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Opinión

Donaciones extranjeras: cuando Fidel Castro las necesitó para salvarse

'Por estos días en que Nicolás Maduro realiza declaraciones inflamadas, estaría bien que allegados y enemigos tuvieran en cuenta este episodio de la historia de Fidel Castro.'

La Habana

Por estos días hemos sido testigos de los obstáculos oficiales para la asistencia ciudadana a los damnificados tras el tornado que afectó nuestra capital el pasado 27 de enero de 2019. La denuncia realizada por la directora orquestal Zenaida Castro Romeu, que mediante fotos y por medio de una breve narración publicada en Facebook, denunció el maltrato sufrido por policías y funcionarios apostados, no para ayudar a personas que perdieron sus casas o pertenencias, sino para impedirles recibir alguna ayuda, resultó uno de los testimonios más indignantes del conjunto que por estos días se ha podido ver y leer en las redes sociales.

De manera simultánea, asistimos a la negativa de Nicolás Maduro de aceptar la entrada de donaciones en Venezuela para atender las necesidades de alimentos y medicinas de la población. Ha sido un colega de Zenaida Castro Romeu, el director de la Filarmónica de Los Ángeles Gustavo Dudamel, venezolano, otro de los que se ha sumado a las peticiones de que el ejército de su país permita el paso de la ayuda humanitaria que se acumula en la localidad colombiana de Cúcuta.

Distantes en tiempo y espacio, estos eventos actualizan la disposición totalitaria a establecer el sufrimiento ciudadano como modo de control político, y a sostenerlo para evitar la denuncia implícita en la exhibición del deterioro.

El fenómeno no es nuevo para los cubanos. El castrismo ha sabido administrar las crisis derivadas de la miseria y el abandono institucionales. La Crisis del Mariel, el llamado Periodo Especial, y la Crisis de los Balseros, han sido quizás las etapas que han expresado el desespero social en términos más extremos. Igualmente, cuando lo necesitó, Fidel Castro supo evadir en provecho propio el rigor de sus políticas.

En el año 2003 al dictador cubano le restaban tres años de ejercicio efectivo del poder. Con meses de diferencia fueron encerrados en prisión 75 opositores cubanos, y asesinados tres jóvenes de un grupo que buscaba abandonar el país por medio del secuestro y desvío de una lancha de pasajeros.

El rechazo internacional a este frenesí criminal fue enorme, y las denuncias individuales, incluso de antiguos acompañantes de la dictadura cubana, fueron seguidas de declaraciones institucionales. Al escrito "Cuba duele", de Eduardo Galeano, o "Hasta aquí he llegado", de José Saramago, se sumaron las declaraciones de la Unión Europea (UE) deplorando la naturaleza de tales crímenes, ratificando la Posición Común hacia Cuba, acercándose a la oposición interna y reduciendo los intercambios oficiales con el Gobierno de Fidel Castro.

El 26 de julio de 2003, en un discurso que podría pasar a la historia con el título de "Autobombo de un narcisista", Fidel Castro anunció que "El Gobierno de Cuba, por elemental sentido de dignidad, renuncia a cualquier ayuda o resto de ayuda humanitaria que pueda ofrecer la Comisión y los gobiernos de la Unión Europea".

La asistencia europea a Cuba se había destacado en la financiación de la recuperación luego del paso de ciclones, la salud pública, la instrumentación de programas de producción alimentaria, y la educación superior. De manera unilateral estos programas fueron cerrados dejando sin atención o asistencia a miles de cubanos.

No pasaría mucho tiempo para comprobar que la precariedad ciudadana no era algo que Fidel Castro deseara compartir. Una grave enfermedad lo distanció del ejercicio del poder en el año 2006. Poco después se hizo público que la embajada cubana en España había solicitado medicamentos para el dictador cubano al Consejo de Sanidad de la Comunidad de Madrid.

Quien no hacía mucho, en aquel discurso del 26 de julio, tronara contra la UE afirmando: "La Unión Europea debe moderar su arrogancia y prepotencia", mendigaba ahora un puñado de pastillas e inyecciones para extender su vida.

Al mismo tiempo, un médico español, el doctor José Luis García Sabrido, era liberado por sus superiores en el Hospital Público Gregorio Marañón para viajar a Cuba a atender a Fidel Castro. Traía consigo equipos de tratamiento y diagnóstico. Luego de décadas de exaltar la salud pública cubana, el comandante en jefe procuraba un médico extranjero con equipamiento que, es de suponer, era desconocido en nuestros centros de salud.

No limitó siquiera al comandante en jefe el hecho de que la presidenta de la Comunidad de Madrid por aquellos días fuera Esperanza Aguirre, una de las líderes del Partido Popular, el mismo de José María Aznar, y clara enemiga de la dictadura castrista. A Aznar había dedicado Fidel Castro algunos "elogios" aquel 26 de julio de 2003, al considerarlo "un personaje de estirpe e ideología fascistas".

Por estos días en que Nicolás Maduro realiza declaraciones inflamadas y se realiza selfis al lado de cohetes, estaría bien que allegados y enemigos tuvieran en cuenta este episodio de la historia de Fidel Castro, el hombre que arrastró a un pueblo a la inmundicia en nombre de valores que jamás respetó.

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