Se acaban de inaugurar tres exhibiciones fotográficas en la Fábrica de Arte Cubano, en afán de encontrar propuestas renovadoras en el centro cultural habanero. La primera de estas muestras se encuentra en la Pared Negra, de la Nave 3, y se titula: Prometo no lastimarte esta vez, del fotógrafo Yuri Batard, y corresponden a su serie Frozzen.
Hay en estas imágenes —todas en blanco y negro—, un rejuego y lenguaje interior, que deja entrever una estética que roza con la violencia sexual, pero de manera sutil. Aquí el desnudo sostiene una historia secreta, que busca contextualizarse a través de los elementos que combina. Es la derrota del hombre, ante el poder del cuerpo femenino y su expresividad, en este caso es la fuerza que emana de estos cuerpos, acentuados por los aditamentos —nada comunes— que se utilizan para la composición de la imagen. Mujeres reales, sin afeites, con una iluminación opaca, que afianza la opresión.
El binomio de fotógrafos, Liudmila y Nelson nos proponen su serie Hotel Habana, con una técnica de impresión sobre el papel, de viejos archivos de fotográficos de los años 50. Mundos antagónicos que se entrelazan, en una suerte de evocación perpetua de la memoria, donde el mundo de la publicidad distinguía y empoderaba a la ciudad.
Edificaciones, calles, paredes, donde el eslogan busca insertarse como signo transformador de la arquitectura. Disfrazar la ciudad del presente con el pasado, como reclamo de un glamour perdido, de eso se trata.
La serie Plagia, pertenece al fotógrafo argentino Enrique Rotemberg; presencia transgresora, artista en una constante búsqueda y rompimiento de los cánones de belleza de estéticas precedentes.
Imágenes en blanco y negro, a color, instalación, todo en uno. Movimiento y estatismo en medio del paisaje paradisíaco de una playa, pero no es el contexto lo que importa, sino la expresión humana.
Irreverente siempre, opta por aglutinar, de cierta manera, a los olvidados, a esos que nunca osaron posar ante una cámara, y que son inmortalizados desde su personal visión.
Fotografía coral de rostros ordinarios, feos, envejecidos, se sitúan en espacios enormes y arman su propia simetría. Esta es la recreación de un mundo diferente —surreal en ocasiones—, pero donde existe una realidad construida con lo que la mirada tiende a evadir. La fealdad física, los cuerpos ajados, se imponen, golpean la perspectiva amable, y hallan el protagonismo necesario.