El pasado martes 23 de mayo la periodista Irma Shelton Tase, del Noticiero de la Televisión Cubana, consideró relevantes las declaraciones de Carlos Aquino, miembro del Buró Político del Partido Comunista de Venezuela. Al comentar el crecimiento de las protestas sociales en su país, el funcionario afirmó que "la solución a esa escalada (…) no pasa por la conciliación de clases". Luego añadió: "como dice una de nuestras consignas, 'la paz se conquista derrotando a los fascistas, no conciliando con ellos'".
En el resto del reportaje, Irma Shelton no mostraba ningún reparo en calificar a opositores venezolanos apresados como "terroristas", a Hugo Chávez como "comandante eterno" y a las manifestaciones como "fascistas". Una coincidencia retórica que no debe sorprender entre el funcionario comunista venezolano y la periodista cubana.
En su libro LTI La lengua del Tercer Reich, el filólogo alemán Victor Klemperer afirma que el lenguaje del nazismo está caracterizado por su pobreza, y que fue Mi lucha, el libro de Adolfo Hitler, la obra que se encargó de perfilarlo. Klemperer, un judío que sobrevivió el holocausto merced a estar casado con una alemana "aria", señala que fue con el ascenso al poder del nacional-socialismo que aquel lenguaje de grupo se convirtió en lenguaje de todo el pueblo; "es decir, se apoderó de todos los ámbitos públicos y privados: de la política, de la jurisprudencia, de la economía, del arte, de la ciencia, de la escuela, del deporte, de la familia, de los jardines de infancia y de las habitaciones de los niños".
Un "lenguaje común" necesita también la transformación grosera de la realidad. Quienes seguimos con interés lo que pasa por estos días en Venezuela vimos el pasado 8 de mayo cómo la periodista Juana Carrasco en un artículo de Juventud Rebelde asimilaba la carrocería blindada de un vehículo militar a las proporciones de un carro policial para denunciar que "Manifestantes violentos queman carro policial en Caracas".
Pero el destaque periodístico de estas "jornadas venezolanas" lo ha tenido la periodista Alina Perera Robbio. Por su eficiencia, fue llevada como enviada especial a aquel país y sus noticias aparecen indistintamente en los diarios Granma y Juventud Rebelde.
Con titulares como "Parece cumplirse la profecía de Bolívar" o "Venezuela asesta duro golpe a los terroristas", Perera Robbio entremezcla la sublimación de la clase política chavista con la criminalización del antagonista. Elementos claves de una jerga que, descrita por Klemperer, no solo ocupa todos los espacios del ámbito público y privado de una nación, sino que consigue quebrar las fronteras nacionales y enyuntar regímenes políticos análogos.
En este ambiente se decretan hermanamientos imposibles y se induce la asimilación doméstica de sujetos extraños. En una entrevista que Alina Perera Robbio le hiciera días atrás a Roberto López Hernández, viceministro de Comercio Exterior de Cuba para atender las relaciones bilaterales con Venezuela, el funcionario describió los vínculos entre Fidel Castro y Hugo Chávez como "de padre a hijo, de amor profundo". Respondía así a un cuestionario en el que la "enviada especial" indagaba sobre la personalidad de Hugo Chávez con preguntas como: "Él era poeta, filósofo, muy sensible. ¿Tuvo oportunidad de apreciarlo en esas facetas?" o "¿Lo vio triste alguna vez?".
Para la población cubana, gracias a la acuciosa trama tejida por los redactores oficiales de noticias, es desconocido el nombre de Luisa Ortega, la fiscal general chavista que denunció la ruptura del orden constitucional cometida por Nicolás Maduro. Del mismo modo es desconocida la naturaleza de la violación constitucional con la que el presidente venezolano busca imponer una Constitución propicia a sus afanes autoritarios. Omiten recordar nuestros cronistas oficiales que la situación actual tuvo como antecedentes que el 64% de la población del país suramericano votó a favor de la Mesa de Unidad Democrática en diciembre de 2015, llevando al poder legislativo una mayoría sorprendente de miembros de esa agrupación política.
La "lengua común" no es nada sin la omisión permanente. Para ser asimilada del modo simple que reclama, la "lengua común" necesita omitir todos los elementos que pueden convocar la reflexión, el criterio y la inteligencia. La realidad necesita aparecer, ante sus consumidores, diáfana y simple.