Para Tiíta, por sus ochenta años
Yo llegaba del colegio —esa palabra tan suya, tan anacrónica, pues hacía rato que en La Habana le decíamos "escuela"— y descubría a mi abuela materna, Sagrario Pérez Rodríguez, natural de Olleros de Sabero, en frías tierras mineras al noreste de León, España, inclinada encima de la mesa del comedor, cortando grandes pliegos de papel espeso, dibujando moldes para las blusas que confeccionaba. El sonido seco y continuado de su tijera sobre la madera me llegaba con su voz, con su modo de canturrear cualquiera de los viejos temas de Imperio Argentina.
En aquella primera etapa la relación entre mi abuela y su cantante preferida era percibida por mí como algo meramente anecdótico, tal vez epidérmico, pero con los años ha pasado a ser una especie de marca de agua sobre el embalaje de mi propia historia, una de esas huellas indisolubles que suelen pasar inadvertidas para el ojo ajeno. Como el sonido de una tijera apoyada en la madera.
Contemporáneas eran —apenas tres años de diferencia—, y hasta se parecían: rostro lozano y alargado, con el toque peculiar de una ligera punta como prolongación de la barbilla, como un manguito…, ojos ojivales, boca pequeña, labios oscuros, a la usanza de toda heroína de cine del momento.
Vuelvo a ver esa escena de Morena clara, de 1936, en la que Imperio interpreta "El día que nací yo" mientras borda sentada en el alféizar de una ventana, y al acto me vienen a la mente las dos o tres imágenes de mi abuela Sagrario, jovencísima ella, en fotos sepia, que mi memoria y algún álbum extraviado han retenido.
Nace Imperio Argentina
El azar llevó a Imperio a nacer en Buenos Aires, en el popular San Telmo. Sería Magdalena, según su certificado de nacimiento, aunque siempre la llamaron Malena. Sus padres, el guitarrista gibraltareño Antonio Nile y la actriz y bailarina malagueña Rosario del Río, vivían a caballo entre la península y la que ya entonces era una ciudad cosmopolita, paso obligado para todo artista.
Se dice que a los cuatro años debutó en el Café Armonía, en Buenos Aires, y se sabe que hacia 1918 trabajó en el Teatro Comedia ante la cupletista y bailarina española Pastora Imperio, quien le adjudicó su primer nombre artístico, Petit Imperio.
Vendrá luego su presentación, en plena adolescencia, en el teatro Romea de Madrid, tras la cual se produjo aquella exclamación del escritor Jacinto Benavente: "Canta tan bien como Pastora Imperio y baila tan bien como Antonia Mercé, la Argentinita". Había nacido Imperio Argentina.
Uno de los primeros espectadores que sucumbieron a su encanto fue el cineasta Florián Rey, quien la escogió en 1927 para interpretar La hermana San Sulpicio, una película muda basada en la novela homónima de Armando Palacio Valdés. De esa época sobresale su interpretación del tema Caminito campero, junto a Carlos Gardel, en el filme Melodía de arrabal, de Louis Gasnier, rodado en París en 1933.
Casi setenta años después, en una entrevista con al diario español El País, en septiembre de 2000, Imperio Argentina declararía: "Era un tipo raro, Carlos. No era un hombre culto, y eso me fastidiaba. Yo considero que el artista tiene la obligación de cultivarse. Carlos era muy guapo, muy atractivo. Estuvo enamorado de mí, pero yo entonces era una jovencilla y mi verdadero amor era mi trabajo: cantar. Y cantar con él, todavía más. Me llamó para trabajar conmigo y yo, por supuesto, estaba feliz".
Mediaban los años 30, década en la que Imperio luciría sus mejores galas en el cine con tres títulos que la consagrarían, Nobleza baturra, Morena clara y Carmen la de Triana, esta última de 1938, donde Malena cantara la célebre copla "Los Piconeros". Y mientras disfrutaba de su éxito, en Europa se desataba la oleada nacionalsocialista: Leni Riefenstahl rodaba El triunfo de la voluntad, los humores se agriaban, los viejos resquemores despertaban...
El momento de mayor esplendor en la trayectoria de Imperio Argentina se produce con la recepción que el público hace de Nobleza baturra. Se cuenta que David O. Selznick, productor de Lo que el viento se llevó, viajó de repente a La Habana para constatar con sus propios ojos hasta dónde la eclosión de Imperio era real y para ver quién era exactamente la actriz que acababa de desplazar a Greta Garbo de la preferencia de los espectadores. No por gusto André Gide hablaría del fuego que corría por la sangre de Malena.
Junto a Hitler, en el Tercer Reich
Tras este logro, el director Florián Rey, ya entonces su esposo, acomete la realización de Morena Clara, un filme que llegó a hacer taquilla en las dos Españas, la rebelde y la republicana, en plena Guerra Civil; escalón previo a la filmación de una versión alemana de Carmen, de Prosper Merimée, rodada en Berlín, de donde destaca la invitación que el mismo Adolf Hitler le hiciera con la mediación de Joseph Goebbels, Ministro de Propaganda del III Reich.
"Yo he estado con Hitler así como estoy contigo y era un hombre muy atractivo —narró la actriz en una entrevista de marzo de 1995—. (…) Yo vi que ese hombre tenía el mundo en sus manos y que irradiaba una fuerza vital enorme. Cuando fui a visitarle me quedé asombrada. Me pareció un hombre muy atractivo, que luego lo perdió todo por su actitud asesina. Fue un gran periodista y un gran dibujante. Yo he tenido durante mucho tiempo unos preciosos dibujos realizados por el Führer".
En el año 2000, tras la insistencia punzante de la prensa, Malena abundaba sobre aquella cita en Berchtesgaden a la que había acudido ataviada con sobriedad, de terciopelo negro y una pequeña alhaja. Tenía veintisiete años: "Yo he estado al lado de Hitler. Era un señor especial. No era feo. Lo que le afeaba era ese bigotillo. Me abrazó y hablamos un rato. (…) Él quería ser amante mío, pero yo me negué. Me gusta decir que mis ideas sólo son artísticas. De política entiendo, pero me callo. Pero cuando vi de lo que Hitler era capaz... Aquello era espantoso".
Sin embargo, un documento sin firma redactado el 18 de mayo de 1937 por un representante del franquismo en Alemania, depositado en la caja 266 del Archivo General de la Administración del Estado, en su Sección Cultura, da cuenta del ambiente fraternal que primaba en aquellos tiempos: "Los centros oficiales alemanes que tienen verdadero deseo de conocer nuestra cultura nacional, no quisieron que, durante el tiempo en que nuestro glorioso Libertador tardase en arrojar de España a la canalla marxista, se interrumpiera la labor cinematográfica de Imperio y Florián, y llevaron su generosidad hasta a invitarles y poner a su disposición los estudios y recursos técnicos alemanes, para que desde Alemania pudieran seguir trabajando por el buen nombre y la cultura de España".
A la salida del encuentro con Hitler, según este mismo artículo propagandístico, Florián Rey, "dueño en todo momento de sí mismo", deja escapar de su mirada "una alegría intensa", mientras que su efusiva esposa tiende al desbordamiento: "Es increíble el tono de camaradería con que nos trató el Ministro. Y luego Hitler… Nada más bueno, más caballeroso, más humano y más sencillo que este hombre. Nos habló de España, de nuestra historia, de nuestra cultura y de la dura prueba que está atravesando nuestra amada patria".
Pero la historia privada de Malena tomaría otro derrotero: ya sea porque al día siguiente de la sangrienta Kristallnacht se percatara del inicio de la barbarie contra los judíos —se dice que ella misma reconoció los cadáveres de su sombrerera y de su marido, quienes se habían suicidado ante la avalancha de las hordas nazis—, o porque su relación con Florián Rey hacía aguas a partir de sus amoríos con el actor Rafael Rivelles, compañero de reparto en Carmen la de Triana, lo que obviamente no era para nada bien visto por la moral de alto voltaje católico del franquismo…, lo cierto es que Imperio da por cerrado su ciclo de dos años en la Alemania del Tercer Reich.
'La mujer ideal'
En sus maletas, tras el regreso a España y a las giras por varios países de América, Malena cargaba con su temple profuso y con un anecdotario muy particular. El eco de aquella tournée germana resonaría años después, cuando una presentación suya en el Carnegie Hall de Nueva York fue boicoteada por un grupo de espectadores que la acusaban de haber sido amante de Adolf Hitler, a lo que siguió la defensa de su admirador, el dramaturgo Tennessee Williams en The New York Times y el argumento de que hasta la Primera Dama Eleanor Roosevelt tatareaba sus canciones bajo el techo supuestamente impoluto de la Casa Blanca —como mi abuela Sagrario Pérez, de Olleros de Sabero, ama de casa y costurera por vocación, en La Habana, a donde había llegado para siempre de la mano de sus padres.
Otro fue el escándalo, cuando a partir de una foto en la que aparece junto a una Marlene Dietrich vestida de hombre en los estudios alemanes de la UFA, el biógrafo Donald Spoto le endilgara un romance lésbico con la actriz alemana.
Lo cierto es que Imperio Argentina, a quien Alfonso Reyes considerara "la mujer ideal", la misma a la que Juan Ramón Jiménez enviara tantas flores, resultó siempre objeto de deseo y símbolo de templanza para las cabezas ejecutorias del franquismo español.
José Antonio Primo de Rivera y el mismo Francisco Franco no escondieron su admiración por la diva. Junto a Lola Flores y a Concha Piquer, Malena completaba la femenina y sensual trinidad en el imaginario de la España de los años 50 y 60.
Quedaría por relatar su otro matrimonio, más que efímero, con Ramón Baíllo Pérez-Cabellos, Conde de las Cabezuelas; el nacimiento de sus dos hijos y más adelante sus trágicas muertes; la caída de su popularidad tras el fallecimiento de Franco, relegado su estilo y su figura por el empuje de los géneros en boga durante "El Destape"; su afinidad rampante con la mano dura del franquismo, su empatía con el muy castizo autoritarismo español, su anacronismo en los nuevos tiempos, el homenaje que recibiera pocos años antes de morir; un pedazo de película en las que canta "La falsa moneda" como luego nadie ha podido repetirlo; su soledad y su pujanza, su permanencia en la memoria colectiva…
Ella misma adelantó su retrato en Malena clara, el libro de memorias que escribiera en 2001 con la ayuda de Pedro Víllora: "He conocido el éxito, pero sé también lo que es el fracaso. He amado, pero alguna vez he sido traicionada. Incluso he padecido lo peor que le puede ocurrir a una madre: dos hijos he tenido y los dos han muerto ya".
"Si pierdo la memoria, qué pureza", escribió en un arranque de ilusión el poeta catalán Pere Gimferrer. Entiéndase esto, pues, como el deseo del retorno a lo primigenio, el olvido de la mala historia, de la mala conciencia, de la mala memoria.
Pero resulta que la memoria es también un valor, lo que nos salva en los momentos de hastío y de escasez.
A dieciséis años de la muerte de María del Sagrario Pérez, a diez de la desaparición de Malena, he vuelto a escuchar con fruición los viejos temas de Imperio Argentina. Su voz, su mirada desafiante a la cámara…, y luego el sonido áspero de una tijera que avanza encima de la madera familiar, son también una hermosa posesión, una especie de imperio particular, un pequeño territorio que ostentamos en silencio.