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Política

La diplomacia de la guapería

El régimen cubano traslada a la Cumbre de las Américas sus métodos característicos: intimidación y silenciamiento de la disidencia.

Madrid

"No quiero ni oír mencionar la palabra que acabas de decir. Te pido que con Cuba no te metas. Payasadas en Cuba no habrá. No vas a ir en ese talante. Basta, cesen las provocaciones. Y ajústate a lo que tengas que decir."

Esa fue la respuesta que dio en Lima, en un foro previo a la Cumbre de las Américas, el diplomático cubano Juan Antonio Fernández después que se le mencionara la obstaculización, por parte de las autoridades de la Isla, de la entrega en La Habana del Premio Oswaldo Payá.

Al mal genio con ingenio —la payasada por Payá—. Al funcionario de Exteriores le faltó poco para ponerse a hacer alarde de guapería en el pleno. Pero quedó claro cuál sería (una vez más) la actitud de su delegación en el evento limeño: intimidación y silenciamiento de la disidencia.

La diplomacia cubana no hace así sino trasladar a la escena internacional los métodos característicos del régimen. Incluso con el tono de perdonavidas de quien se sabe intocable: "Y ajústate a lo que tengas que decir... por favor".

Una farsa cruel

El estallido de Juan Antonio Fernández es una variante de la intervención de Susely Morfa, quien, hace tres años, en Panamá, tachara de "ratas" a los opositores.

Y es que ambos casos son sintomáticos de una de las claves del régimen cubano: esa puesta en escena donde todos han de subir incansablemente el listón, pues bien se sabe que ninguna prueba de lealtad es suficiente.

Por lo mismo, cuando se es rehén de un poder tan arbitrario como ubicuo, el instinto de supervivencia deriva en dos opciones: fidelidad o deserción.

Y si la disyuntiva se plantea en términos marciales es porque la militarización en Cuba abarca todo los ámbitos. En este contexto, la farsa se torna tragedia: siempre hace falta un chivo expiatorio para cimentar un andamiaje que apuesta (a la vez que es corroído) por la doble moral.

El indispensable chivo expiatorio

Hay pues que hacer mérito con alguien. ¿Qué más fácil entonces que cebarse con el eslabón perdido, el disidente? La desacreditación y la represión sistemáticas de la disidencia constituyen la garantía de unidad entre los fieles al mando.

No es de sorprender que la diplomacia cubana termine reproduciendo los mecanismos al uso en la Isla: el adoctrinamiento a base de guapería. Palabrota y testosterona como muestras infalibles de la razón.

Un arrojo que necesita la movilización continua, la declaración de fe. Como si la única política posible fuese la de la confrontación.

No por gusto la supuesta representación de la sociedad civil cubana, apenas bajó del avión, se puso a corear los lemas de siempre. Pero algo falló.

Al principio hubo un cruce de nombres en el habitual "pa'lo que sea". Unos vitoreaban Fidel, otros Raúl. Al final, ¿por vigencia?, se impuso el segundo. No sería de sorprender que dentro de poco se imponga "pa'lo que sea Díaz-Canel, pa'lo que sea".

Una actualización a voluntad del eslogan que resulta ambivalente. Bien se puede decir que esa capacidad inagotable de corear el nombre del mandamás de turno es la evidencia misma de la sujeción perpetua a la que parecen condenados los cubanos.

Por otra parte, quizás sea la prueba de lo que se ve en ello: un significante vacío y nada más. Es lo que explica que con frecuencia el vehemente revolucionario de hoy sea "el quedado" de mañana.

Pero, por lo pronto, es esa inercia la que sigue produciendo exabruptos en serie —acatando aquello de que la mejor defensa es el ataque—.

La disidencia, más que el denostado rival político —o, peor aún, el poderoso enemigo—, es el fantasma que atormenta el imaginario del poder cubano. Esa fisura por la que puede comenzar la descomposición de la tan mentada unidad del pueblo.

Para manejar el país a su guisa, el régimen, a modo de legitimación, ha acudido siempre a la imagen de un cuerpo social homogéneo que reacciona unánime, cual un solo hombre. La persistencia de la disidencia es la prueba fehaciente de esa ficción.

Visto así, la estridencia con que las autoridades cubanas saltan ante la más mínima salida del guión contemplado por ellas, es el reflejo de su propia fragilidad, la conciencia de las arenas movedizas sobre las que reposa su edificio.

Por lo tanto, tienen que seguir negando cualquier asomo de oposición (dentro o fuera de Cuba). Y así, ida de rosca, sigue por el mundo esa diplomacia que campa a sus anchas vociferando y sonando. Como reza la consigna, palo que sea.

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