Lo primero en llegar al público es su voz, potente y bien timbrada, a pesar de los 120 años que esta mujer dice arrastrar consigo. Y de repente está ella ahí, bajando la escalera, aferrándose al pasamanos, con aires de gran dama, que recibe —a pesar suyo pero al mismo tiempo ansiosa de aplausos— a esos extraños que llegan a admirarla, como a reliquia viviente, por mucho que los insulte y se disponga a "darnos el sermón".
Quienes acudan al Miami Hispanic Cultural Center durante este y el próximo fin de semana, tendrán la oportunidad de mirarse en el espejo que Josefina la Viajera carga desde que Abilio Estévez la imaginó para Grettel Trujillo, actriz que ha tenido el privilegio de asumir desde su estreno mundial a esta mujer insólita. A esta cubana inmemorial e inmortal, como la Cuba misma a la que ama y de la cual reniega. A esa Cuba que es ella misma, y con la cual discute y comparte amores, pérdidas y, aquí, también, un álbum de canciones.
Y, cosa curiosa, esa voz, que ahora el tiempo me devuelve como reencuentro, es también mi primer recuerdo de Grettel Trujillo. Compartimos, desde la infancia, un paisaje único: la Santa Clara de mediados de los años 80, en la cual nos cruzábamos subiendo o bajando a los salones de ensayo de la Casa de Cultura de esa ciudad, ella a sus ensayos, yo a los míos. Un hilo de amistad nos enlaza desde aquel momento, memorias que el teatro ha dilatado al permitirme, también, corroborar, en Cuba y ahora fuera de ella, que el talento natural, la organicidad, la transparencia, la belleza teatral de Grettel Trujillo no ha perdido impulso alguno.
Desde las aulas del Instituto Superior del Arte, a verla junto a Raúl Martín y Teatro de la Luna asumiendo roles diversos en montajes como Electra Garrigó, La boda, Los siervos o El enano en la botella, hasta la presencia que fue ella el pasado viernes en la función que abrió esta nueva temporada de su regreso a Josefina la Viajera, hay todo un camino que se ha multiplicado en aplausos y que, amistades aparte, me emociona como ha de emocionar siempre un talento en plenitud.
Grettel Trujillo llegó a Miami, en 2001, con una carta de triunfo ya en las manos. Abilio Estévez había escrito, en el amargor del Período Especial, una de sus "ceremonias para actores desesperados", que se abrieran con la Santa Cecilia de Vivian Acosta en forma memorable. Tras cierta espera, Raúl Martín, en cuyas manos el autor de Tuyo es el reino depositó esas páginas, acometió el montaje de El enano en la botella. Y bajo esa piel se reveló Grettel Trujillo aquí, durante los días del I Festival Internacional del Monólogo coordinado por Lilian Manzor y Alberto Sarraín.
Fue entonces esa figura acorralada por la prisión de vidrio en la cual no tiene más alivio que imaginar ecuaciones imposibles, fórmulas de amor y desamor en la cual su memoria y sus anhelos tal vez no tengan sentido si se librara de esa cárcel transparente, como metáfora de una condición que los cubanos llevamos como tatuaje y destino desde hace mucho. Su interpretación fue deslumbrante, y le abrió las puertas a un nuevo paso en su vida: el difícil paso de hacer teatro en una ciudad y un país donde su ya sólido quehacer tendría que renovarse en otras escalas, a fin de mantenerla a la vista como una mujer hecha para las tablas.
Y es que, al igual que como le sucedió en la Isla, Grettel Trujillo es una mujer de teatro. No ha dejado de hacer televisión, de incursionar en otras labores. Pero su verdadera magnitud, la estatura real de todo lo que puede ofrecer a un personaje, gana su mejor calidad ahí, en la comunicación real con un espectador que, a estas alturas, la ha aplaudido en otros montajes, y que desde el estreno de Josefina la Viajera en el Teatro 8 de Miami, hace ya más de cinco años, sabe que ella guarda las actas, las fotografías, los manuscritos de este personaje para el cual viajar, andar, caminar incesantemente, significa estar viva a pesar de tanto agotamiento.
Cuando se rompe un collar
Josefina es un personaje en el cual un lector y espectador de Abilio Estévez reconocerá a muchas de las constantes de este notable dramaturgo y novelista. Ya en Un sueño feliz, estrenada en 1991 por Roberto Blanco con Teatro Irrumpe, aparecía la Marquesa de Campo Florido, que caminaba sin descanso por toda la Isla, la cual, como repite el personaje: "menos mal que se acaba en Pinar del Rio". En la Reina de su Perla marina, de 1993, hay un manejo de claves acerca del adiós, lo que somos y hemos perdido, que también adelanta lo que nos dice ahora este otro personaje, acaso emparentado con la Santa Cecilia que rinde tributo a La Habana.
Pero si Santa Cecilia, ahogada por sus propios recuerdos, por la imposibilidad de recuperar esos paisajes habaneros, persiste en contarnos lo que fue ese sitio y no veremos ya, Josefina es la imagen de un desarraigo que se enfrenta a la visión de una Cuba edulcorada, una encarnación delirante de la necesidad de independencia que debe ser fundamental a todo acto de vida, no importa bajo qué gobierno, mando, o credo filosófico. Josefina se mira en un espejo que la repite como actriz: irá en pos de la bandera que marca la independencia cubana y terminará en los escenarios más inesperados.
Enfermera, bailarina, espía, prostituta, modelo de Man Ray, tonadillera, esclava y nostálgica a pesar de sí misma, es un reflejo de lo que el autor nos advierte sobre Cuba: ese punto del mundo atrapado en los idilios que sus virtudes ofrecen engañosamente. Josefina discute e interpela a esa representación de Cuba, sabiéndola parte dolorosa de su destino. Y de ahí brota su tragicidad, su teatralidad, su fracaso y su gran triunfo.
Digo todo esto porque Grettel Trujillo ha entendido buena parte de todo ello. Y no solo lo dice con las palabras del autor, sino que lo traduce a su excelente labor actoral, y amén de todo ello, lo canta. Rolando Moreno, el director de la puesta que ahora llega en versión reestructurada en función del espacio donde se presenta, hace que Grettel venga acompañada de un pianista que hilvanará los pasajes del monólogo a través de un conjunto de canciones que ella asimila a manera de puentes dramáticos entre una cláusula y la otra.
Cuando nos hace subir al piso alto de la casona donde ocurre la representación, a manera de prólogo, interpreta "El viaje", un tema de Concha Valdés que ya conocía en la sentida versión de Ela Calvo, y que funciona aquí como leitmotiv al cual el personaje regresará constantemente. Grettel lo canta, ese y otros temas, no solo cubanos (también se acerca a "Naranjo en flor", de los Hermanos Expósito), para rearticular el alucinado ir y venir de esta dama, expatriada porque sí, en pos de una libertad que solo el espejo, su imagen, su pasado, sus propias dudas, parecen atenazar.
La complicidad entre la actriz y el pianista (Isaac Rodríguez), que recuerda a no pocas divas de la canción cubana que lucieron esa clase de acompañamiento, dinamiza la puesta en escena, y es un punto que podría ganar aún mayor gozo, sin poner en peligro lo que Abilio Estévez nos dice a través del personaje. Ideas, las suyas, intensas y retadoras, firmadas con la mano del poeta que sabe que el teatro puede ser un insulto, un riesgo, una provocación hermosamente escrita.
Tuve la suerte de acompañar a Josefina la Viajera en Cuba, cuando Teatro El Público la estrenó en La Habana, con ese rol asumido por el prodigioso artista que es Osvaldo Doimeadiós. No caeré en la fácil tentación de comparar un espectáculo con otro, de distinguir entre estos dos intérpretes al que me parezca más atinado. Ambos son figuras de talento indiscutible, y las dos puestas, imágenes de un texto que contiene mucho por descubrir y dinamitar. Eso queda demostrado en lo que corroboro hoy, al reencontrarme con Josefina en la piel de una actriz que va a llevar consigo para siempre esas palabras y esos estallidos. Son simplemente pruebas de la valía de lo que imaginó Abilio Estévez, de la necesidad de actores, directores, dramaturgos y gente de talento para hacer del teatro, en cualquier lugar, una experiencia memorable e irrepetible.
Eso sentí ante la Grettel Trujillo que ofrece un café imaginario a sus espectadores, y nos deja percibir hasta el aroma de ese líquido que jamás beberemos. En la función, uno de sus collares de perlas teatrales se rompió. Y ella jugó a que el efecto, el accidente, era parte de su propia actuación. Ella y su director han escogido del largo texto lo que creen imprescindible, y han acudido a la música, esa otra sangre del cubano, para recomponer lo escrito, como si salvaran fragmentos de un manuscrito perdidizo.
La belleza del empeño nos deja saber, incluso, las palabras que no oiremos acá, y que podríamos buscar en el texto íntegro de Abilio. El espacio donde se presenta la obra: una galería que carece de las facilidades propias de una sala convencional, hace que la entrega de la actriz implique un esfuerzo mayor: sin luces, ni efectos, ella será una Josefina que podríamos tocar con solo alzar la mano. Y esa vulnerabilidad que es también la fuerza poderosa de una entrega auténtica, nos lo impide, hasta que la mano misma se une a la otra en un aplauso rendido.
Aplaudirla a ella, a esa imagen rota de Cuba, es tratar de restañarla. Y lo hace esta mujer, con esa voz inolvidable, a la que conocí siendo una niña y que mantiene la misma fidelidad al teatro que ya la distinguía en aquellas fechas.
Un crítico debería ser un espectador imparcial, libre de sentimentalismos. Pero aquí, ante esta mujer a la que más que aplaudir quiero abrazar, dejo mi recomendación a todos ustedes. No solo para que acudan a la casona a verla y elogiarla. Sino para reconocerla como una artista que, en su más genuina transparencia, nos devuelve sin afeites la emoción de un verdadero momento de teatro.
Josefina la Viajera de Abilio Estévez, bajo la dirección de Rolando Moreno, tendrá funciones el 26 y 27 de julio, a las 8:30 pm, en el Miami Hispanic Cultural Art Center (111 SW 5th Ave).