"Me toca en el 2014", así respondió una poetisa cubana a la pregunta de cuándo se vería su obra en las librerías. No bromeaba, esa fue la fecha que le dieron en el Instituto Cubano del Libro para publicarle una colección de poemas. Ante la queja razonable, el funcionario a cargo le aclaró: "tú no eres Nancy Morejón, y hay una lista de espera".
Es cierto que la escritora no es Premio Nacional de Literatura y que su nombre tampoco rima con revolución —temática de acierto en el camino del éxito.
La industria del libro en Cuba está envilecida desde los cimientos hasta la cumbre, como el resto de los engranajes del sistema. Para publicar en cualquier género sin grandes obstáculos ni frustrantes demoras, es necesario poseer un currículum abultado, un nombre conocido y un compromiso público con el gobierno.
¿Cómo se rompe, entonces, el círculo vicioso de no publicar si no tienes currículum y no tener currículum si no publicas?
Todos los escritores saben que las casas editoriales provinciales son vulnerables a los CUC: por 100 "chavitos" cualquier desconocido obtiene un editor y una tirada de 200 ejemplares, siempre que el libro no exceda las 100 páginas ni verse sobre "cuestiones delicadas".
Otro camino eficaz para alcanzar las librerías es comprar premios en concursos que incluyan pagos de derechos de autor y publicación de la obra. Esto puede parecer imposible a primera vista, pero si sabemos que los organizadores de los eventos se cuidan de hacer público el nombre de los miembros del jurado, no es difícil entender cómo se logra el acceso a los resultados.
Los establecidos en la cumbre mantienen y respetan un compromiso tácito de favorecerse los unos a los otros. Fue sonado el espectáculo que dio una multipremiada escritora, convocada como jurado en la pasada edición del concurso provincial de literatura en Ciudad de la Habana, porque la directora provincial del libro se negó a entregarle las plicas de los participantes antes del veredicto. "No puedo otorgar un premio a un don nadie perjudicando a un conocido", se quejó la escritora.
Los que prueban la miel de la publicidad por esta vía, pronto descubren que es insostenible. Las editoriales regionales pagan 1.000 pesos en moneda nacional como derecho de autor, eso equivale a 55 CUC, aproximadamente.
Durante el año pasado todos los concursos y premios que incluían pago en metálico fueron "congelados" por el Ministerio de Cultura, debido a la falta de fondos y a la necesidad de "revisar la política de estímulos". Sin embargo, no cesaron las campañas del organismo para estimular a los escritores a presentar sus obras en Cuba, aunque se ha tenido que reconocer que los mecanismos de casa no tientan a nadie y que es mucho más ventajoso colocar un solo poema en el extranjero que todo un poemario en la Isla.
Las editoriales nacionales, por no hablar del Instituto del Libro, son inaccesibles para los principiantes. Los consagrados saturan cada año los planes de publicación, pero ni siquiera ellos escapan al mecanismo de prioridades.
Es sabido que este año muchos se vieron perjudicados por la publicación de los dos libros de Fidel Castro, La contraofensiva estratégica y La victoria estratégica.
Los libros de Castro no hacen cola
Los volúmenes no pasan de ser textos de historia, "imprescindibles", según el ex gobernante, en esta etapa de crisis global. El Instituto Cubano del Libro les dedicó gran parte del tiempo y los recursos materiales de que disponía para garantizar la realización exitosa de la próxima Feria del Libro de La Habana, uno de los principales eventos culturales de la Isla.
Se tiraron 100.000 ejemplares de cada tomo, privilegio que en Cuba solo disfrutó, al inicio de los tiempos revolucionarios, El Quijote; se emplearon la técnica de impresión más novedosa y el mejor papel disponibles. Castro determinó el precio, la forma y las condiciones de venta. La Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado fue la encargada de supervisar el proceso y hacer cumplir sus órdenes.
Nada de eso sería noticia si no fuera por las consecuencias. El Ministerio de Cultura y el Instituto del Libro se habían comprometido a presentar 350 nuevos títulos en la próxima edición de la Feria. Pero cuando la imprenta Federico Engels —encargada de la tirada— recibió la orden de detener todos los trabajos y dedicarse a los libros de Castro, sólo 190 títulos de los planificados estaban listos.
Para encubrir la falta, la Dirección Provincial del Libro fue encargada de sacar de las librerías y los almacenes los ejemplares excedentes de la pasada edición de la Feria, incluso fue autorizada a solicitar títulos a las provincias vecinas. Esta claro que con esta medida cumplirán el volumen de presentaciones, aunque no de novedades.
Según entendidos en la materia, para que los libros de Fidel Castro fueran rentables deberían venderse en 30 CUC, pero el autor ordenó que se comercializaran en 30 pesos, moneda nacional; también dispuso que se vendiera un ejemplar por persona, argumentando que debía evitarse el acaparamiento para que el texto llegara al mayor número de lectores posible.
Por eso, cuando a la librería Ateneo llegó un oficial de las Fuerzas Armadas interesado en adquirir 40 ejemplares para la biblioteca de su unidad militar, la administradora del establecimiento le negó la compra. Ante la incomprensión del interesado, la empleada le mostró la carta circular, con membrete de la Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, que especificaba las condiciones de venta.
El militar se presentó al día siguiente con un ómnibus lleno de reclutas, a los que hizo adquirir y pagar un ejemplar per cápita. El incidente trascendió cuando la administradora fue sancionada, primero, por mostrar la circular que —como le habían explicado— era para "consumo interno" y, segundo, por vender más de un ejemplar a sabiendas de que detrás de la compra estaba una misma persona.