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Opinión

Una juventud celebrante y en estampida

El XI Festival Mundial de la Juventud, el diálogo en La Habana con jóvenes del exilio y la estampida del Mariel: un acontecimiento tras otro, hace ya cuatro décadas.

Miami

Toda la prensa escrita, radial y televisiva cubana está dedicando una buena parte de su programación a seguir y promocionar el XIX Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, que se celebra en la ciudad-balneario de Sochi, en Rusia.

Es importante para el régimen que así se haga: quienes leen, oyen y ven las noticias en Cuba, sin apenas acceso a otras fuentes de información, deben creer que es el festival juvenil más importante del mundo —no existen las multitudinarias jornadas juveniles católicas—, que todos los pueblos del planeta se solidarizan con la lucha del pueblo cubano, y que esa solidaridad se transformará en ayuda material y espiritual para derrotar prontamente el "bloqueo imperialista".

Los asistentes a esta cita de las juventudes comunistas y de izquierda del mundo —pues no tienen cabida jóvenes con otros pensamientos políticos—, muy bien pueden ser los nietos y los hijos de aquellos que en 1978 celebraron en La Habana el XI Festival. Pronto habrán pasado 40 años desde entonces. Y no pocos peinan canas en lugares tan lejanos como la propia Rusia, a donde regresaron para no volver jamás a vivir en la Isla.

Los jóvenes de entonces participamos en una febril campaña previa al XI Festival: emulaciones, reparaciones y construcciones de plazas, estadios y cines, maratones productivos en los campos, eventos deportivos y culturales, el sello XI Festival, y con posterioridad, una película en aquel contexto: Retrato de Teresa (1979). Como suele suceder en Cuba, se comía, bebía, dormía y se cumplían otras funciones con el Festival de la Juventud y los Estudiantes de fondo.

Por si acaso, el Departamento de Orientación Revolucionaria (DOR) del Comité Central del PCC desarrolló una "preparación ideológica" contingente y alertó a quienes iban a tener contacto con los "compañeros extranjeros" de tener cuidado con lo que se decía y se oía. Muchos de esos jóvenes festivaleros vivían en países capitalistas y, aunque peludos y sucios, eran defensores del proceso cubano. Pero podían tener "confusiones". Los "cuadros" debían aclararles la verdad de la Revolución, informar —ya sabemos a quienes— y no permitirles ningún comentario "fu".

El 28 de julio de 1978 las delegaciones de decenas de países recorrieron las calles de la capital cubana entre banderas y vítores en dirección al Estadio Latinoamericano. Los abuelos y padres maduros de quienes ahora están en Sochi, vivieron con ardor una de las inauguraciones más emocionantes que se recuerden en Cuba. Aquellos muchachos —los del espectáculo, los de las gradas, la mayoría de los que en sus casas estaban— sentían honor de ser cubanos, se creían admirados por el mundo, protagonistas de una epopeya única y, como ahora, que la solidaridad del mundo era absoluta y se iba a traducir en libertades, oportunidades y abundancias para todos.

Pero los jóvenes de aquel festival de 1978 en Cuba no sabían, o no podían predecir entonces, las conversaciones de los líderes cubanos con un sector menos conservador del exilio. El 20 y 21 de noviembre de 1978 se reunieron en La Habana 75 miembros de la llamada comunidad cubana en el exterior. Y para diciembre, la cifra llegó a 140, con algunos exbatistianos y exmiembros de la brigada invasora de Playa Girón.

Después vino el proceso de metamorfosis política que convirtió a los "gusanos" en "mariposas". Por decreto oficial quedaban atrás los días en los que los revolucionarios no podían cartearse o hablar por teléfono con sus familiares "apátridas".

Otra vez el DOR tuvo mucho trabajo: convencer a los reacios —no pocos jóvenes participantes en el XI Festival— de que las cosas cambiaban, de que la tarea de los revolucionarios era "convertir los enemigos en amigos". Nada de discusiones. Nada de malos tratos: todos los cubanos, al final, somos una sola familia. Y en la familia, se perdona todo. Y se permite cualquier comentario "fu".

Todo parecía rocambolescamente bueno hasta que a los pocos meses un autobús se llevó la reja de la Embajada del Perú y, ante la soberbia de retirar los custodios (hoy sabemos quién mató al soldado Pedro Ortiz Cabrera), miles de cubanos entraron a la residencia diplomática. La estampida del Mariel —hubieran sido muchos más de 125.000 cubanos— no puede verse desconectada del ambiente de descontento y frustración de la misma juventud que a poco menos de dos años había celebrado el festival comunista con el lema "Mantener en alto las banderas de la paz, la amistad y la lucha contra el imperialismo, principal enemigo de la humanidad".

Cuando vemos las imágenes de Sochi desde la distancia del exilio y las canas, no podemos dejar de recordar cuanta energía e idealismo se nos tomaron prestados en aquellos días, sin pedirle permiso a la inexperiencia y la temeridad de la juventud. Cuántos de quienes están ahora en Sochi seguirán en ese laberinto sin salida llamado Revolución. Cuatro décadas después, a los hijos y los nietos cabría decirles con total honestidad: donde están ahora, allí mismo estuvimos nosotros; como ustedes, también tuvimos, y aún tenemos, corazón.

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