que eres parte de la CIA o de la Seguridad del Estado, según a quien quieren asustar para que no te defienda más. La censura en Cuba es vengativa, rencorosa, arrogante y es una manera de estar en una celda de castigo.
La censura en Cuba es aplastante y no te deja opciones. Ha hecho que más de un artista se vaya del país, que más de un artista haya dejado de hacer arte, que no tengamos acceso a la literatura, al arte y el cine que consideren los censores subversivo, por tanto, buscar y consumir ese arte es como un acto ilegal.
La censura en Cuba si no te destruye te convierte en mal artista porque de pronto tus propuestas estéticas son malas: no es lo que dices, sino cómo lo dices o cuándo lo dices. Como si diciéndolo de otra manera o en otro momento te dejaran decirlo.
La censura en Cuba es internacionalista, llega hasta los lugares donde te defienden otros, en otros países. Llega, en la persona de un funcionario de la embajada cubana, a las universidades donde un profesor que te ha defendido enseña; llega en la voz de un funcionario de una agencia de viajes que te aclara que si no quieres tener problema durante tu viaje no contactes al censurado; llega con una invitación a exponer en La Bienal o en el Museo Nacional a quien está en desacuerdo con la censura ejercida, con la esperanza de poderlo callar a cambio de un impulso a su carrera; llega con el descrédito y los rumores sobre el censurado a todas partes, para crear así un estado de opinión que desacredite los argumentos en contra de la censura y hagan deleznable por siempre al censurado.
No creo que ningún museo, ninguna editorial, ninguna sala de conciertos, ninguna cinemateca en el mundo tenga los recursos para hacer este tipo de censura, ni tampoco creo que les interese ensañarse en la persona de esa manera. Me gustaría un día, por curiosidad, saber el presupuesto que se ha gastado en Cuba para la producción y ejecución de la censura.
El chantaje emocional, una herramienta de la censura
Otro aspecto de la censura es el chantaje emocional. El medio artístico cubano es endogámico, todos nos conocemos, todos tenemos una historia entre nosotros. Los censores de la cultura son personas con las que hemos tenido una relación de años, no es un personaje abstracto del que no se sabe nada. Puede haber sido tu profesor, tu jefe o compañero de trabajo, el dirigente que lleva décadas en el sector de la cultura, el curador que una vez te invitó a exponer, un amigo, incluso para algunos puede haber sido un amante.
Muchas veces uno se autocensura debido, precisamente, al agradecimiento o el valor que ha tenido esa relación que siempre se vuelve personal. Uno se autocensura por no meter en problemas a otro, que está también tratando de ampliar los espacios no censurados, y uno no quiere ser quien "lo eche a perder". Pero la policía política y los censores saben esto muy bien y muchas veces te mandan "para conversar" a esa persona que tú no quieres dañar, para así neutralizarte. Y es esa misma persona quien —cada vez que se encuentra a quienes están en contra del acto censurador— deja claro, antes de dar su opinión, que el censurado es un "amigo" que él quiere, admira y conoce bien para después pasar a desacreditarlo y a crear dudas sobre el censurado como no haría ni el peor enemigo.
Esta persona se siente incluso con la autoridad y la capacidad legítima para interpretar y explicar las "verdaderas" intenciones del "amigo" que ha sido censurado. La conclusión siempre será la misma: que su "amigo" ha sido censurado con razón, porque hubo un problema de juicio, de sentido común, de cálculo mal hecho, de habérsele ido la mano con la intensidad, etc. Como si los principios de una persona y como si la materia de la obra de arte fueran el sentido común, como si un artista tuviera que esperar una orden o una orientación para abordar un tema que le afecta y quiere expresar, como si las obras de arte tuvieran que tener un bajo nivel de intensidad para ser arte.
Son ellos, la policía política y los censores quienes le dan a cada argumento un enfoque personal; si el problema es la persona, no es el sistema. Esa es la estrategia que usan los censores para no tener responsabilidad por sus actos.
En Cuba el diálogo crítico pasa de ser un asunto cultural a ser un asunto de Estado
Volviendo a mi intervención en el Museo Nacional, no hablé sobre mí sino desde mi experiencia, para ejemplificar —con la autoridad que da lo que se ha vivido— mis argumentos. Ni siquiera mencioné #YoTambienExijo ni lo que esa obra desencadenó, para no "desviarnos" y para que nadie se sintiera aludido, evitando personalizar. La idea de mi intervención era mantener el diálogo sobre los conceptos generales y las estrategias de la censura en Cuba.
Sin embargo, la respuesta de Jorge Fernández fue un ataque frontal y personal, dejando a un lado ideas y enfocándose en mis fracasos (sobre todo comerciales, algo tan valorado en la Cuba que se legitima y construye hoy) por ser una artista incómoda. Diciendo ideas confundidas con mensajes de descrédito infundados a los cuales respondí desde el público diciendo que ese no era el lugar para esto, si él quería hablar de mí que me invitara a ese mismo teatro del Museo Nacional a un diálogo con él, a lo que respondió con una sonrisa sarcástica (como hizo al día siguiente, en una conferencia en la que coincidimos, cuando se lo volví a plantear sin público delante).
Su reacción me hacía sentir que la propuesta era malsana, como si pensar en tener un argumento en un espacio público fuera una trampa para hacer daño, como si yo supiera mejor que él que eso era un pedido inapropiado.
Quizás tenga razón y sea una mala idea. ¿Para qué tener una discusión abierta y honesta sobre la censura si vivimos en un país censurado y autocensurado? ¿Para qué hablar de algo que ya pasó si todos pretenden que no pasó nada? ¿Para qué cuestionar las excelentes tácticas usadas en el proceso de normalización de la censura en Cuba si están funcionando? ¿Para qué estudiar los procesos de descontextualización y universalización de la censura si están siendo aceptados y muchos aseguran que es en Cuba igual que en los demás países?
Para qué, si en Cuba a un artista que hace crítica institucional no se le reconoce como tal, sino que se le adjudica el título de CR (contrarrevolucionario) con todo lo que eso implica legal y socialmente. Para qué, si la mayor censura a la que está sometido el pueblo cubano es no permitirse a sí mismo tener deseos de cuestionar su realidad. Para qué, si en Cuba el diálogo crítico pasa de ser un asunto cultural a ser un asunto de Estado.
Una manera de saltar la censura en Cuba siempre fue encontrar que te defendiera o te apadrinara un extranjero. "El Susurro de Tatlin #6", durante la bienal de 2009, no hubiera podido hacerse si no hubieran sido Guillermo Gómez Peña, Orlando Brito y Saro León quienes me invitaran y pagaran por la producción de la obra. Y así y todo el jalón de orejas y las consecuencias (no poder exponer más en instituciones cubanas o proyectos generados desde Cuba) no me las quitó nadie.
La conferencia de Muntadas fue excelente, porque su obra, que es pionera, lo es; porque es un conversador honesto, agudo e inteligente que no se deja manipular, y porque su responsabilidad como artista fue evidente, aunque aclarara que no era un artista político.
Me fui pensando en los artistas extranjeros que vienen y se van, que usan a Cuba para su propio beneficio profesional o para estar en la moda y cómo legitiman con esto instituciones y funcionarios que censuran a los artistas cubanos. Me fui pensando cómo Muntadas era un caso raro, porque era alguien que entendía el significado y las consecuencias de sus palabras en este contexto. De cómo quizás, la peor censura que tenemos en Cuba es conformarnos con que sean los extranjeros quienes digan o hagan lo que a ti, como cubano, se te prohíbe decir o hacer.
La propuesta de conversación pública con Jorge Fernández sigue en pie, espero que acepte y tengamos un foro público sobre la censura dónde esta sea la única ausente.
Texto publicado en Facebook por la plataforma Yo También Exijo. Se reproduce con autorización de la autora.