Confieso que al principio tuve la ilusión de que ahora sí lo harían bien, de que por una vez en la historia del socialismo en Cuba enmendarían el desinterés vicioso, la imprecisión con que ejecutamos todo, y controlarían satisfactoriamente la epidemia. "Se juegan su permanencia en el poder si el virus se desata", me dije. Después de todo, si algo han sabido hacer durante 60 años, es no perder el poder.
La ilusión duró hasta hace poco. El peor escenario para Cuba —según lo entendía— era que el desorden de la naturaleza, en forma de virus, se mezclara con el humano, en forma de ineficiencia socialista, que hace décadas cultivamos. Me temo que ese escenario está pasando. Dos experiencias familiares me lo confirman. Ambas se acercaron a ese límite que es la muerte.
La primera experiencia ocurrió en agosto, cuando mi abuela de 92 años tuvo síntomas de una infección respiratoria. En el policlínico, en lugar de alarmarse y sospechar del virus, como prescribe la propaganda oficial, el médico le indicó reposo y el antibiótico que tuviéramos en la casa (en las farmacias hace rato que no hay de nada), que era ciprofloxacina.
Mi abuela no mejoró. A los pocos días tuvo una crisis con falta de aire, fiebre alta, se cayó de la cama y se hizo una pequeña herida en la frente. En el Cuerpo de Guardia del hospital Calixto García se concentran en la heridita en la frente, en lugar de en la infección respiratoria. Una joven neuróloga la cose mal y nos dice que es imposible que tenga neumonía porque "no ha estado acostada" (de lo cual yo deduje que en esa posición había pasado ella casi toda la clase de neumonía, pero no discutí). El resultado es que la mandan de nuevo para la casa con ciprofloxacina, en una dosis errónea. Mi abuela empeora. A la semana tiene otra crisis que indica un probable edema pulmonar —que una doctora longeva del policlínico alivia, por suerte—. En el Calixto García nos mandan para el área que atiende problemas respiratorios, para evaluarla.
La consulta conocida como "Respiratorios" del Calixto García consiste en una pequeña sala de estar de aproximadamente seis metros cuadrados, habilitada para que los pacientes con síntomas respiratorios sean evaluados y divididos en "sospechosos de Covid" o "no sospechosos". A los primeros se les envía a centros de aislamientos. Los segundos, si están mal, van para tres o cuatro hospitales habilitados para ellos.
Mi abuela clasificó entre los segundos. Un enfermero malhumorado me dio unas botas de tela verde como protección y nos pasó a una salita para que se tramitara el traslado. Allí supimos que los hospitales destinados para pacientes "no Covid" están colapsados. Los pacientes no afectados por la epidemia, pensé en ese momento, sufrirán en silencio, porque todos los recursos estarían dedicados a la crisis. De manera que la espera se extendió durante toda la noche. En una camilla que pegué bien a la pared, acomodé a mi abuela y me dispuse a protegernos de todo el que entrara —para mí, sospechoso de Covid de antemano.
El primero en llegar fue un joven con asma, necesitado de un aerosol. Luego trajeron a una mujer de apariencia miserable que tosía sin parar con una tos seca (como la del nuevo coronavirus) y que tomaba sus síntomas y el nasobuco con indiferencia. Se la llevaron para un centro de aislamiento. No me dio tiempo a advertirle al acompañante de la próxima paciente que no se sentara en la misma silla sucia donde había estado la mujer anterior porque me concentré en arreglarle el nasobuco a mi abuela y en adivinar si la nueva inquilina también tendría el virus letal. Ojalá y haya limpiado bien la silla cuando se lo dije. Su madre, al parecer, tenía cáncer.
Estábamos dentro de un hospital-escuela enorme, inaugurado en 1896 y, sin embargo, los médicos no tenían medicinas. No podían ordenar medicamentos, nos dijeron, porque "la sala no era para eso". Mi abuela pasó la noche sin comida, antibióticos, ni apenas diagnóstico. Ella es una mujer fuerte, como veremos. Su sangre gallega le hace caminar muchísimo todavía y someternos a cumplir su voluntad, a pesar de la demencia. Esa es la única explicación que encuentro para que esté viva.
El día siguiente fue una pesadilla para mis padres. A las 10 de la mañana (con un poco de leche que trajimos y sin medicamentos) aparece por fin una ambulancia y los lleva a La Dependiente, con la promesa de un ingreso. Una hora esperaron al sol en la entrada de la clínica solo para enterarse de que no había cama disponible. Entonces empezó la negociación entre los ambulancieros, sus jefes y la jefa del Cuerpo de Guardia del Calixto García. Ésta última no quería readmitir a mi abuela. Tenía el Cuerpo de Guardia lleno, decía, en el Calixto estaba prohibido recibir casos con problemas respiratorios. Que la llevaran para el Clínico de 26 (el matadero que desgraciadamente "nos toca" por el municipio), dijo, porque mi abuela era de Playa, no de Centro Habana.
Mis padres gritaban que para allá no, que allí tampoco recibían pacientes con problemas respiratorios y, además, hace cinco años habían matado allí a mi hermana. El jefe de los ambulancieros decidió: regresar adonde la habían recogido. El problema no era de ellos. De vuelta al Calixto, "Respiratorios" no quería acogerla y la jefa del Cuerpo de Guardia seguía negada. Los ambulancieros la metieron a la fuerza en la primera consulta que vieron, donde, por suerte, encontraron a un médico colombiano que notó que mi abuela se estaba muriendo. Presión baja y nivel de saturación de oxígeno muy bajo también.
No tuvieron otro remedio que admitirla en la sala de ingresos del Cuerpo de Guardia, haciéndole un espacio entre las camas a su sillón de ruedas. Ahí mismo, en el pasillo, le pusieron oxígeno no invasivo, un suero y antibiótico. Como en todo el hospital docente Calixto García, ampliado en 1920, no había ni penicilina ni antibiótico fuerte, hubo que volver a la cirprofloxacina. Ahora en vena. Varias horas pasaron entre el sol, el orine y el decaimiento, hasta que por fin consiguieron que La Dependiente aceptara a mi abuela. Y allá fuimos otra vez.
El sanatorio que aún llamamos La Dependiente, a pesar de su actual declive, es uno de los sitios más agradables de la ciudad. Creado en 1884 por la Asociación de Dependientes del Comercio de La Habana, conserva todavía la atmósfera de la quinta que le sirvió de origen. Separado del mundanal ruido, el aire fresco la recorre siempre bajo los árboles, y una puede sentirse en paz allí y escribir La montaña mágica… si no fuera por todo lo demás.
El folclore de hospitales que todos conocemos —que incluye ventiladores porque hay mosquitos, cubos porque no hay agua, aseos porque no hay jabón, comida porque es pobre, sábanas, etc.—, se agrava ahora en muchos de ellos porque los pacientes están aislados. Excepto a un acompañante por enfermo, no se deja pasar a nadie. En situaciones normales, los familiares aliviamos las carencias con lo que traemos de casa. Ahora no. Los primeros días mi abuela se sostuvo con el suero fisiológico y algo de comida que pudimos pasar de contrabando. Pero los dos últimos días, cuando arreció la vigilancia y le quitaron el suero, mi abuela quedó supeditada a un brebaje que en los hospitales llaman "fórmula basal", que es como el agua gris que Ali Baba desecha después de haber pasado por el comedor y preparado la comida. De modo que mi abuela se iba apagando. Su voz, usualmente grave y de mando, se volvía un murmullo suplicante. Por suerte nos la llevamos cuanto antes y sobrevivió.
Pero lo que me decidió a redactar esta crónica no fue el episodio de mi abuela. Esa anécdota la iba a deja pasar, porque una a veces se sobresatura de decir tanta desgracia. Lo que me decidió a contarlo todo fue un final menos feliz y un esquema semejante que padecimos hace muy poco en la familia y que anuncia peores males.
El 3 de septiembre, un primo de mi madre, en Ciego de Ávila, va al médico porque siente falta de aire, fiebre y decaimiento. Al igual que a mi abuela, le pronostican una infección respiratoria común y lo mandan a casa. Es la semana en que Ciego de Ávila regresa a la Fase 1 porque el virus se ha expandido y dos hospitales, el provincial Antonio Luaces y el Roberto Rodríguez, de Morón, estarían comprometidos con trabajadores infestados.
Entre el 3 y el 5 de septiembre, el primo de mi madre vuelve a ir al médico y lo devuelven a casa. Finalmente, el sábado 5 la esposa reconoce que está demasiado mal como para quedarse allí y logra que lo reciban en el Luaces. Esta instalación no tenía, sin embargo, condiciones para acogerlo en terapia. Al comprobar el estado del paciente, los médicos deciden enviarlo a Morón, a ver si pueden conectarlo a un ventilador en una terapia de allá (hay que advertir que los pacientes graves como él no deben ser movidos, ya que empeoran). En Morón se encuentran con la noticia de que tampoco pueden recibirlo por falta de sitio. Entonces piensan en llevarlo a Camagüey. En algún punto de esta vacilación, los ambulancieros deciden regresar a Ciego de Ávila porque el paciente podría no aguantar un viaje tan largo sin condiciones. En la ambulancia no viajaba ningún familiar porque fueron advertidos de que entrarían en estricta cuarentena si subían.
Los familiares que quedaron en Ciego, en efecto, vieron cómo desembarcaba de nuevo en el hospital Luaces el padre, el esposo, el hermano, "casi negro", dicen, por la falta de aire. No dejaron entrar a nadie detrás de él y en cambio, desaparecieron con la camilla por un pasillo para volver al poco tiempo con la noticia de que el primo de mi madre había fallecido. Era el 7 de septiembre de 2020. Todavía no sabían si tenía coronavirus él o si lo tenía el resto de la familia.
Cuando estuvieron los resultados del PCR, tres días más tarde, el Dr. Durán informó del deceso en su conferencia de prensa televisiva: "tenemos que lamentar la muerte de (…) un paciente de 58 años de edad, también de la provincia de Ciego de Ávila, con poca comorbilidad, una hipertensión arterial. Ingresó el día 3 de septiembre… o sea comenzaron los síntomas el día 3 de septiembre. Se ingresa. Se confirma la enfermedad. Inicialmente… Desde que ingresó, tuvo manifestaciones de falta de aire, fiebre. Tuvo una evolución no favorable y en el día de ayer fallece este paciente, a pesar de todo el esfuerzo y de toda la aplicación de los tratamientos que están establecidos para salvar la vida. Reitero nuestras condolencias a los familiares … y como siempre digo para toda la población cubana y para todos los que de una forma directa trabajamos esta enfermedad, nos resulta difícil informar estos lamentables fallecimientos".
El fallecido tiene que ser él, tiene que ser el primo de mi madre. Es el único paciente de 58 años de edad que murió por coronavirus en Ciego de Ávila en esa semana, además, padecía solo de hipertensión arterial y el 3 de septiembre refirió oficialmente los síntomas por primera vez.
Mientras el Dr. Durán mentía con tanta holgura, la esposa de nuestro primo también presentaba síntomas y aún no le habían hecho pruebas ni nada. Ni a ella, ni a los familiares cercanos, ni a los compañeros de trabajo ni a nadie…
Al cuarto día de fallecido nuestro primo fue que vinieron a entrevistarlos debidamente, a hacerles los test y a aislarlos. No han tenido ese cuidado, sin embargo, con todos los sospechosos. Hubo familiares que estuvieron todo el tiempo cerca del paciente y que han sido ignorados hasta el sol de hoy.
Se trata de la desidia y el abandono que hemos padecido y ejercitado toda la vida. Años de malas prácticas y negligencias médicas sin consecuencias han ayudado a consolidarla. Los mecanismos de recompensa y castigo que el poder utiliza en contingencias como estas, al parecer, ya no funcionan. Quizás porque ha pasado demasiado tiempo desde los inicios de la crisis y se ha perdido la tensión necesaria para ellos —la tensión también de un finalista, de un desorganizado que se preocupa por reparar las grietas a medida van saliendo—. De manera que el único recurso que les queda es la represión, la solución de siempre: dictar medidas de restricción exageradas (con menos de 40 casos de promedio diariamente en La Habana, estamos con toque de queda y muy aislados) y esperar por lo mejor. De una cosa estoy segura ahora: están mintiendo.
Pepito Ferrer____ ver YouTube „hospitales cubanos“Jajajajaja,,,
Ocultar a toda costa 60 años de involución y fallidos experimentos de un dictador megalómano fascista y su maligna familia.
FAKE NEWS
Como el agua turbia de Cienfuegos ... no hay peor ciego que el que saca los ojos para complacer a sus amos ...
Lo repito por 3ra vez: El primer extranjero (un italiano) que murió en Cuba por Covid-19, falleció por una insuficiencia renal aguda, se encontraba en el IPK (supuestamente un centro de excelencia) y allí no había una sola máquina de hemofiltración o de hemodiálisis. Si esto es así para extranjeros QUE PAGAN SU ATENCIÓN EN DOLLARS”, qué queda para el pobre cubano de a pie?
Si no tienen suficientes máquinas de hemofiltración, mucho menos deben tener suficientes ECMOs (máquinas de oxigenación extracorpórea), que son con frecuencia requeridas para tratar a los pacientes con insuficiencia respiratoria grave causada por este virus.
Esos tipos del MINSAP, como tantos otros miembros del gobierno de Cuba, son unos mentirosos. Lo vengo diciendo desde hace rato: desde un principio vienen falseando las estadísticas del número de casos, además no tienen control sobre esa Epidemia, ni están tratando adecuadamente a los pacientes con la enfermedad.
Lo más irónico de todo, es que envían cruzadas de médicos a terceros países a luchar contra la pandemia y después estos regresan gloriosos anunciando que le dieron su merecido al Covid y que salvaron x cantidad de vidas, bla, bla, bla....
Los comunistas viven de la mentira, y la mentira se nutre de ellos ... es un ciclo vicioso maligno que solo puede ser destruido, destruyendo a los comunistas ...
En síntesis: el remedio está siendo peor que la enfermedad.
La ''potencia médica'' al igual que la escolar son grandes MENTIRAS de la propaganda castrocomunista.Nadie en Cuba se cree el cuento. Es para el exterior fanático de ideas de un socialismo en ruinas. Pocos botes han navegado con tanto comején a bordo y haciendo agua ...
Una amistad mia tiene pariente medico en el Calixto ,García, prohibido por los segurosos hablar sobre el Covid o las carencias. Les advirtiron que las represalias podrian ser años de cárcel o separación definitiva del sector con pérdida del título.
Hay que celebrar que se publiquen testimonios como este para que la opinión pública conozca la verdad sobre el mito y falsedad de la salud pública en Cuba en la voz de la protagonista y no de una trama „imperialista yanqui“.