Emigrantes cubanos, la mayoría procedentes de Ciego de Ávila, han "desbordado" la pequeña localidad uruguaya de Santa Rosa, ubicada en el departamento de Canelones y a 53 kilómetros de Montevideo.
Según reporta el diario uruguayo El País, hasta Santa Rosa, con una población de 3.700 habitantes, han llegado en menos de nueve meses 220 cubanos, la mayoría atraídos por las posibilidades de trabajo, los alquileres baratos y, sobre todo, la experiencia de conocidos.
Muchos han podido alquilar viviendas de dos o tres dormitorios y el negocio inmobiliario local ha visto repuntar los precios.
"Bienvenidos los cubanos", dice Carmen Delgado, propietaria de una de las inmobiliarias de Santa Rosa, quien pudo "colocar" todas las casas que tenía para alquilar, cuando antes "todo estaba parado, en crisis".
Para ella, los cubanos han sido "la salvación". Pagan en fecha, cuidan las viviendas y son "muy amables", asegura. No entiende por qué algunos lugareños se quejan de que "los extranjeros les vienen a robar el trabajo".
Uruguay es uno de los países menos violentos del continente y el acceso a la documentación es relativamente "sencillo", el acuerdo con El País. Entre 2016 y 2017 entraron a la nación sudamericana 6.350 cubanos, la mayoría de forma ilegal. El Gobierno ha concedido residencia a 1.265.
El viaje a Uruguay estuvo lleno de peligros para muchos de los que lo emprendieron. En el mejor de los casos duró cinco días, costó 2.000 dólares por persona y obligó a los emigrantes a ponerse en manos de coyotes (traficantes de personas) brasileños.
Funcionarios y habitantes de Santa Rosa señalan la dificultad para obtener un visado como el principal obstáculo para los cubanos.
"Si no se les pusiera ese filtro, los cubanos ingresarían con los papeles en regla, gastando menos y sin tener que dejar parte de la familia en su país", dice Jorge Marrero, un voluntario que se unió a la Alcaldía para ayudar a los nuevos habitantes de Santa Rosa, que ha visto aumentar en un 6% su población.
La alcaldesa de Santa Rosa, Margot De León solicitó a la Junta de Migración uruguaya que facilite la regulación de los cubanos y que los inmigrantes no necesiten una carta de invitación, salir de frontera y otros "disparates" para radicarse.
Para el Arnaldo Cuestas, de 35 años, Santa Rosa hace la diferencia. Lleva tres meses en el pueblo y puede alojarse con toda su familia y una pareja de amigos.
Lo que lo conquistó, dice, es que cuando se bajó ómnibus en el poblado dejó olvidadas sus mochilas. Al ver su cara de pánico, la dueña de un quiosco llamó a la agencia de transporte y le recuperó las pertenencias.
"Eso en Cuba no pasa y creo que en Montevideo tampoco", dice este hombre que se enteró "por una amistad" de la existencia de Santa Rosa y no ha tardado en convertirse en albañil.
Los más afortunados trabajan unas semanas en la granja avícola del lugar o en el campo. Algunos revalidan sus títulos para intentar ejercer su profesión. Los más emprendedores han abierto algún pequeño negocio.
"A los cubanos les pagamos lo mismo que a los uruguayos; la diferencia es que ellos no se quejan si tienen que hacer horas extras o si tienen que trabajar un 1 de enero", dice Graciela Repetto, la encargada del supermercado más grande de la zona. "Son confiables, agradecidos y tienen experiencia", afirma esta comerciante, que tiene una carpeta llena de solicitudes de trabajo de los recién llegados.
Aniliuvis Rondón, de 42 años, está agradecida. En Cuba era cajera por 10 dólares al mes y en Uruguay también lo es, pero por más de 600 dólares. Y aunque su esposo (ingeniero mecánico) trabaja de albañil, los ingresos alcanzan para algunos gustos.
Cuatro de cada diez cubanos que recibieron la residencia uruguaya en los últimos dos años son profesionales, según las estadísticas oficiales.
La mayoría viajó en avión a Guyana, que no exige visa a los cubanos, y allí contactó con traficantes para cruzar a Brasil y desde allí a Uruguay en ómnibus o en taxi.
En Uruguay pidieron refugio o entraron ilegales, para luego intentar regularizar su situación.