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Opinión

Votar NO: mucho mejor que no votar

Proceder conforme a la ley electoral no significa darle legitimidad al Gobierno, sino revirar esa ley contra ese Gobierno.

Miami

Votar NO el 24 de febrero es la manera más práctica y eficaz, posiblemente irrepetible, de expresar masivamente el rechazo al totalitarismo en Cuba. Práctica porque es la alternativa que ofrece la propia boleta del referendo constitucional con su casilla para el NO; eficaz porque al marcar NO de forma clara e inequívoca la boleta se torna palpablemente contable.

Cada NO se convierte es estadística opositora perfectamente documentada. Cada NO es un documento de rechazo, oposición y condena. Cada NO será defendible en el conteo que cada colegio viene obligado —por ley— a efectuar al final de la jornada del referendo en presencia de todos los ciudadanos que así lo deseen.

Cada votante de un NO puede exigir que su voto cuente no solo al colegio donde lo marcó, sino también a la Comisión Nacional Electoral, a los tribunales cubanos en proceso administrativo y de ahí al mundo, que solo apoya a opositores militantes organizados en plataformas de lucha cívica que empleen la ley como recurso disidente. Y es fácil porque el propio régimen ofrece la privacidad íntima del recinto de votación para plasmar la marca indeleble y segura del NO al comunismo y a la servidumbre, a los Castros y a sus acólitos.

Este momento es casi irrepetible dentro de "la revolución". Antes solo fue posible en 1976, durante la "institucionalización" de esa revolución que vino a organizar un proceso eleccionario (seleccionario) después de 17 años de "consolidación" totalitaria al más acabado y clásico estilo del comunismo soviético.

En esa ocasión de apogeo y plenitud revolucionaria se logró un éxito fantástico y resonante con la aprobación de un texto constitucional de autocensura y opresión por más del 97.7% de los votantes y asistencia a las urnas del 98%.

Hoy algo así sería imposible, incluso con la presencia del "carismático Fidel". La cotidianidad cuenta. Los vejetes que gobiernan en Cuba agotaron hace rato todo su caudal político y su credibilidad. Cuba es un país en ruinas, con economía de supervivencia minimalista, sin crecimiento y sin iniciativas o estímulos. En Regla quedó demostrado que la nueva dirigencia no cuenta con una base sólida de respaldo y, más importante aún, da las espaldas a la realidad.

La administración caótica y corrupta ha descuidado, por falta de recursos y de inteligencia y sentido común para generarlos, hasta los pilares de la filosofía social de la llamada revolución: salud y educación. Basta echar un vistazo a farmacias y hospitales, así como constatar en los comentarios por Facebook, hasta dónde ha declinado la lengua de Cervantes entre cubanos.

Hay una disensión abierta contra el Gobierno. Artistas, intelectuales y jóvenes promueven una visión alternativa para la Cuba de mañana por los medios de divulgación y entretenimiento. Hay mucha gente opuesta al régimen, más de los miles de valientes del Proyecto Varela liderado por Oswaldo Paya, y muchos más de los 50.000 que la nueva Constitución exige para proponer cambios a ella misma.

¿Por qué abstenerse entonces de participar, si hay poquísimo que arriesgar con ir y marcar NO? Seguidamente un grupo de corajudos, que los hay, irían a diversos colegios para presenciar el conteo, exigir cuentas claras en defensa del NO y llevar esta defensa hasta las últimas consecuencias ante los tribunales. Esto también lo permite la ley cubana.

Proceder conforme a la ley electoral no significa darle legitimidad al Gobierno, sino revirarla contra él, pues se vota en contra, tal y como no se da legitimidad al régimen por viajar al exterior y regresar en virtud de su ley migratoria.

El punto estriba en que las leyes del régimen, aunque sean injustas, son las leyes vigentes, que pueden y deben usarse junto con y además de otras formas de oposición. Revirar la ley es la más cívica de las múltiples maneras de oponerse pacíficamente a un régimen que nos tiene a todos en afrenta y oprobio sumidos. Como acción política votar NO es mucho mejor que la mera abstención, que no es acción, sino omisión favorable al statu quo. Se trata de oponerse con voz, no con silencio.

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