No son pocos los especialistas que acostumbran señalar diferencias entre las dictaduras de izquierda y de derecha. Incluso, las desemejanzas cualitativas que hallan entre unas y otras los llevan, a menudo, a calificarlas de modo distinto.
Así, nombran como gobernantes autoritarios a esos políticos de derecha que acceden al poder para contrarrestar lo que consideran una situación de ingobernabilidad y que acto seguido pueden proceder a destruir algunas de las instituciones democráticas existentes, lo cual generalmente conduce a una indefinición del lapso de su permanencia en el poder. A veces esos gobernantes son conscientes de que su mandato conserva ribetes de provisionalidad, y en ocasiones restauran las vías legales para mantenerse en el poder. Además, casi nunca maniobran para transformar la mentalidad de los hombres, ni crean nuevos canales de participación de la sociedad civil.
En cambio, los especialistas califican como gobernantes totalitarios a los caudillos de izquierda que, una vez en el poder, no solo se dedican a demoler las instituciones que encuentran, sino a edificar otras que funjan como correas de transmisión entre el Estado poderoso y las masas. Aquí el Gobierno de mano dura responde más a un entramado teórico e ideológico antes que a factores casuísticos o coyunturales. Restringe o elimina los espacios de participación de la sociedad civil, y cambia los conceptos de democracia y libertad por consignas utilitarias. En tales casos, la legitimidad democrática es sustituida por la legitimidad revolucionaria.
Sin restar ni un ápice de veracidad a semejante dicotomía entre dictaduras de izquierda y de derecha —confirmada frecuentemente por la realidad de los hechos—, es posible hallar también varias semejanzas entre ambos tipos de dictaduras.
En la sección "Páginas Rescatadas" del segundo número de este año de la revista católica Espacio Laical, el investigador Jorge Domingo Cuadriello publica un artículo escrito por el historiador Emilio Roig de Leuchsenring en abril de 1930, y aparecido en la revista Carteles. En "La oposición es necesaria", Roig de Leuchsenring critica los métodos que ya empleaba el entonces presidente Gerardo Machado —al que podríamos calificar hoy como un dictador de derecha— para prolongar su estancia en el poder.
Tomamos un párrafo de ese artículo: "No es el país el que necesita que desaparezca la oposición, que exista ese reposo, esa quietud, etc. A los que les hacen falta es… al dictador y su camarilla y a los 'oposicionistas' gubernamentales, y los necesitan para poder vivir, como viven, sabrosamente, a costa del Estado, repartiéndose entre unos cuantos, puestos, prebendas, concesiones, monopolios, explotando al pueblo, engañándolo, atropellándolo".
Si cambiáramos la fecha original de publicación de ese artículo, cualquiera podría asegurar que describe la situación cubana de 2017, cuando un sistema totalitario de corte izquierdista trata de impedir la existencia de la oposición política, con tal de que se conserven los privilegios de la case gobernante y de sus secuaces.
Solo añadir que el equivalente actual de esos supuestos oposicionistas gubernamentales a que se refiere Roig de Leuchsenring, serían esos intelectuales que coquetean con la cultura oficialista, y que a menudo se hacen llamar "opositores leales" al castrismo. En el fondo, por supuesto, no hacen más que bailar al compás de la música ejecutada por la maquinaria del poder.
Como se conoce, Emilio Roig de Leuchsenring fue el antecesor de Eusebio Leal en el cargo de Historiador de la Ciudad de La Habana. En muchas ocasiones Leal ha declarado ser heredero del tesón con que su antecesor trabajó para rescatar los valores históricos de la capital cubana. Si embargo, es una lástima que no haya heredado también el espíritu crítico con que Roig de Leuchsenring afrontó la época que le tocó vivir.