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Historia

Curiosidades del Montañés del Kremlin

Stalin leía vertiginosamente, escuchaba toda la música que se editaba... y decidía sobre libros y músicos.

La Habana

 

En sus años de plenitud, leía o al menos hojeaba unos 500 libros anuales, es decir más de uno diario. Estas vertiginosas lecturas a veces terminaban bien y los autores merecían uno de los Premios Stalin del año. Otras, se prohibía la circulación del libro. En el peor de los casos, este peculiar lector ordenaba el internamiento del autor en un campo.

 

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Melómano universal, pasaba por su tocadisco todas las placas que se grababan en la URSS, sin excepción. Tras escucharlas, trazaba en la cubierta una J (Jaraschó), con lo que el disco quedaba autorizado a circular. Si estampaba una P (Ploja), significaba que le parecía una basura y el acetato se convertía en pasta. ¡Lo bien que nos hubiera venido un Superstalin en estos tiempos de reguetón!

     

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Desempeñaba simultáneamente diez cargos, entre estatales y partidistas. Por cada uno de ellos devengaba el salario mensual correspondiente. Puesto que no necesitaba adquirir nada en bolsa negra, los correspondientes fajos de billetes terminaban olvidados entre libros y documentos. Al parecer, obsequiaba dinero a su hija Svetlana y a veces, le enviaba dinero a su madre georgiana.

  

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En 1934, durante el banquete celebrado en el Kremlin para conmemorar el aniversario de la Revolución de Octubre, Stalin y Nadhezda Alliluyeva su mujer tuvieron un altercado, que ella dio por terminado levantándose de la mesa, acompañada por su amiga Polina Zhemchuzhina, la mujer de Molotov.

Ambas salieron a caminar por los jardines del Kremlin, pero no consiguió calmarse. Al amanecer, se había suicidado. Los detalles de esta íntima desgracia al parecer no trascendieron, pero el suceso deprimió profundamente a Stalin. En los ya muchos años que llevo leyendo y releyendo acerca de esta temática, no recuerdo ninguna referencia a la posterior vida erótica de Stalin. Al parecer, el seminarista arrepentido se tomaba en serio el celibato. Su primera esposa, madre de su hijo Yakov, Yekaterina Svanidze había muerto de neumonía mientras Stalin permanecía preso.

 

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A partir de 1904, Stalin visitó muy pocas veces a su madre, Yekaterina Dzughashvili, una georgiana que no hablaba ruso ni podía leer o escribir en georgiano. Vivía humildemente, "cosiendo y limpiando para sus vecinos más ricos". Cuando su salud se deterioró, Stalin acudió a verla. Ella le preguntó: "Iosiv, ¿qué eres exactamente?". "Secretario del Comité Central del Partido Comunista", respondió él. Pero su madre desconocía lo que eso significaba. Por lo tanto, para simplificar las cosas, el dictador añadió: "Mamá, ¿recuerdas a nuestro zar? Bueno, soy algo parecido a un zar".

Cuando se despidieron las palabras con las que ella dijo adiós fueron: "De todos modos, es una lástima que no te hicieses cura".

 

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Por difícil que resulte imaginarlo, la historia del siglo XX hubiese sido menos siniestra si Soso Dzhugashvili se hubiese hecho pope.

 

 

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Por cierto, me gustaría muchísimo leer una verdadera historia del Partido Comunista cubano, que recogiese desde Carlos Baliño y Julio Antonio Mella hasta Blas Roca y Carlos Rafael Rodríguez, sin dejar fuera ni a Sandalio Junco ni a Aníbal Escalante , Fabio Grobart, César Vilar, Leonel Soto o Joaquín Ordoqui.

Tal vez habrá que esperar a que se desclasifiquen los archivos.

Tal vez Ana Cairo ya la tenga engavetada.

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