Yo no quería escribir sobre esto. Lo juro. Pero es que como en aquel viejo bolero de Piloto y Vera que cantaba Elena Burke— "duele mucho". Y llega el momento en que un dolor tan tremendo necesita expresarse porque el silencio y la desidia nos hace cómplices. Hablaré entonces acerca del accidente aéreo que ocurrió en La Habana hace una semana, con 111 víctimas mortales.
Comenzaré diciendo que me avergonzó la cobertura periodística de los medios de comunicación del Estado sobre el suceso. Me abochornó. Locutores impasibles comentando una noticia desoladora, periodistas témpanos, alienados y robóticos, con la misma expresión con la que se refieren ora al sobrecumplimiento en la cosecha de papas, ora al enemigo histórico de la Revolución, ora al ideario martiano, ora al último concierto de Los Van Van.
El día del siniestro el valor noticia no fue el siniestro en sí, sino que el presidente de estreno, Miguel Díaz-Canel, se encontraba en el lugar de los hechos, algo que es su deber constitucional y absolutamente normal en cualquier parte del mundo.
Por otra parte, la periodista más oficialista de la oficialidad, esposa de un alto oficial militar, entrevistaba a los familiares de las víctimas en el habanero Hospital Calixto García sin el más mínimo interés por el sufrimiento y la tristeza, sino con la clarísima intención, con la aguerrida encomienda de advertir a la comunidad internacional (y seguir adoctrinando a la nacional) que los afectados estaban siendo atendidos por las autoridades del Gobierno, vendiéndolo como un logro más de un sistema "generoso" y "magnánimo", otro mérito de un comunismo añejo que solo a ella y a los de su círculo convence porque solo a ella y a los de su círculo permite vivir como seres humanos medianamente libres y dignos.
Me enfureció Díaz-Canel en la televisión nacional asegurando que Cuba responde a estos desastres mejor que otros países, "incluso ricos", al tiempo que yo recibía fotos y vídeos (cimarrones de la censura) captados por móviles de testigos de la tragedia que evidencian que no, que justo lo contrario. Cuba no está en absoluto preparada para responder a semejante desastre: caos, dos camiones de bomberos equipados con mangueras caducadas y unos pocos muchachos inexpertos del Servicio Militar Obligatorio que tardan una eternidad en llegar y se quedan sin agua y refuerzos a mitad de la extinción del incendio; confusión durante horas; falta de profesionalidad, organización y medios, que ya se encargará de justificar el ministro de Transporte con la eterna excusa del bloqueo norteamericano. Lo que sí se activó enseguida fue la represión de las fuerzas policiales a los pocos que intentaban ayudar o comunicar sobre el suceso, a través del rumor, que es como se informa mejor la gente en Cuba.
Aquí otro tema: la indolencia de la gente. Me sorprendió ver la cantidad de personas rodeando el siniestro sin el deseo de colaborar, solo por el morbo de llevarse alguna de las fotos o vídeos macabros; refiriéndose a las víctimas como meros trozos de carne, que luego han hecho circular en las redes sociales. ¡Y hasta he recibido noticias de robos y saqueos en el equipaje siniestrado!
No se trata de la socorrida pérdida de valores que ha determinado el modelo económico, cultural, ideológico, educativo, etc, impuesto a la sociedad durante casi 60 años, sino que también el cubano se ha acostumbrado al horror y a la barbarie. Puede ser testigo de la injusticia más atroz, del acto más terrible, que se mantiene al margen, no denuncia, no se implica ni inmiscuye, sino que busca sacar partido y provecho. Es la ley de la jungla, la dura ley del "sálvese quien pueda".
Asimismo, me molestó enterarme de que Raúl Castro, primer secretario del Partido Comunista y con 87 años, ha sido operado de una hernia, solo porque el accidente aéreo lo pilló in fraganti, no pudo hacer ninguna aparición pública y entonces no tuvo más remedio que dar a conocer su intervención quirúrgica, pero sin precisar la fecha ni el sitio donde se recupera "favorablemente" ni ningún otro detalle, nebulosa y misterio que es tradición en el estado de salud de los generales cubanos.
Pero estas cuestiones son menores, accesorias y triviales. El verdadero drama, creo yo, radica en si el Gobierno, en la figura de su aerolínea Cubana de Aviación, se ha hecho de la vista gorda en negocios con empresas opacas como la mexicana Global Air, propietaria del avión, y ha alquilado aeronaves sobre las que pendían múltiples denuncias e irregularidades, como ha trascendido en los últimos días respecto al Boeing 737-200 accidentado. El verdadero drama es saber si ha habido negligencia como sugieren las pruebas, y si los muertos pudieron evitarse, estos y los de cada semana en las carreteras cubanas por las condiciones del transporte y la ausencia de inversión, los de cada día en accidentes laborales por una inexistente seguridad en el trabajo o por tener que habitar sitios a punto de derrumbe.
Salta a la vista que el Estado cubano se desentiende progresivamente del pueblo al que se debe y solo le interesa una cosa: aferrarse al poder.
¿En qué lista deberíamos anotar los 111 muertos de esta tragedia? Desde luego, el Gobierno los sumará a la archiconocida y cansina "Demanda del pueblo de Cuba al Gobierno de EEUU por daños humanos", donde contabiliza hasta el último activo que en teoría ha perdido a causa de las diferentes administraciones norteamericanas. Pero yo no. No esta vez. Estos 111 muertos van para mi lista particular de los que han perdido la vida como víctimas del terrorismo de Estado, de un Estado arcaico y obsoleto que no se preocupa por sus ciudadanos y al que, al igual que al avión de Global Air, hace mucho debimos quitarle todos los permisos porque —también como en aquel viejo bolero de Piloto y Vera que cantaba Elena Burke— "es por mi culpa que estoy hoy padeciendo mi suerte".