Luis Alberto Ávila García sacude una pequeña hoja de papel con desespero. El temor de una nueva deportación se ha apoderado de él. Las tres horas en el salón de la Oficina Nacional de Atención para Refugiados de Ciudad de Panamá "se han vuelto eternas".
Ha llegado hasta aquí tras su tercer cruce por "El paso de la muerte", como llaman los emigrantes al Tapón del Darién. En su cabeza dan vueltas los rostros de cuatro niños desparecidos junto a sus madres en la selva.
Todo empezó cuando su primo Damián regresó a Capurganá, Colombia. Luis lo había despedido horas antes en la playa. Lo había visto subir a una pequeña embarcación de madera en medio de la noche con otros emigrantes.
Según Damián, lograron divisar la orilla de Puerto Obaldía, Panamá, pero allí había un fuerte operativo del Servicio Nacional de Fronteras (SENAFRONT), y el "coyote" (traficante de personas) que los trasladaba decidió que había que regresar.
De vuelta en Capurganá, Damián pidió a Luis que lo acompañara en otro intento, y ambos partieron junto a otros tres cubanos y nueve africanos, entre ellos siete niños.
Cada uno pagó 250 dólares al coyote para entrar en el mar, en medio de la noche. Esta vez, tampoco llegarían. Un fuerte oleaje y los gritos de los niños obligaron al traficante a dejarlos en una playa, en medio de la selva y distante del poblado indígena Nacho-Kuna, en Panamá.
Durmieron en la playa, temerosos de los peligros del monte. Despuntando el sol y después de desayunar agua de panela con galletas de soda, empezaron a subir la loma, rumbo al poblado indígena.
Allí descansaron una hora para continuar por la trocha vieja rumbo a Metetí (Panamá), pero después de subir lomas, vadear ríos, atravesar pantanos y a punto de llegar, se percatan de un puesto de control de SENAFRONT en medio del sendero. Otra vez había que dar marcha atrás.
La selva se traga a cuatro niños y sus madres
De nuevo en Nacho-Kuna, por una tarifa de 150 dólares por emigrante, contrataron dos lugareños para que los guiaran por la trocha nueva. Un indígena iba delante y otro en la retaguardia en el nuevo intento para coronar la loma. Pero la jornada se hizo extensa y difícil, al tener que ir abriendo camino con los machetes. A las 4:30 de la tarde el grupo se había dispersado y había sido abandonado por los coyotes en medio de manigua.
Los cinco cubanos y tres adolescentes africanos intentaron desandar el camino a ver si se topaban con las dos madres y los cuatro niños rezagados. Dieron vueltas y vueltas en el bosque hasta bien entrada la noche buscando a los perdidos.
A la mañana siguiente, sin esperanzas, decidieron hacer el duro camino de regreso a Nacho-Kuna para buscar ayuda.
Al volver informaron jefe del poblado de la perdida de los niños angoleños y sus madres e identificaron a los dos coyotes que los abandonaron.
Durante dos días, cuadrillas de indígenas buscaron a los desparecidos. El jefe del poblado tomó la decisión de reportar lo sucedido y se comprometió con los cubanos a entregar los tres niños restantes a las autoridades en Puerto Obaldía.
Entre los angoleños desparecidos desde el 28 de abril, hay dos mellizas de seis años, un niño de cinco años, una adolescente de 14 años y dos mujeres de entre 35 y 40 años.
Hay que continuar
El cacique ordenó a los dos coyotes llevar a los cubanos hasta la aldea de Sinaí, cerca de Metetí. Esta vez la jornada transcurrió sin contratiempos.
Después de seis días y tres intentos, un indígena Kuna, a cambio de 250 dólares por cada cubano, se comprometió a llevarlos hasta Ciudad de Panamá.
Con su experiencia, Luis pactó una condición: que el dinero fuera entregado tras alcanzar el destino.
Toda la noche caminaron por pastizales y cruzaron ríos evadiendo los fuertes controles de la SENAFRONT. Al borde de la carretera, esperaron el alba para contactar al buen samaritano en que se ha convertido la Iglesia Católica para los migrantes en Panamá.
Por WhatsApp, les indicaron cómo y por qué medio podían solicitar el estatus de refugiados.
Ahora, sin dinero, a Luis y Damián solo les queda la esperanza del refugio y contar con el apoyo de sus familiares en Estados Unidos. A cada uno de los cubanos el trayecto desde Capurganá a Ciudad de Panamá le ha costado 2.000 dólares.
Cada noche Luis ora en silencio por los niños y mujeres que se tragó la selva.