Durante la más reciente reunión del Consejo de Ministros se dieron a conocer una serie de deficiencias en la política de cuadros trazada por el Gobierno. Allí afloraron los incumplimientos de los procedimientos establecidos para la selección y movimiento de los cuadros; la insuficiente promoción de mujeres, negros, mestizos y jóvenes a cargos de dirección, así como el débil funcionamiento de algunas de las comisiones creadas para esta esfera de trabajo.
Curiosamente, unos días antes de semejante anuncio, el presidente Miguel Díaz-Canel informaba acerca de la promoción de varios funcionarios a cargos de ministro. Aquí lo interesante sería conocer si el sucesor de Raúl Castro aplicó la política gubernamental orientada para ese fin, o si por el contrario primaron otras consideraciones.
Entre todos los nombramientos, especial interés despertaron los nuevos titulares del Ministerio de Economía y Planificación, y de Cultura. En el primer caso fue nombrado Alejandro Gil Fernández, quien se desempeñaba como viceministro de ese organismo. Gil Fernández es visto como un destacado economista, con un buen trabajo en su anterior responsabilidad en el Ministerio de Finanzas y Precios, y una activa participación en las Mesas Redondas de la televisión cubana. Sin embargo, carece de avales importantes como cuadro político e ideológico.
Después del paso de los dirigentes partidistas Marino Murillo, Adel Yzquierdo y Ricardo Cabrisas por ese ministerio —al que consideran el estado mayor de la economía—, Díaz-Canel decidió acudir a los servicios de un tecnócrata con la esperanza de que pueda obrar el milagro de conducir la planificación y la economía por los cauces de la eficiencia.
En el Ministerio de Cultura parece haber sucedido lo contrario. Abel Prieto, por segunda vez, deja el cargo de ministro. Pero ahora no se acude a funcionarios con más experiencia empresarial que cultural, como los casos de Rafael Bernal y Julián González, sino que se prefiere a un elemento más identificado con la ideología partidista dentro del campo cultural, y es cuando aparece el poeta Alpidio Alonso.
Claro que aquí habría que tener en cuenta también el grado de aceptación que un nuevo ministro tendría en el conflictivo mundo de los artistas y escritores. Tal vez ese sería el factor a considerar a la hora de explicarnos el porqué de la no promoción de Fernando Rojas, decano de los viceministros de Cultura, a la titularidad de ese organismo. Las posiciones extremas de Rojas —identificado por muchos como un talibán de línea dura— siembran el descontento entre buena parte de los creadores.
Tampoco podemos ignorar que Díaz-Canel aboga por ministros que se sepan comunicar con la población. Es decir, que puedan acudir a las cámaras de televisión y explicar los problemas que afectan a sus organismos. En ese contexto, varios ministros no habladores como Salvador Pardo Cruz (Industrias), Mariblanca Ortega (Comercio Interior) y María del Carmen Concepción (industria Alimentaria) habrían caído en desgracia ante los ojos del presidente, y por tanto fueron conminados a abandonar sus cargos.
Los tres delegaban mucho en sus viceministros en momentos en que sus organismos debían hacer uso de la palabra en actos oficiales, conferencias de prensa y otras actividades por el estilo. A María del Carmen Concepción no la salvó ni la familiaridad con que la trataba Raúl Castro —le decía Carmita— cuando era primera secretaria del Partido en Pinar del Río.
Pero, por supuesto, toda regla tiene su excepción. Hay dos ministros que apenas hablan en público, pero que Díaz-Canel se cuida de molestar. Son ellos los generales Leopoldo Cintra Frías (Fuerzas Armadas), y Julio César Gandarilla (Ministerio del Interior). Ambos, como era de esperar, fueron ratificados en sus cargos.
En el caso de Cintras Frías "Polito", lleva años como diputado y jamás su voz se ha escuchado en el recinto parlamentario. Cualquiera diría que padece de fobia ante los micrófonos. Tampoco hace uso de la palabra en los actos militares. Les encomienda esa labor a sus viceministros Ramón Espinosa, Álvaro López Miera o Joaquín Quintas Solá.
Sin embargo, Díaz-Canel parece no darse por enterado de semejante mudez. Para decirlo en buen cubano: el presidente juega con la cadena, pero no se mete con el mono.