Es curioso que los que claman racismo ante el dibujo de dos negros jineteros cubanos no presten atención a las chilenas que van a pescarlos. La acusación de racismo no las afecta, quedan fuera del debate. Pero ellas son la demanda de la oferta y el yin del yang. No existirían negros pingueros —ni en la realidad ni en la caricatura cubanas— sin esas señoritas de Valparaíso.
Si vamos al caso, el estereotipo racial no fue creado por el caricaturista sino por la caricatura en que ha degenerado la realidad cubana. El régimen cría —y mantiene— patrones culturalmente atractivos y económicamente rentables (gay, negro, prostituta, artista, revolucionario). Además, se trata de un recurso dinámico, 100% renovable. El negro, en tanto producto de explotación, cae en algún renglón situado entre el médico internacionalista y el pelotero de las Ligas Menores. Incluso a otro nivel, el nivel parlamentario, Esteban Lazo cumple la misma función: es el negro "ficha" en el Palacio, lo que Harry Belafonte llamó "a house nigger" al referirse a Colin Powell.
Porque el negro, en Cuba, no es dueño de su imagen: los blancos terratenientes la tramitan por él, lo cual representa un obvio retroceso con respecto a la situación de las llamadas "personas de color" en la República. Si detectamos un elemento reaccionario en el nuevo racismo, es porque, como ya ha sido demostrado por los historiadores, el cubano —sea blanco, negro o chino— vive una situación retrógrada en lo tocante a sus derechos civiles, aun con respecto al negro esclavo de la Colonia.
Es decir, la "negritud", en Cuba, es un asunto interracial y transcultural, que afecta a todos los cubanos: el negro va por dentro. El neoracismo es la consecuencia lógica de las condiciones socioeconómicas del castrismo, una variedad nueva, no conectada históricamente con lo que pudo haber sido el "racismo" en la República.
La oligarquía blanca gobierna el país, una casta dinástica española. La situación del negro con respecto a esa entidad queda ilustrada en el pasaje del documental Comandante, de Oliver Stone, en que Fidel condena a muerte, delante de las cámaras, a tres negros cimarrones. Es un dato de la mayor importancia que los trabajadores migratorios que laboraban en la finca de los Castro, en Birán, fueran ajusticiados al final de cada zafra.
Que el negro cubano fue reempaquetado y sindicalizado como símbolo sexual, es algo que ni las cuentapropistas de los estudios de raza podrán negar. La caricatura de Alen Lauzán podrá ser "racista", pero únicamente dentro del contexto neocolonial de los estudios raciales gringos, que han penetrado (ideológicamente) la academia cubana, no en el contexto de las categorías interraciales cubanas, que superan cualquier noción sociológica importada.