No recuerdo ahora quien escribió que prefería su Bowles en la forma de Jane, de la señora Bowles, aunque reconocía como espléndida la literatura de viaje de Paul Bowles.
¿Fue Truman Capote, que prologó su novela y fue amigo suyo?
¿Tennessee Williams?
Gore Vidal fue más partidario de Paul Bowles. Y lo mismo podría decirse de Williams Burroughs o de Norman Mailer. Lo extraño, sin embargo, es que lectores que no conocieron personalmente a ninguno de los dos Bowles se vean en la necesidad de tomar partido y entiendan a esa pareja de escritores como una disyuntiva.
Aunque quizás no hay nada extraño: les dedican la misma suspicacia que a cualquier matrimonio. Un tanto exacerbada, puesto que ambos son colegas de vocación y oficio. Y la obligación de elegir entre uno y otro parece urgir todavía más cuando llevan idéntico apellido. ¿Bowles él o Bowles ella?
Todo esto tiene, sin dudas, mucho de pasatiempo literario, de charada o adivinanza. Cuando no puede leerse más y no deja, sin embargo, de pensarse en autores y libros, se juega a las chapitas de la literatura y, como una disyuntiva entre otras posibles —¿Neruda o Vallejo? ¿Novela fantástica o novela realista?— viene a cuento uno de esos matrimonios de escritores.
Muchas veces con razones de envergadura. El suicidio de Sylvia Plath pesa a la hora de juzgar a Ted Hughes, por ejemplo, y si bien Leonard Woolf consigue salvarse de sospechas parecidas, Paul Bowles no se libra del todo. Pues Jane terminó recluida en una clínica psiquiátrica de Málaga, mientras él permaneció en la otra orilla, en Tánger. Porque iba a hablarse poco de ella, en tanto la fama de él se haría cinematográfica: en la escena final de El cielo protector (Bernardo Bertolucci, 1989) Debra Winger entra al café para que la cámara lo encuentre y él recite el final de su libro.
La luz de Tánger
El poeta y traductor Rodolfo Häsler (Santiago de Cuba, 1958) la emprendió hace tres años contra el olvido de Jane Bowles. Organizó en Málaga el primer homenaje mundial dedicado a la escritora, un evento que incluyó exposición, conferencias, reediciones de sus libros, estrenos musicales y lectura de poemas ante la tumba rehabilitada. Rodolfo Häsler fue también el editor de un magnífico volumen: Jane Bowles, últimos años, publicado por el Instituto Municipal del Libro de Málaga.
Su hermana, la soprano Ana Häsler, recupera desde hace más de una década a un Paul Bowles bastante inencontrable: el compositor musical, el autor de canciones.
Ambos alcanzaron a conocer en Tánger a Paul Bowles.
"Descubrí primero a Paul Bowles", recuerda Rodolfo Häsler, "cuando la editorial Alfaguara editó casi toda su obra a comienzos de los años ochenta. Yo vivía entonces en Madrid. Poco después de editar mi primer libro, Poemas de arena, en 1982, me fui a vivir a Madrid, y recuerdo que supe de los Bowles por Emilio Sanz de Soto, que era amigo de ellos y uno de los grandes anfitriones de ese Tánger dorado".
Häsler leyó entonces Déjala que caiga.
"La manera en que ahonda en el mundo mágico del norte de África, siempre con una prudente y fría distancia, me pareció fascinante. Y, naturalmente, al leer a Paul vino unido el descubrimiento de Jane."
Paul y Jane Bowles y Tánger.
"Tánger, el lugar donde encontraron su sitio todos los expatriados del mundo, donde todo era posible porque la tolerancia fue y sigue siendo una de las marcas de identidad de la ciudad."
Un mundo que ya le era familiar por todo lo que su padre, Rudolf Häsler, le contara sobre su estancia como joven pintor en Argelia y Marruecos. Un mundo al que su padre regresaría más tarde y donde establecería su estudio.
"Pasaba temporadas pintando y atrapando una luz que ya Delacroix y Matisse definieron como única. Es curioso cómo en la vida artística de mi padre hay un ciclo que empieza en el norte de África, donde pintó y afianzó una voluntad férrea de convertir la pintura en una actividad unida a la vida, y acaba pintando de nuevo en Tánger, a veces los mismos temas, pero ya con una sabiduría y maestría de quien lo ha aprendido casi todo."
Rudolf Häsler, suizo alemán, había viajado de joven por toda Europa hasta instalarse en el desierto argelino. Vivió luego en Marruecos y España. En Granada, en la casa de un amigo pintor, conoció a la santiaguera Lola Soler Sarlabous, que visitaba a sus abuelos paternos. Dos años más tarde, en enero de 1957, Rudolf Häsler llegaba a Santiago de Cuba para casarse con ella. A fines de 1959 se mudaron a La Habana y luego a Santa Fe.
"En Santa Fe pintó muchísimo, una pintura pura luz y color".
En 1968, el matrimonio y sus cuatro hijos dejaron la Isla. Rudolf Häsler conoció a Paul Bowles en Tánger (Jane había muerto en 1973), empezó a visitarlo frecuentemente, y hablaban de pintura y de viajes. Hizo de él dos retratos. Uno de ellos, el mejor, lo conservan sus herederos en la casa familiar de Sant Cugat, cerca de Barcelona.
"En una de mis visitas a mi padre conocí a Bowles", recuerda Rodolfo Häsler. "Era el otoño de 1996. El escritor y músico recibía por las tardes, a las cinco en punto, echado en su cama, con un batín marrón claro, con un foulard de seda de colores, con dificultad al andar, pero claro de mente y con una mirada que denotaba su espíritu libre y joven."
Hablaron bastante de España, un país que a Paul Bowles le interesaba mucho.
Un remolino para la tumba de Jane
Fuera de una novela primeriza y algunos textos inacabados, Jane Bowles es autora de la novela Dos damas muy serias, de un volumen de cuentos —Placeres sencillos— y de una obra de teatro: In the summer house. La novela y los cuentos ha sido reeditados recientemente por la editorial barcelonesa Anagrama, en una colección que recoge lo mejor de un catálogo de cuatro décadas. La obra de teatro ha sido traducida por primera vez al español.
"Es magnífica la traducción hecha por el poeta malagueño Carlos Pranger", recomienda Häsler. "Esa obra es de una intensidad, de una libertad absoluta en sus acciones y de un amor inteligente, incisivo, que la hacen avanzadísima para la época."
Lo cual pudo convertirse en un obstáculo.
"A veces estos autores que marcan un camino, que se adelantan a su momento, al gusto a la estética dominantes, resultan inclasificables, no entran en canon alguno. Y es lo que le sucede a la obra de ella, apreciada siempre por verdaderos amantes de la dificultad, de lo no evidente. Creo que Jane Bowles va a ser siempre una autora de minorías. Es como la poesía, siempre destinada a una específica minoría".
Häsler busca razones para lo breve de esa obra.
"La duda, la dificultad a la hora de escribir, el cuestionamiento continuo, el alto nivel de exigencia, fueron una gran losa que la hizo sufrir siempre."
Y entra en la cuestión del matrimonio.
"Es bien curioso que, cuando los Bowles se conocen, Jane es una autora respetada por una elite, entre ellos Truman Capote y Tennessee Williams, y Paul era un músico que empezaba a componer. Y cuando Paul inicia su carrera como escritor con enorme éxito, Jane se va apagando. Es como si le dejara el espacio a él, un acto de sacrificio que permite muchas interpretaciones."
Ingresada en Málaga, Jane Bowles atravesó por tratamientos de electroshock (han sido documentadas 23 sesiones entre junio de 1967 y mayo de 1968) y fue enterrada en el cementerio malagueño de San Miguel. Millicent Dillon, quien dedicó una biografía a cada uno de los Bowles, visitó su tumba: "Un empleado del cementerio me acompañó hasta un amplio espacio despejado en el que las sepulturas estaban en la tierra. Buscó entre las lápidas, comprobando las fechas. Luego me indicó una zona sin ninguna marca. La tumba estaba cubierta de cascotes, flores desechadas de otras sepulturas, cristales rotos y trozos de plástico y papel".
El volumen Jane Bowles, últimos años recoge las gestiones hechas por un grupo de gente memoriosa hasta conseguir que la tumba fuera renovada. Gracias a ellos, ahora existe en el cementerio de San Miguel una gran pieza de granito negro donde puede leerse "Málaga a Jane Bowles (1917-1973)", y más abajo esta inscripción: "Cabeza de Gardenia", el apodo con que Truman Capote la llamaba.
Días después del homenaje en Málaga, Rodolfo Häsler me escribió contándome la ceremonia en el cementerio. Richard Horowitz, autor de la banda sonora de El cielo protector, estuvo con ellos. Leyeron los poetas.
"La lectura en el cementerio fue maravillosa, Richard Horowitz tocó una flauta marroquí frente a la tumba rehabilitada, una flauta con una sonoridad como de viento, algo muy fúnebre y lejano, maravilloso, y en medio de su actuación el viento hizo un remolino y de repente todos los azahares de los naranjos cercanos a la tumba se arremolinaron y cayeron en espiral sobre el granito negro. Fue algo mágico."
Música sin estrenar de Paul
Ana Häsler, soprano, hizo estudios de canto en Barcelona y Viena, y perfeccionó su adiestramiento con Teresa Berganza, en la Escuela Superior de Música Reina Sofía de Madrid.
"En 1998 yo me encontraba en Tánger como parte de la gira internacional de conciertos por el centenario de Federico García Lorca. El programa de mi recital, que reunía canciones de distintos autores con textos del poeta granadino, contenía la sorpresa del estreno de las Cuatro canciones con textos de Lorca que había compuesto Bowles. Fue en esa ocasión que él escuchó por primera vez, emocionado, sus propias composiciones."
Aquella fue también la última salida de casa que el escritor y músico hiciera.
"Lo primero que me preguntó fue por qué motivo había elegido ir a Marruecos a cantar si, segun decía, aquello carecía absolutamente de interés para una actividad de este tipo. Él tenía esa clase de humor irónico, que yo capté al vuelo e intenté corresponderle con un 'Por eso mismo vengo aquí', que le causó bastante gracia."
Junto al pianista Enrique Bernaldo de Quirós, Ana Häsler ha grabado un álbum con varios ciclos de canciones de Paul Bowles: Tres canciones de las sierras (a partir de textos populares), Cuatro canciones (con textos de Federico García Lorca), Memnon (con poemas de Jean Cocteau) y Danger de mort (con textos de Georg Linze). Piezas a las que ella sumó obras para voz de Silvestre Revueltas, Manuel de Falla, Antón García Abril, Miquel Ortega (un ciclo de nueve canciones sobre poemas de Rodolfo Häsler) y las canciones de Ernesto Lecuona sobre poemas de Juana de Ibarborou.
"Se trata de una primicia mundial", comenta del disco, "porque nunca antes se habían grabado en su conjunto esas canciones. La mayoría de las francesas ni siquiera se conocían ni habían sido interpretadas antes".
El disco lleva como título Paul Bowles y España. "Puede decirse que hay un hilo conductor invisible en este registro, que sería, por un lado, Federico García Lorca, y, por otro, los lazos de amistad y afinidad entre compositores y poetas. Bowles decía que la mayor influencia, en su obra en general, era García Lorca."
"Nunca lo llegó a conocer, aunque sí conoció a Manuel de Falla."
La de Bowles, según Ana Häsler, es una música que bebe de dos influencias fundamentales: la estadounidense —el jazz, la ruptura de armonías, las composiciones de su maestro Aaron Copland— y la música popular, tanto estadounidense como española.
"Él era un amante de la palabra, de la poesía. Por eso fue, sobre todo, un compositor de canciones. Compuso canciones sobre versos de sus amigos poetas de la Generación Beat, sobre textos de Jane y sobre sus propios poemas."
Desde 1998 Ana Häsler ha difundido la música de Bowles en festivales internacionales, en más de una docena de conciertos.
Una huida que es un centro
"Paul y Jane vivieron al margen de modas, de grupos, de los típicos aspectos extraliterarios que conlleva toda vida social creativa", reconoce Rodolfo Häsler. "Desde muy jóvenes cortaron con todo eso y, de hecho, el salir de Nueva York para siempre ya indica una clara extraterritorialidad, o una búsqueda del otro, de lo lejano. Ellos entroncan con un tipo de escritor anterior, que hace del viaje una apuesta de vida."
Es ese es el mundo de los Bowles, según él: una huida que se convierte, con el tiempo, en un centro.
Tánger... Truman Capote le confesó a Jane Bowles que ante la Acrópolis de Atenas algunos podían sentirse en estado de sabiduría, en San Pedro del Vaticano otros podían sentirse en estado de gracia, pero en el Zoco Chico tangerino todos se sentían en estado de libertad absoluta.
"Los beatniks y, más tarde, músicos como los Rolling Stones, irían a Tánger siguiendo la estela que los Bowles iniciaron, en la búsqueda de un espacio que, siendo habitable, les ofreciera la suficiente extrañeza y esfuerzo de comprensión. Un esfuerzo que los mantuviera en vilo."
Y ahora que los viajes ha venido a ser sustituidos por los desplazamientos turísticos, Rodolfo Häsler piensa en el ejemplo de ambos escritores y de su padre.
En la entrevista que, junto a Alfredo Taján, le hiciera a José Carleton (publicada en Jane Bowles, últimos años), el último de los testigos de esa época recordaba cómo los Bowles tenían con frecuencia fuertes discusiones y, de repente, en medio de la tensión, se miraban fijamente y los dos empezan a reírse.
"Eran una pareja en discordia (así se titula un cuento de ella, anterior a la llegada de ambos a Tánger), dos personas muy diferentes", resume Häsler. "Paul era comedido, discreto, con una ironía hiriente y un punto de frialdad que se ve en su narrativa. Ella era pura comunicación, encanto, energía arrolladora, simpatía. Y, a pesar de eso, a pesar de ser escritores de temperamentos muy diversos, eran el uno para el otro, me atrevo a decir que complementarios a todo nivel."
"Si eran así en su relación, ¿por qué tomar a uno y rechazar al otro? Creo que se puede admirar la escritura helada de Paul y la escritura neurótica de Jane."
Completamente de acuerdo.
Pregunto a Ana Häsler por la ópera inestrenada que Paul Bowles escribiera sobre Yerma, de Federico García Lorca. Y ella me dice: "Solo puedo adelantarte, casi como un secreto todavía no desvelado, que estoy en los preparativos para su estreno mundial que tendrá lugar —¿dónde si no?— en España".