Con su ópera prima Vestido de novia, la cubana Marilyn Solaya aspira al Goya a mejor filme iberoamericano, una posibilidad que le emociona por el gran apego que siente por España y por el mensaje que quiere lanzar con su trabajo, hecho "para las personas prejuiciosas y que se creen superiores".
Inspirada en la primera persona que se sometió a una operación de cambio de sexo en Cuba, en 1988, la película "aporta la frescura de una mirada diferente, de una generación diferente, pero sobre un tema universal", explica Solaya en una entrevista con EFE en Madrid, adonde ha viajado para asistir el próximo sábado a la gala de entrega de los Goya.
"Está contado todo desde allí, pero es un tema no resuelto en las sociedades del mundo entero", asegura la realizadora, que empezó su carrera como actriz en Fresa y chocolate (1993) y que con esta película hace su debut detrás de las cámaras.
Y el resultado no ha podido ser mejor, señala EFE. Además de la nominación al Goya, consiguió el premio de la popularidad y una mención de honor en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, el de la audiencia del Festival de Málaga (España) y ha participado en los certámenes de Turín (Italia), Zúrich (Suiza) o Fráncfort (Alemania).
"No tenemos ni distribuidor en Cuba, ni soporte publicitario", resalta Solaya, especialmente contenta por haber llegado a los Goya sin ayuda de nadie. "Me conmueve que la Academia (de cine español) haya nominado una película tan compleja, ha demostrado una gran sensibilidad", agrega tímidamente.
Pero sonríe cuando recuerda el día de la nominación —"Me quedé pasmada", asegura— y cree que su película ha despertado interés porque es "una historia humana contada desde la perspectiva de los personajes".
La protagonista de la historia es Rosa Elena, una mujer recién casada, enfermera, muy cercana a la comunidad transgénero de La Habana a comienzos de la década de los noventa y que esconde un gran secreto.
"Esta historia me eligió a mí", afirma convencida Solaya, que defiende con tanta pasión la película como a los seres humanos que sufren en la realidad la discriminación y violencia que muestra su ficción, un reflejo del machismo de la sociedad cubana y de muchas otras sociedad en el mundo.
Solaya comenzó a trabajar en la película en el año 2000 sobre una historia real de la que no se había hablado mucho pese a que en su momento fue un asunto mediático. Provocó reacciones tan contrarias como la prohibición de este tipo de operaciones, que no se volvieron a autorizar en la Isla hasta 20 años después de la primera cirugía.
La primera idea era hacer un documental pero Solaya decidió pasarse a la ficción para tener más libertad y menos problemas, señala la agencia española. A la historia original se unió otra decena más de problemáticas similares para construir una película que muestra de forma muy directa la presión social sobre las personas transgénero pero también sobre las mujeres.
"Quería contar la historia de otra cárcel, la de la mujer en la que él se convierte, la mujer tradicional en una sociedad machista, hegemónica y patriarcal" como es la cubana.
Desde el año 1994 en que se sitúa la película las cosas han evolucionado, aunque no tanto como Solaya desearía. Se desarrollan jornadas contra la homofobia, existe un Centro Nacional de Educación Sexual y hay más de 30 personas operadas de cambio de sexo.
"Es un trabajo educativo desde el silencio", dice Solaya, que lamenta que Cuba fuera "el primer país iberoamericano en aprobar el divorcio pero el machismo haya impedido una mayor evolución en temas de identidad sexual".
Y no solo en esos temas. En el cine por ejemplo, pese a la existencia desde 1959 del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográfico, solo dos mujeres antes que ella han dirigido largometrajes de ficción.
Solaya resalta estos hechos desde el dolor de una persona que ama Cuba —lo resalta con vehemencia— y que pese a todo ha conseguido acabar su película y aportar así algo a la sociedad.
"Es una película que me ha dado muchas satisfacciones y además, siento que he cumplido mi pequeña misión como comunicadora. Hacer algo por alguien es el mayor premio" reflexiona Solaya, para quien el cine "debe servir para algo más que para entretener (...) te tiene que dejar algo".