Al caminar por las entrecalles de Cuba a finales de los años 80, podía oírse desde las casas un ruido extraño. Una mezcla entre un chirrido de metales —¿o grillos?—, y voces lejanas, casi imperceptibles. Faltaba mucho tiempo entonces para hablar de "ataques sónicos". Y al contrario de las mansiones diplomáticas, los sonidos salían de las casas más humildes. Cualquier cubano sabía que se trataba de Radio Martí. Los ruidos: la interferencia que el régimen hacía de sus trasmisiones. El volumen subía y bajaba según se tratara de Esmeralda o de un breve informativo.
Han pasado algo más de 30 años —salida al aire el 20 de mayo de 1985—, y La Habana aun considera Radio Martí un acto de suma hostilidad. Es un tema que no deja de discutirse entre el gobierno cubano y el de EEUU. La agresividad contrarrevolucionaria endilgada a un puñado de trabajadores y presupuesto mínimo radica en que, con sus defectos y virtudes, Radio Martí ha informado durante tres décadas lo que se desconoce en la Isla. Casi todos los cubanos, hasta los más afectos al proceso, se han enterado de todo a través de la "radio enemiga".
Un balance de aciertos y desaciertos es un tema complejo no solo por el tiempo en el aire. Desde 1990 existe TV Martí, a lo que se añadió una página en Internet y otras plataformas digitales en los últimos años. Hablamos pues, de un Sistema Martí, y un presupuesto de 27 millones de dólares anuales, no de la pequeña cabina desde la cual se trasmitió por primera vez la voz del locutor aquel 20 de Mayo: "Buenos días Cuba, está escuchando Radio Martí, en el aire hoy, ahora. Radio Martí, por el derecho de todo hombre a ser libre a recibir información y diseminarla".
La noticia de que el Gobierno norteamericano se prepara a hacer un corte drástico del personal y los recursos del Sistema Martí han tomado por sorpresa a más de uno en ambas orillas. En Cuba, porque tantos esfuerzos por silenciar al interior una voz contraria, al fin está dando frutos: si TV Martí no se ve, y los grillos y los metales siguen impidiendo una recepción clara, pues es hora de que todos "cooperen con el represor cubano". Y como el Gobierno del Presidente Trump es altamente pragmático, lo que no funciona, no se paga; lo que no se ve, es como si no tuviera derecho a existir.
La oposición al régimen también ha criticado ácidamente la medida en camino. Tienen razón cuando dicen que es de las pocas opciones informativas tras la cortina de bagazo. Sin embargo, la dependencia del financiamiento norteamericano ha hecho que el Sistema Martí se mueva según los vaivenes de la política norteña y no de los objetivos primarios del exilio político: lograr cambios en la isla comunista.
Pero ese es el mismo argumento del Gobierno cubano para bloquear las señales: es una estación "mercenaria", la pagan "extranjeros". Saben que hoy es difícil justificarle a un obrero de Detroit o un campesino de Arkansas millones de dólares para una empresa cuyo objetivo, en teoría, es la libertad de un país ajeno. Añaden: y si quieren radio y televisión liberadoras, patrióticas, cubanas, que la paguen los exiliados de sus bolsillos y no los bolsillos del resto de los contribuyentes norteamericanos.
Los perjudicados, como siempre, son los cientos de miles de radioescuchas cubanos. Es absurdo pedirle al régimen que admita la señal de Radio Martí, precisamente por la misma razón que el exilio quiere mantenerla: la información alternativa es un arma letal para cualquier sistema totalitario. Es también utópico pedirles a los cubanos de la Isla la "democracia del dial". Los radios y los televisores cubanos vienen con el conmutador en una sola frecuencia, la del Gobierno.
De alguna manera, fuerzas contrarias en la misma dirección se han anulado. Los sucesivos gobiernos norteamericanos se han apegado a la ley, aunque se diga lo contrario; sus potentes satélites jamás han invadido el espectro radioeléctrico cubano haciendo visible TV Martí como si fuera Cubavisión. Pudieran haberlo hecho, sin duda. Tampoco los castristas han bloqueado las señales norteamericanas hasta Canadá. Pudieran haber cometido ese error fatal. Solo entonces habría una declaración de guerra. Una guerra que ambos, hasta ahora, han evitado.
Quienes vivimos en el llamado mundo libre sintonizamos una estación de radio o de televisión, y si no nos gusta, como un simple movimiento de los dedos sobre el dial o el mando del televisor, tenemos opciones. Opciones: casi todas distintas, y a veces, contrarias unas de otras. Los cubanos de la Isla, no. Cada periódico, estación de radio y televisión, y últimamente las páginas digitales autorizadas, clonan noticias, opiniones, propaganda política. Los dedos de nuestros compatriotas están paralizados por el desuso. La democracia del dial no solo es una quimera. Es un acto subversivo. Y así será mientras exista un partido único, dueño del éter del bien y del mal.
Puede que este conflicto sobre el Sistema Martí comience a poner ideas nuevas, frescas, out of the box, fuera de la caja. Han pasado más de treinta años y el mundo, la tecnología y la gente han cambiado. Es fuera de Cuba donde se puede y se necesita mover el dial. Pero no el de la radio, sino el de las neuronas.