No es mi intención aquí hacer una confrontación de estas dos ciudades. Más bien mis objetivos son pacíficos, pues más allá del enfrentamiento, existen los cálculos de las pulsaciones, del rendimiento.
Trinidad es un municipio de Sancti Spíritus, pero los trinitarios se hacen llamar trinitarios a secas. Trinidad tiene esa autosuficiencia como para dejar de sentirse municipio, pues su genuina belleza la convierte en una ciudad excepcional, diferente a todos los municipios de la Isla. Trinidad cumplió 505 años, y mi pregunta para todos los trinitarios que tenía al alcance era, "cuando los 500 de Trinidad, ¿el cumpleaños fue tan mediático y propagandístico como el de La Habana?". Los trinitarios respondían con una risita sarcástica, "para nada".
La Habana, en cambio, ha despuntado, sino desde siempre, con una megalomanía que eclipsa al resto de las provincias de la Isla. Nada tan verídico como el famoso dicho popular: "La Habana es La Habana y lo demás, áreas verdes". Pero esto daría para mucho más que una cuartilla, el egocentrismo de esta ciudad que va más allá de su función capitalina.
Hace poco observaba a mi abuela, quien se encuentra bien físicamente aunque cada día demuestra una acelerada pérdida de memoria. Mi abuela siempre fue una mujer presumida, pero con buen gusto y elegancia. No obstante, ahora ese presumir se ha convertido en un abigarramiento de prendas y maquillaje. Yo le pregunto, curiosa, por qué usa tantos collares y pulsos, y ella me contesta: porque me aburro. Esa respuesta, al cabo del tiempo, me ha aclarado muchas cosas.
Yo observaba en Trinidad una frescura natural, una conciencia cívica de los pobladores, hacia la conservación del Patrimonio. Había un orgullo, una preocupación. No sé bien si era ese paisaje montañoso al fondo o la ciudad inmóvil, apenas esmorecida por el tiempo, lo que hizo sentirme fuera del país, en otro tiempo, de otra latitud.
Trinidad es la ciudad colonial mejor conservada de Cuba y la segunda Villa fundada. Tal vez sea su intrincada ubicación casi laberíntica la que la ha salvado de los desperdicios y la densidad poblacional, su centralidad entre montañas y mar para la anticorrosión, su simpleza y tonalidad primaria para las mañas y perversión de las adaptaciones de los estilos modernos.
Mientras, La Habana envejece decrépita, llena de fertilizante para el crecimiento de lo muerto. Tal pareciera que se aburre.