Luego del paso del huracán Irma por Cuba, el precio de los materiales de construcción se ha disparado. Los almacenes solo expiden a los damnificados que están en la lista elaborada por los trabajadores sociales y el Poder Popular, y esto "ha golpeado" el mercado negro. Sin embargo, en medio de este panorama algunos han encontrado una oportunidad tan lucrativa como inesperada.
"El saco de cemento subió a 300 pesos, ¡una barbaridad!, y el metro de mármol a ocho CUC. El ladrillo y el bloque se esfumaron. También subió el precio del acero, la arena y la piedra. Hasta la mano de obra se remontó. Es más ventajoso comprar una casa que arreglarla. Ahora solo pueden construir los ricos", dice Luis, de la calle 226 de Jaimanitas, un "conector" entre quienes buscan materiales y quienes los "suministran".
En un recorrido por Santa Fe, otro de los pueblos costeros del noroeste de La Habana, hay varias viviendas sin terminar.
"Me avisaron que alguien vendía 20 sacos de cemento y cuando fui ya se me habían adelantado. No importaba que estuvieran tan caros. ¡6.000 pesos 20 sacos!, lo que me costó mi casa en Bayamo en 1970. Pero, ¿qué voy a hacer?", comenta Carmelo Otero, dependiente de gastronomía enfrascado en la construcción de su casa.
Tania, peluquera de Santa Fe, tiene el cemento pero le faltan los bloques. "Necesito 250 por lo menos. Están perdidos; cuando aparezcan, agárrate del precio".
En cambio, dos afortunados de Jaimanitas, "Sorbeto" y Yuniesky, un día después del huracán Irma, mientras caminaban examinando las ruinas que dejó, descubrieron cientos de viejos adoquines semienterrados en la arena. Tras mucho esfuerzo, los sacaron a la orilla, donde ya esperaban más de 1.000 que el mar había depositado sobre el muro del antiguo balneario La Conchita. Están haciendo un buen negocio.
"Cada adoquín pesa seis libras", Sorbeto muestra uno y lo tantea. "Es mármol fundido, por eso resiste el paso del tiempo. Mucho mejor que el bloque de concreto y el ladrillo. Más fuerte". Se reserva el precio al cual los vende. "Pero casi todos ya los tenemos encargados".
"Los primeros 500 nos los compró el dueño de un restaurante particular, para hacer un horno". Yuniesky tensa sus músculos, lleva un adoquín en cada hombro hasta un punto cerca de la calle. Los mueven por tramos. Son muchos y pesan. Un trabajo de hormiga. "Ahora tenemos un encargo de 1.000 para el piso de un garaje".
Los dos amigos desentierran en la orilla del mar un promedio de 100 adoquines diarios. Calculan que sean varios miles "porque eran de la plataforma de una antigua vía de ferrocarril que iba por toda la costa hace una tonga de años", explica Yuniesky cuando regresa por más.
En el pueblo contadas personas se acuerdan del tren. Jesús, viejo zapatero residente en Primera B, llegó en 1939 a Jaimanitas y dice que ya no existía la línea. "Pero mi abuelo me hacía muchos cuentos del tren y de cómo le gustaba viajar en él".
La historiadora del pueblo, doctora Miriam Noa, arroja luz sobre el tema: "Era un tren de carga, nunca fue de pasaje, pero como la población era tan pequeña algunos jaimanitenses viajaban en él".
"La línea se terminó de construir en 1880. Iba desde Viriato, Instituto de Oceanología, hasta la playa El Salado, por toda la costa. Era propiedad del norteamericano Charles Jarrals y cargaba arena para la construcción de La Habana. Dejó de existir sobre 1930 cuando retiraron los raíles, y otras construcciones la fueron tapando hasta que desapareció completamente".
Ahora la fuerza del mar sacó afuera nuevamente parte de parte de la plataforma del ferrocarril y la puso en manos de dos "luchadores" que vivirán mucho tiempo de ella. De noche, Sorbeto y Yuniesky se turnan para cuidar lo que llaman "la mina".
Todos en el pueblo los reconocen como los "propietarios" y nadie osa tocarles un adoquín. Si se examinan de cerca, es posible comprobar que, en efecto, son de mármol azul fundido. Para toda la vida.