"La policía nacional no será nunca más un azote de la ciudadanía." Lo dijo a la revista Bohemia hace 60 años el comandante Efigenio Ameijeiras, cuando asumía la jefatura de ese cuerpo armado y prometía que serían nuevos sus modos y conductas, porque así era la Revolución que estrenaban. Decía.
Si le mostraran una de las más recientes escenas de brutalidad policial en La Habana, filmada desde el Gran Hotel Manzana Kempinski, Ameijeiras quizá escondiera los ojos tras los dedos finos o tal vez ni se inmutara, se haría el de la vista gorda. Las posibilidades oculares son pocas.
No existe un solo comunicado, en los últimos 60 años, por parte de la actual jefatura de la Policía Nacional Revolucionaria (PNR) sobre los cada vez más naturalizados abusos de poder por parte de sus efectivos, gente hastiada también por las necesidades. Pocas placas en el pecho pueden acortar las estrecheces como la policial.
"Se acabó para siempre el saqueo a los comercios por parte de los hombres uniformados", contestó a un reportero Aimejeiras, con su cara de animal somnoliento, el pelo hecho rizos asomando bajo una gorra verde olivo.
La corruptela policial amenaza el trabajo al margen del Estado, patologizado como una marca burguesa y egoísta por la moralidad socialista y relanzado con las reformas de Raúl Castro. Quienes lo ejercen sin licencias pagan coimas a algunos policías para poder trabajar. Cuando el pago no llega puede ocurrirle como a este bicitaxista en la capital al que un policía golpeó.
En 1959 poco imaginaban los cubanos fuera de una expectativa esperanzadora. Entonces, el ánimo de la gente, desgastado por casi siete años de guerra civil, acaso precisaba creer que vendría algo mejor. Aimejeiras, con dos hermanos muertos por las fuerzas represivas, también.
"Aspiro a que el nuevo policía de la Revolución sea visto como un defensor de los derechos ciudadanos, de la propiedad y de la vida, no como un enemigo del pueblo", respondió el comandante, de 27 años y que había sido chofer de alquiler en La Habana antes de alzarse en la Sierra Maestra contra el batistato.
Su propio gremio es hoy de los más vilipendiados por la PNR. No pocos agentes de tránsito "crean" infracciones, presionan a taxistas o boteros con detalles que van desde un espejo sin el ángulo "correcto" hasta la "poca visibilidad de la chapa". Tras el talonario de multas se parapeta una mano enguantada que espera billetes.
Aimejeiras pregonó con la candidez o la desvergüenza de los profetas militantes. Aseguró que en la nueva policía "nadie podrá golpear, vejar o maltratar a un detenido". Nadie es una palabra inmensa, más para una institución cuyo signo de origen es la represión. Cada vez más frecuentes reportes traen noticias de detenidos que mueren o acaban hospitalizados por los puños y tonfas de los agentes del orden.
Seis décadas atrás Almejeiras declaró a su entrevistador: "haremos de la policía una institución seria, decente y honorable". Con los años esa línea —anhelo o propaganda— que las imprentas salvaron en una revista Bohemia se tuerce más y más en inquietantes antónimos.