No deja de tener gracia la escaramuza verbal que está librando el periodista uruguayo Fernando Ravsberg contra un grupo de amanuenses de la prensa oficial cubana, los que, con su habitual originalidad, le acusan de mercenario y de formar parte de una conjura de los monopolios internacionales de la información contra el régimen de la Isla.
Puedo ahorrarme los detalles porque han recibido suficiente cobertura mediática. Tampoco vale la pena hacer leña con el árbol caído, que en este caso es Ravsberg, quien ahora ejerce como corresponsal del diario español Público, pero también ha reportado desde La Habana para la BBC y otros medios, ya que hace más de 20 años que reside y practica allí su profesión, lo que equivale a decir que se ha pasado una buena parte de su vida mintiendo sobre la realidad de nuestro país, a veces abiertamente, otras veces manipulando medias verdades, y otras incurriendo en aquello que dijo Cicerón sobre la verdad, que se corrompe tanto con el silencio como con la mentira.
A quienes hemos ejercido durante decenios el periodismo independiente desde Cuba, no nos puede parecer sino gracioso, además de repugnante, que a estas alturas Ravsberg acuse a sus acusadores afirmando que "no soportan una voz diferente, ni una óptica distinta", o tildándolos de extremistas que "cuentan con todos los recursos, apoyo institucional, dinero, excelente conexión ADSL a internet, oficinas, automóviles, gasolina, dólares para viajes al extranjero, espacios televisivos y un ejército de periodistas, informáticos, diseñadores y secretarias". La última vez que leímos sus monsergas, era Ravsberg quien utilizaba estas mismas imputaciones pero para descalificar a la prensa independiente y a la oposición pacífica. E igual que sus acusadores de este momento, lo hacía contando con el apoyo institucional y demás recursos.
Pero, como ya fue dicho, no hay que hacer leña con el árbol caído. Más útil resulta aprovechar la ocasión para insistir en cuanto a la recusable labor que han desarrollado las corresponsalías de la prensa extranjera acreditadas en La Habana, con pocas excepciones de periodistas que fueron expulsados tan pronto intentaron ser profesionalmente objetivos, lo que es decir ceñirse al objeto, al hecho, a la verdad, con independencia de la propia manera de pensar o de sentir. Incluso, con independencia de cualquier modo de imposición destinada a disfrazar lo que se informa o lo que se opina.
Cierto es que a lo largo de la dictadura fidelista las agencias extranjeras que reportan desde Cuba han estado implícitamente obligadas a hilar fino, mucho más que aquellas que lo hacen desde cualquier otro país. Y no solo por ética. También por perspicacia profesional.
Su trabajo exige mayor habilidad que el del equilibrista sobre la cuerda floja. Ello puede gustarnos o no, pero debemos entenderlo. Más difícil resulta entender, porque es inadmisible, humana y profesionalmente, que la gran mayoría de sus corresponsales violenten la rosca de la objetividad, si bien no siempre a través de juicios de valor descaradamente cómplices con el discurso oficial, por lo menos mediante afirmaciones, citas, datos sueltos que —debido a la supuesta imparcialidad de sus fuentes— le hacen el juego al régimen.
Huelgan los ejemplos, pues, para constatar lo dicho, basta con echar un vistazo sobre su quehacer cotidiano. En todo caso, a modo de ilustración, agregaríamos dos o tres tópicos que suelen repetir machaconamente, como ese de que la crisis que hoy atraviesa la economía cubana es resultado, no de la ineficiencia histórica y crónica del régimen, sino del derrumbamiento del campo socialista europeo, en combinación con el llamado "bloqueo" impuesto por EEUU; o como aquel otro tan risible que puso en órbita Reuters, según el cual "Mariela Castro lidera en Cuba una revolución menos conocida que la de su tío Fidel: una en favor de la tolerancia sexual en la sociedad machista de la Isla".
No hace mucho, al comentar la importancia que los países latinoamericanos conceden en los últimos tiempos al uso y desarrollo de la producción de alcohol carburante a partir de la caña de azúcar, una corresponsal de la agencia IPS aseveraba desde La Habana: "Cuba, que en 2002 sometió a su otrora poderosa industria azucarera a una drástica reestructuración por los bajos precios del producto en ese momento en el mercado internacional, tiene ahora ambiciosos proyectos para aprovechar el auge del biocombustible".
¿Sería necesario aclarar a estas alturas que las razones objetivas por las que Cuba desmanteló su otrora poderosa industria azucarera van mucho más allá y son mucho más complejas y dramáticas que una sencilla baja en los precios del producto? ¿Será que no conocía el dato quien resumió así, con un simple plumazo, otro capítulo de espanto de esa tragicomedia que han conformado para el país las barrabasadas de Fidel Castro?
Sin embargo, retorcimientos informativos de este tipo recorren con frecuencia los medios del mundo, gracias a los corresponsales de agencias de prensa extranjera acreditadas en La Habana, en muchas ocasiones superficiales ex profeso, para cuidar el puesto, y en otras, cómplices, como ha sido (según creo yo) el caso de Fernando Ravsberg.
Cuentan que para silenciar a una cotorra que habla más de lo debido, no hay nada más efectivo que darle a comer perejil. El régimen debe conocer este remedio. No en balde siempre tiene a mano una ramita, por si a alguna de sus cotorras se le suelta la lengua.