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Sociedad

¿Cómo era la prostitución en La Habana de 1887?

El doctor Benjamín de Céspedes cartografió algunas de las zonas más oscuras de la vida en la capital. Algo no muy diferente a lo que ocurre en La Habana de hoy.

Santa Clara

La prostitución en la Habana de fines del siglo XIX es el centro de un libro colmado de datos poco usuales en las estadísticas oficiales de la historia de Cuba, quizá ese sea su gran mérito: ser referente, 130 años después, de honestidad intelectual.

Mal se ha andado para tener ese record. Un relato nacional plagado de embustes y de omisiones solo puede traer como resultado ese insulto. Si hacemos un paralelismo con la Habana de las últimas décadas, sería imposible tener al menos una cifra razonable de quienes ejecutan el oficio de la prostitución hoy.

Tal vacío estadístico, al menos en manos de la opinión pública, arroja incertidumbre y la certeza de que es un problema agudo. Las campañas gubernamentales de los últimos años para erradicarlo fracasan por lo mismo que pasa en otros ámbitos: se combaten las consecuencias y no las causas.

Con ese chovinismo tan propio del cubano, cualquiera te dice que sí, hay putas, pero son universitarias. Uno de los textos literarios más conocidos de los últimos años —Habana Babilonia. Prostitutas en Cuba, de Amir Valle que trata la problemática presenta así a una de las protagonistas: "Cosas de la vida, chico. Yo, Licenciada en Filología, que puedo templar diciendo frases en francés, italiano e inglés, y hasta en latín, si se trata de un sesudo intelectual…".

La Habana de 1888 no engendraba ese tipo de prostituta con ínfulas, sino otro tipo, el común. La prostitución en la ciudad de la Habana, del doctor Benjamín de Céspedes, publicado en 1888 hace una descripción detallada de las causas y el estado del fenómeno por entonces. Enrique José Varona escribe las palabras introductorias y legitima con su nombre el volumen, copado de información y de racismo rancio.

Ataviado con su experiencia de médico y con varios estudios de referencia en el extranjero como paradigmas, Benjamín de Céspedes parte la cartografía de las zonas más oscuras de una ciudad que, aunque no sufrió directamente la guerra, sí padeció todo el ajetreo de dividirse y ser la capital de un país en ruinas.

El texto traza rutas. Detalla las causas que llevan a ejercer la prostitución; los barrios donde se desempeña el oficio; los grupos sociales proclives; la clasificación y estadística de enfermedades venéreas derivadas del ejercicio. Suma a la prostitución femenina la muy disimulada prostitución masculina y ubica las prácticas de ambos sexos por grupos etarios, de inmigración y de raza.

A la pacatería nacional le ofrece una piadosa advertencia previendo el escándalo: "solicita el autor que no lean estas tristes y vergonzosas relevaciones, nuestras honestas mujeres ni aquellos pudorosos y delicados temperamentos...".

Unos fragmentos ilustran la imagen que nos ofrece Benjamín de Céspedes acerca de la ciudad y las costumbres:

"El transeúnte, varón o mujer, podrá ver desde la calle, la cama de las prostitutas con sus colgaduras, el cuadro pornográfico, los más minuciosos e íntimos detalles de alcoba, y a ella exhibiéndose allí como en una casilla de feria, provocando a la lujuria con su ligero atavío, con posturas lúbricas y chicheos del reclamo."

"La mulata y la negra sobre todo, consiguen siempre granjearse esa confianza de los amos que ellas procuran pagar luego generosamente, cediendo unas veces a las solicitudes de unos e instruyendo a sus amas en los más recónditos misterios y refinamientos de la vida licenciosa que ellas hacen."

"Los criados, en muchas casas, tienen la costumbre de aparecer ante las señoras y señoritas, en camiseta, mostrando brazos desnudos y las formas del pecho, descalzos, con las bragas desabotonadas; tal parece que aspiran a que se les coloque como modelos del desnudo, para un cuadro de género naturalista-doméstico."

"Una afición enloquecedora por el baile cunde en ciertas épocas (…) el cuerpo de una mujer —quizá honrada y virgen—, se enlaza confiada al del mancebo bailador. Parecen dos estatuas fundidas al calor de la lujuria. Él siente sobre su pecho la dulce presión del alto relieve del seno ondulante y a veces hasta la turgencia de los pezones eréctiles de la bailadora, y ella en la mejilla acalorada por el deseo, el vaho de la respiración entrecortada del varón."

El doctor De Céspedes censura el enmascaramiento y la capacidad simuladora de las fiestas y carnavales para el aflore del pecado. Fuera de esos ribetes moralizantes, la importancia del libro descansa en el cúmulo documental, donde sobresale la reglamentación para el ejercicio de la prostitución pautado por el Gobierno. Tal instrumento cuenta con cuerpo de galenos y policías, todo financiado por las propias ejecutantes.

Pero es un reglamento incumplido, de ello se queja el autor del libro. Lamenta las artes de que se valen las prostitutas para obviar las visitas médicas o el régimen estipulado. Todo es violado, todo es una burla, y contra eso va la esencia del texto: dictaminar un estado, hacer una disección de la prostitución sin menoscabado de datos o escenas. Implosionar la careta, crónica, de una sociedad que prefiere mirar a otra parte.

Contabiliza en el año 1887 las cifras de los ingresos por origen, raza, edad. Origen: 84 cubanas blancas, 49 de la península española, dos puertorriqueñas, 48 canarias, una francesa, siete estadounidenses y 22 mexicanas. Edad: la menor tiene 14 años y la mayor 44. La cifra es de 374 ingresos. La clasificación por raza de los ingresos del mismo año es la siguiente: 213 blancas y 161 negras.

Refiere igual las casas dedicadas a la prostitución infantil, donde obligan a niñas de entre nueve y 11 años a prácticas "felatrices y onanistas" y reservan la virginidad para vender en subastas.

La prostitución masculin, referida a la homosexualidad, la divide en tres: el negro, el mulato y el blanco. Y, entre confesiones de ejecutores y experiencias de sus colegas médicos, alega la profusión de la práctica sobre todo en los lugares de convivencia.

Hoy cohabitan prácticas similares. Decenas de usuarios de Google, con solo tres golpes de clic, se adentran en la excursión sexual que ofrece Cuba como una arista de la cartera turística. La prostitución es un oficio tan viejo como la industria de la fe, y sobrevive a gobiernos y épocas con los mismos artificios que fueron utilizados en La Habana de hace dos siglos de la que habla el estudio de Benjamín de Céspedes.

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