Back to top
Historia

Cuatro casas de Dulce María Loynaz

La historia de unas casas de literatura y de cine de la familia Loynaz del Castillo, la suerte de unos manuscritos de Federico García Lorca, una defensa de Eusebio Leal y la rectificación de un artículo publicado en este diario.

Ciudad de México

Como en estos momentos preparo un libro sobre Dulce María Loynaz para publicar próximamente en la editorial madrileña Betania, revisando lo escrito en los últimos tiempos encontré apenas ahora un artículo sobre ella, al que me gustaría referirme a pesar de haber transcurrido ya casi tres años de su difusión, pues lamento no haberlo conocido cuando apareció. Esto además se propicia con la proximidad de otro aniversario de su muerte, el 27 de abril de 1997. Y, como el próximo año se cumplirán dos décadas que la poetisa nos dejó, mi libro en curso también pretende ser un homenaje de recuerdo.

Leí con gran interés el artículo "El jardín perdido de Dulce María Loynaz", de Pablo Pascual Méndez Piña, publicado por este diario. En primer lugar, deseo expresar mi sincero y profundo reconocimiento a su autor por dedicar su atención a un personaje tan querido, a quien tuve el privilegio de tratar cercanamente. Con el propósito de ofrecer ciertas informaciones destinadas a quienes en el futuro emprendan la tarea de escribir una historia de la literatura cubana, me permito —sin menoscabo del loable empeño del articulista— compartir algunos datos y aclaraciones.

En realidad, la casa de Calzada 1105 (o Línea y 14), no fue el escenario de la niñez de los Loynaz Muñoz. Ciertamente, la morada donde transcurrió gran parte de esa etapa fue la ubicada en la esquina de las calles Amistad y San Rafael, en los altos de una joyería (La Maison Française) que luego se estableció allí. A esa residencia está dedicado el poema "Últimos días de una casa", según me confesó la propia Dulce María. Enfrente, en una decorosa pensión para huéspedes solteros, vivía recién llegado de España, Pablo Álvarez de Cañas, quien más tarde sería su marido. El primer encuentro de ellos fue visual, desde los balcones respectivos, me informó ella. A la casa de Calzada (o Línea, indistintamente, pues tiene entradas por ambas calles) los hermanos se mudaron muy jóvenes, pero ya no eran unos niños.

Una quinta de película

Me entristece enterarme por el artículo de DIARIO DE CUBA que la antigua amiga Helga Neuffer (después Duval por su matrimonio con mi también amigo Mario Duval) ya falleció. Fui yo quien se la presentó a Dulce María y sin duda alivió oportunamente algunas de sus carencias. Helga, quien durante algún tiempo presidió el Club Alemán de Cuba, era una empleada de confianza de la firma Bayer en Cuba y fue muy joven a la Isla, donde tuvo dos hijos de su primer matrimonio. Helga estuvo interesada en comprarle la casa "Santa Bárbara" a Dulce María, pero esto nunca se concretó, de lo cual yo fui testigo, y hasta la acompañé en varias ocasiones para ver la propiedad, pues Dulce María me facilitaba las llaves con ese propósito.

Un día, casualmente, Gabriel García Márquez pasó por allí, vio la casa aparentemente abandonada y le gustó para establecer en ella la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, por lo que fue a visitar a Dulce María y le propuso su compra, a la cual ella accedió de inmediato.

En realidad, y por respeto a la verdad, el doctor José Miguel Miyar Barruecos fue el funcionario que ejecutivamente se encargó de la gestión de compra de la finca o quinta "Santa Bárbara" (Calle 212 esquina con 31) en el reparto La Coronela del poblado La Lisa.  Puedo afirmar que la transacción se realizó con entera satisfacción de las partes involucradas. Dulce María fue quien aceptó la venta de esa casa al Gobierno cubano, y en esa gestión intervinieron también José Felipe Carneado y Lucía Sardiñas, facilitando la operación. Realmente no fue perseguida ni asediada para ello (ella no lo hubiera admitido ni permitido, con el carácter fuerte que tenía, aunque de aparente y engañosa fragilidad).

Antes de fallecer su propietaria, Flor Loynaz, en esa quinta se filmó no solo Los sobrevivientes (1978), dirigida por Tomás Gutiérrez Alea inspirada en el cuento "Estatuas sepultadas" de Antonio Benítez Rojo, sino muchos años antes, también existió el proyecto de que fuera el escenario para que Luis Buñuel realizara una película con María Félix como protagonista, sobre la novela Jardín, según me contaron Flor y Dulce María. Con estos antecedentes, resultó apropiado que se estableciera allí la sede de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, inaugurada el 4 de diciembre de 1986, acto al cual asistí con la representación expresa de Dulce María.

La suerte de dos manuscritos de García Lorca

El menor de los hermanos varones Loynaz Muñoz, Carlos (nunca oí que se le llamara Carlos Manuel) fue un personaje de angustiosa sensibilidad y padeció profundas depresiones durante gran parte de su vida. Dulce María me confió que en un rapto de ira autodestructiva destruyó su biblioteca, donde se encontraba una de las dos versiones del manuscrito de la obra teatral El Público, que Federico García Lorca le había obsequiado, así como le regaló a Flor el manuscrito de Yerma.

Por fortuna, existía otra versión de la pieza que se conservó en Europa —depositada en un banco suizo— y gracias a ella se pudo reconstruir gran parte de esa obra. Lo último que supe del manuscrito de Yerma fue, porque me lo dijo Flor, que lo había vendido a la funcionaria cubana Martha Arjona y supongo se conserve en Cuba. A Dulce María se le llegó a acusar —por parte de un crítico español poco avisado y temerario— que había destruido el manuscrito de El Público por sus desavenencias con Lorca, lo cual se aclaró después.

En realidad, Flor fue una mujer algo excéntrica, pero muy centrada y coherente. Fui testigo de que varias veces era ella quien aconsejaba a Dulce María (en ocasiones demasiado severa e impetuosa) sobre algunas cuestiones delicadas e importantes. Vegetariana, fumadora empedernida de grandes habanos, gran catadora de ron —no alcohólica— y amante franciscana de todos los animales (no solo perros y gatos, sino hasta insectos y alimañas, pues se negó siempre a fumigar la casa de La Coronela), era menuda y enérgica pero absolutamente equilibrada.

Cuando murió, no sola sino espléndidamente atendida en el Hospital Hermanos Ameijeiras, desgastada hasta la más extrema delgadez, nos correspondió cargar su féretro —ligerísimo— para recibir la misa de "cuerpo presente" en la capilla de la Necrópolis de Colón, a Eusebio Leal, Juan Emilio Frigulls (casi simbólicamente), Delio Carreras Cuevas y a mí.

Una aclaración sobre Eusebio Leal

Viendo algunos comentarios al artículo, y concediendo "al César lo que es del César", debo señalar que cuando los atroces atropellos que ocurrieron durante el mes de mayo de 1980 en Cuba mientras se desarrollaba dramáticamente el llamado "éxodo del Mariel", Eusebio Leal tuvo una actitud digna y valiente para proteger a Dulce María. Eusebio era entonces su vecino por la calle E (hacia donde daba la parte trasera de su mansión, con la amplia cocina donde le gustaba charlar con los más íntimos de su círculo de amistades), en un departamento facilitado provisionalmente por unos amigos descendientes del ingeniero Francisco de Alvear —constructor del acueducto de La Habana—  para que residiera allí con su esposa del momento, creo que ya la tercera entonces, la abogada Yamileh Manzor.

Leal impidió valerosamente (no sin riesgo personal) que una multitud exaltada (no recuerdo bien si de algunos vecinos resentidos, o de las ignorantes muchachas becadas de una residencia perteneciente a la Escuela de Enfermería que se ubicaba enfrente), agrediera con huevos y piedras —en uno de los tantísimos y vergonzosos "actos de repudio"— la casa de "la vieja batistiana" y sus ocupantes. Y hay que decirlo porque es justo, cierto y me consta personalmente.

Un insulto a la memoria histórica

Es no solo lamentable, sino insultante que la casona señorial de los Loynaz haya sido abandonada a su triste suerte y sea hoy una ruina. Hace ya 32 años que publiqué en El Caimán Barbudo (número 199, 1984) un artículo titulado con sorna "De que se cae… se cae", donde advertía el peligro de derrumbe de esa mansión, y también del histórico Hotel Trotcha y de una hermosa mansión colindante ya en ruinas que perteneció a Regina Truffin, y donde vivían todavía dos de sus bellas nietas (Paloma y Mónica Mosquera Vázquez Bello). Recuerdo que el querido amigo Bernardo Marqués Ravelo, entonces secretario de redacción del Caimán, al ver el título que le puse a mi artículo me miró sonriente y preguntó con picardía cómplice: "¿A qué te refieres con eso de que se cae, se cae…?" Con sonrisa y tono equivalentes le respondí: "A eso mismo que estás pensando".   

Hace casi tres años (en mayo de 2013), estando en Sevilla —adonde fui invitado para ofrecer una conferencia en la Universidad sobre mis recuerdos personales de Dulce María Loynaz— me enteré que la Junta de Andalucía invirtió una enorme cantidad de dinero para restaurar la casa de 19 y E (donde se instaló el Centro Cultural Dulce María Loynaz), pues al parecer "se la vendieron" en Cuba como el sitio de los encuentros con Federico García Lorca. Lamentablemente, engañaron a los distinguidos funcionarios andaluces (y de paso a los contribuyentes españoles), pues la casa donde estuvo Federico fue la de Calzada, así como también la visitaron Vicente Blasco Ibáñez, Xenobia Camprubí, Juan Ramón Jiménez y tantos otros. La mansión de E y 19 sí recibió a Gabriela Mistral, pero no a Lorca.

Me duele profundamente que la legendaria mansión de los Loynaz ya sea ahora una ruina irrecuperable. A ella dediqué un artículo en la revista Bohemia (año 77, número 23, junio de 1985), titulado "La casa donde enterraron la luna".  Según me dicen algunos amigos que han estudiado el punto, este texto y el anterior que cité de El Caimán Barbudo fueron los primeros donde se mencionó a Dulce María Loynaz en Cuba después de 1959 (aunque, "curiosamente", no aparecen relacionados en ninguna de las bibliografías sobre ella elaboradas en la Isla que he podido revisar…) Después vinieron otros —según ellos— para hacerla "triunfar de la vejez y del olvido". Pero esa es una historia que contaré con más detalle en el libro que ahora preparo para la editorial Betania.

Deseo que mi sencilla pero puntual contribución sea útil para aclarar algunos de los puntos relacionados, y la ofrezco cordialmente a Pablo Pascual Méndez Piña, al que no conozco personalmente, como una muestra de aprecio y reconocimiento por su valiente trabajo de corresponsal en Cuba, bajo circunstancias tan adversas para la libertad de pensamiento y creación, que también padeció Dulce María Loynaz, a quien por lo que he podido comprobar ambos admiramos sinceramente.

Sin comentarios

Necesita crear una cuenta de usuario o iniciar sesión para comentar.