Ayer, las reacciones ante la caída de un avión de pasajeros en el aeropuerto internacional de La Habana terminaron por revelar una noticia inesperada sobre la salud del primer secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba (PCC) Raúl Castro.
La prensa oficial cubana debió estimar insuficiente la asistencia del presidente Miguel Díaz-Canel al lugar de la catástrofe cuando necesitó explicar por qué no estuvo allí el expresidente Castro. Y terminó por admitir una operación quirúrgica, una hernia, una recuperación satisfactoria.
De no ocurrir la caída del avión, no se habrían ofrecido noticias del paso de ese dirigente por el quirófano. Como pudo verse por los casos de los fallecidos Fidel Castro y Hugo Chávez, en Cuba la salud de las autoridades es considerada secreto de Estado, sin que sea necesario dar explicaciones a la ciudadanía.
No hay seguridad ninguna de que la información ofrecida sobre la salud de Raúl Castro sea cierta. Su operación quirúrgica estaba determinada de antemano, pero también de antemano se había decidido ocultarla, y lo revelado ahora podría ser solamente una cortina de humo.
Sin ánimo de entrar en el juego de las sospechas al respecto y volviendo al caso del avión siniestrado, sería de agradecer que el régimen cubano ofreciera explicaciones fidedignas acerca de las causas de la catástrofe y fueran asumidas las responsabilidades pertinentes.
Que no juegue con la verdad sobre lo ocurrido a quienes iban en ese avión como juega a esconder o revelar la verdad sobre el estado de salud de Raúl Castro.