El béisbol es un arma política en Cuba, siempre lo ha sido. El Gobierno lo engrasa, lo limpia como puede, lo calibra y lo protege mientras apunta al horizonte y dispara desafiante en varias direcciones. Ha sido escenario de imaginarias y delirantes batallas donde supuestamente es posible demostrar la "superioridad" de sistemas socialistas y el éxito de una "pelota libre" que no necesita saber de mercancías, de pagos, de contratos ni de "esclavitudes morales".
Nuestro deporte nacional está politizado a niveles inimaginables, y ahora que los tiempos son otros, lo estamos acabando por la necedad de algunos, el afán inexplicable de aislamientos, y la tozudez de quienes durante años se han alimentado de sus entrañas y han dejado que su esencia se pudra al sol del trópico.
El interés por nuestra pelota va cuesta abajo, se va convirtiendo en cosa de abuelos, los estadios lloran, las esquinas están desiertas de polémicas, y la mayoría es insensible a las derrotas internacionales.
¿Cómo es posible mantener arraigada la pasión en las grandes masas cuando se ofrece un producto defectuoso, apuntalado por vigas de madera carcomida, donde ídolos y héroes descansan en hojas amarillas o son ignorados vergonzosamente por la prensa deportiva porque emigraron a otras tierras?
¿De qué manera podemos levantar la bandera de nuestro más preciado pasatiempo, si la Serie Nacional es un desierto de emociones, donde arcaicos directivos experimentan y juegan a esculpir el humo?
¿Cómo es posible evitar el éxodo masivo del interés colectivo hacia otros deportes como el fútbol, y enamorar a las nuevas generaciones, cuando se compite en desventaja, cuando se politiza y se oculta, cuando se calla y se nos priva de ver el mejor béisbol del mundo, sin mercadotecnias ni fanfarrias, sin literatura y sin historia?
¿Cómo quedarnos callados frente a la centralización, ante el feudo estatal que nos priva de artículos de primera necesidad y desangra nuestra economía, ignorando patrocinios, comerciales, y ligas profesionales en general, echándose a la espalda una carga nos hunde?
¿Hasta cuándo vamos a guardar silencio, aplaudiendo por las migajas que quedan esparcidas por la grama, sumidos en la complicidad de ver cómo se quiebra nuestra identidad nacional, cómo nos despojan de nuestra pasión?
¿Cómo salvaremos al béisbol cubano con la censura galopando sobre los hombros de cientos de periodistas, azotándolos sin piedad mientras continúan escondidos bajo el paraguas de "políticas editoriales", prostituyendo el verbo y protegiendo, en despreciable acto, frijoles y reconocimientos?
¿Cómo salvar del descalabro a nuestro deporte nacional si la prensa deportiva sigue excluyendo a los cubanos que juegan en Grandes Ligas, si el secretismo sigue abrazándolo todo?
¿Qué despunte esperamos cuando se siguen apuntalando viejos sistemas de entrenamiento, políticas de Estado ineficientes, y se siguen convirtiendo en humo las iniciativas personales, los caminos alternativos, y la palabra "profesionalismo"?
¿Cómo es posible volver a inyectar en sangre esta pasión a las multitudes, cuando la prensa se ha puesto el traje de la ceguera y el aburrimiento, cuando ha aceptado la tarea de informar a medias, de preguntar con planificación, de ser eco del poder político, y de caminar en línea recta por los pasillos de la obediencia y la resignación?
El béisbol es parte de nuestra cultura y no puede morir. Aun enfermo y pisoteado está en nosotros, no pertenece a un puñado de personas. Alcemos la voz y sacudamos a los políticos e hipócritas que lo destruyen.