El momento en que más cerca estuvo el huracán Irma de La Habana fue de noche, al detenerse a la altura de Punta Hicacos, y fue entonces cuando Miguel García, alias "Pantera", vendedor ambulante de Jaimanitas, escuchó bajo los estruendos del temporal los chillidos aterrados de un puerco.
"Yo estaba encaramado en un armario, intentando salvarme —cuenta Pantera— cuando oí al puerco gritando. A mi familia la evacuaron a las 6:00 de la tarde, ya con la casa inundada. No quise irme, para cuidar las cosas. Nunca pensé que sería así. Perdimos todo, incluso dos sacos de aguacates y un maletín de confituras donde tenía invertido el dinero".
"Miré por la ventana y lo vi con la claridad de los relámpagos, batiéndose entre las olas. Entonces me atrapó la idea de salvarlo como fuera. Aunque el agua era mucha, salí a buscarlo. En eso vino una oleada con el puerco y, al pasar por mi lado, lo agarré fuerte por una pata. Y el agua entonces nos jaló hacia la playa".
Cuenta Pantera que temió por su vida cuando se vio lejos de su casa.
"La corriente giró y casi pierdo al puerco, que al parecer comprendió mi intención de salvarlo, porque se dejó llevar. A veces cooperaba, flotaba y yo restauraba fuerzas".
El agua los llevó hasta el círculo social Marcelo Salado, abrazados como hermanos.
"A veces nos mirábamos para darnos valor, pues era una odisea que librábamos". Pantera y el puerco vieron cómo las olas acababan con todas las ventanas y las puertas del bar del Marcelo, que se perdió por completo. Igual que la pizzería, la cafetería y el restaurante.
"Y no se perdió más porque, en la tarde, los trabajadores cargaron con todos los objetos de valor para sus casas", contó al otro día un vecino del círculo social que monitoreó el trasiego de bultos. "Ahora todo eso se lo achacan al ciclón".
"Luego, la corriente nos volteó al este, para el círculo social Los Marinos, donde la destrucción era peor", continúa su relato Pantera. "Eran toneladas de arena las que llenaban el vestíbulo y las oficinas del primer piso".
"Sí, toneladas", ratifica "El Rasta" mientras empuja una carretilla llena de arena para su casa. La descarga en la sala y regresa a la orilla por más. "Este es el viaje 59", dice. "Lo que no me dio el Poder Popular me lo regala la naturaleza. Ahora sí que termino mi casa".
Pantera y el puerco descansaron un rato en una sombrilla de playa que había sobrevivido, hasta que una ola los barrió rumbo a la desembocadura del río, de donde, para su asombro, habían desaparecido los escombros y las piedras. "Allí todo era de una extraña arena fina y blanca", recuerda.
"Así era antes de 1959", dijo Fello al otro día, cuando la historia de Pantera salvando al puerco era parte ya de la leyenda del pueblo. "Esta zona fue de mucha vida y comercio. Había varias fondas y estaban los bares El cañón, Miami y el Club Playa. Y casetas para el alquiler de trusas, bicicletas y equipos de buceo. Todo eso terminó con el ciclón de la revolución, que convirtió el lugar en un gran vertedero. ¡Pero mira ahora! ¡La arena ha vuelto! Vamos a ver cuánto dura".
Pantera calcula que serían las 3:00 de la madrugada cuando lograron subir a un tablón y pasaron frente a la antigua Sociedad. Todas las piedras del fondo el ciclón las había apilado en la calle.
El panorama observado al día siguiente era desolador. Muchas familias con las casas inundadas y las pertenencias perdidas. No había agua, ni electricidad, ni comida. El pueblo desfilaba por la costa, absorto en las destrucciones. A la orilla arribaron especímenes desconocidos. Ñico "el pintor" acopió un cubo de almejas. Dijo que eran enormemente nutritivas y no necesitaban cocción, solo sal y limón. Motivó a otras personas a recogerlas.
"Comenzaba a clarear cuando finalmente llegamos a la cisterna, que casi no se veía por el agua, pero logramos subirnos. Estábamos exhaustos. El puerco se echó a mis pies, agradecido. De verdad que le he cogido cariño".
Cuando Pantera contó el relato a sus amigos, también les mostró la altura alcanzada por el agua y la cisterna salvadora. El puerco estaba echado en un rincón, complacido.
"¿Y ahora que harás con él?", le preguntó un conocido.
"¡Matarlo! ¡Para eso lo salvé! Si lo he perdido todo. Gracias a él voy a sobrevivir estos días. Una mitad la voy a vender, para levantar mi negocio. La otra la voy a asar, y racionar —pone énfasis en la palabra— porque será el sustento de mi familia hasta que la vida pueda continuar su curso".