El año pasado mi mujer me regaló Soulería, de Pitingo, y este año fui yo quien repitió. Corriendo, busqué Malecón Street (Universal Music Spain, 2011), el álbum "rodado" en La Habana, para ver qué tenía que decir este muchacho nacido en Huelva en 1980, precisamente cuando una parte de la población cubana se marchaba o intentaba marcharse por el puerto del Mariel.
Descendiente de familia musical y aflamencada, con un look cambiante que ha ido desde la cresta de gallo engominada hasta el molde de una estampa guajira con sombrero panameño, como reza la carátula sepia de su más reciente entrega, Antonio Álvarez Vélez, Pitingo, parece un inquieto corredor de distancias cortas.
En música —en otras cosas sí— no suelo ser prejuicioso. Nada está dicho del todo y mucho menos cantado, así que, teniendo en cuenta los múltiples homenajes realizados a la música cubana desde la mirada exterior, disciplinadamente, compré lo último. Con el disco en las manos —doble, porque incluye un DVD— leí el listado: todo de autores del patio de todos los tiempos; todo de lujo, según la memoria de melodías clásicas, antológicas, pero a priori lo vi un poco arriesgado.
Trece temas muy conocidos nos pondrían en un mismo álbum a Portillo de la Luz, Arsenio Rodríguez, Frank Domínguez, Moisés Simons, Manuel Corona, Pedro Junco, Joseíto Fernández y Miguel Matamoros, entre otros. Los títulos supongo que ya se pueden imaginar. Los cubanos estamos acostumbrados a escuchar todo esto por separado, o cambiando de discos, de manera que uno se pregunta de antemano cuál sería el denominador común en este compendio, cuál la línea de conexión que no sea la tan llevada y traída temática cubana, dicho así como si la Isla fuera un tema, que, desgraciadamente, afuera lo es.
Los que nacimos allí, por suerte o por desgracia —pensando en la incurable nostalgia—, estamos acostumbrados a delimitar los campos por fuerza mayor; de lo contrario pereceríamos aplastados por la abundante música nacional. Como el bolero es el reposo, la disipación del pentagrama, parece que, a Pitingo, sus productores lo llevaron por ese camino, pero solo en apariencias. Arranca el disco con Nosotros, del pinareño Pedro Junco, y hasta ahí marcha bien, porque a continuación empiezan los experimentos, con el más conocido tema de Portillo de la Luz, Contigo en la distancia, que el artista andaluz lo lleva a divertimento, con esos coros tan en el estilo de Alejandro Sanz, con guitarra flamenca incluida. Pero pasa, el oído lo perdona. Hasta que cae La Guantanamera, y nos rompe la ilusión.
Pitingo por desgracia no encaja para esto: sus gorjeos, su voz que no soporta escalas altas, y lo que está detrás: las manías del remake de los productores con el tema Cuba, casi a la ligera, porque no es menos cierto que Cuba vende, hasta que la fórmula se agota. Detrás de El Manisero, Longina, La vida es un sueño, Inolvidable, Tú me acostumbraste, Son de la loma y Quiéreme mucho (que hasta la ha cantado Julio Iglesias) hay una historia compartida por millones de melómanos que entonábamos en fiestas particulares, como si esas canciones fueran nuestras, siempre con el matiz diferenciador y la matriz de cada una de las letras detrás de la oreja.
Ya lo decía: es un proyecto demasiado ambicioso.
Para hacerlo movido, tal vez dinámico y que no se parezca a otros proyectos anteriores tan reconocidos como el de El Cigala y Bebo Valdés, por citar un ejemplo, Malecón Street innova en los arreglos pero, a mi modo de ver, los deja pobres: La vida es un sueño, de Arsenio, jazzeada y con tímido montuno en el piano; Quiéreme mucho que al final parece ser un tango, queda muy por debajo de las expectativas.
En resumen: se han mezclado aquí demasiadas intenciones. Musicalmente hablando: demasiado ruido en el sistema, sobradas referencias que no conducen a un único lugar llamado La Habana o llamado Cuba.
Se agradece a Pitingo la intención. Se ve que hay honradez y sinceridad en esa mirada suya a la desvencijada Isla, explayada y reprimida ínsula a partes iguales. Quizás, quizás él no tenga la culpa.