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Opinión

La revolución de los eunucos

A pesar de lo que digan los defensores de los cambios en Cuba, la narrativa política del castrismo sigue siendo la misma.

La Habana

La prensa en español en los Estados Unidos es, por lo general, indigente, cuando de analistas políticos se trata, pero cuando el tema es Cuba, sobresale la existencia de una pléyade de eunucos cubanos, que se disfrazan con diferentes linajes. Lo mismo pueden ser abogados, que analistas en programas de televisión, sacerdotes jesuitas, o defensores de derechos humanos. Pero a todos los une la misma obsesión: desacreditar al exilio de Miami, a los políticos cubanoamericanos, y a todos los que se oponen a la idea de que el "raulismo" es un promotor de cambios en Cuba. Todos están empeñados en hacer una gran revolución, que imponga una nueva manera de ver los asuntos de la Isla, para construir una ficción que desdibuje la realidad y venderla como una verdad absoluta.

Y no son como esos eunucos antiguos, considerados empleados favoritos del rey, aunque a veces lo parecen, sino castrados mentales, que, semana tras semana, ante la urgencia de emborronar cuartillas para los periódicos, ni siquiera logran cantar con la belleza del timbre agudo que se le supone a un castrato, a pesar de que evidencian que fueron castrados en la infancia, sino que se unen en un patético coro desafinado de notable vagancia intelectual, que en algunos casos sirve para construir una supuesta credibilidad, que les permita sobresalir en ese circo en que se ha convertido el tema de Cuba en los medios de comunicación, desde que el presidente Obama se sacó del sombrero el conejo del cambio.

Uno de estos castrados es el periodista Jorge Dávila Miguel, quien está convencido de que aquellos que se niegan a reconocer los cambios, son "quienes prefieren mantener una idea fija, inventarse realidades". Para él, que Priztker, la secretaria de Comercio de Estados Unidos, haya ido a La Habana, es un gran cambio. Que Cuba tenga relaciones con 160 países es un signo de cambios. Que Obama establezca relaciones con Raúl Castro es un enorme cambio. Que Mick Jagger y tantos otros estén paseando en carros viejos es un maravilloso cambio. Y mientras tanto, ve que el exilio está inmerso en "una cultura político-local endémica en la Calle Ocho: renuncian a ver al mundo tal cual es, y dentro del mundo a Cuba. La política real les es desconocida, solo las arengas, las frases repetidas, los insultos y el estandarte de las víctimas" (El Nuevo Herald, 9 de octubre 2015).

Pero el discurso de Dávila Miguel está vacío de ideas y cargado de  pobreza de argumentos. La realidad se empeña en desmentirlo. Los cambios no han ocurrido en Cuba, sino en la política implementada por Estados Unidos, bajo la convicción de Obama de que la vieja estrategia no ha funcionado, porque el embargo ha sido un fracaso en su propósito de acabar con la dictadura cubana. Una de las falacias políticas mejor vendida por los demócratas, sus cabilderos, la prensa liberal y los eunucos cubanos.

Un vistazo a la realidad bastaría para que alguien medianamente inteligente se diera cuenta de que la narrativa política del castrismo sigue siendo la misma, aunque su vocación de sobrevivencia lo ha empujado a travestirse. Que se vista de una exótica mulata mal maquillada, no significa que haya dejado de ser un régimen machista con mucha testosterona, que sigue poniendo sus genitales sobre la mesa. Algo que resulta muy atractivo para estos eunucos cubanos, que añoran los genitales del castrismo, mientras sienten una profunda repugnancia por el exilio, y se empeñan en ridiculizar sus valores.

Curiosamente, el mismo día que Dávila Miguel publicaba su arenga pro-raulista, Pablo Milanés, un castrista confeso, declaraba: "el noventa y pico por ciento de la población y de la situación del país sigue exactamente igual o peor". Y nadie puede acusar a Milanés de identificarse con el exilio, porque ni siquiera el Gobierno cubano se ha atrevido a atacarlo de manera frontal con semejante argumento, a pesar de este tipo de comentarios críticos, que cada vez son más frecuentes en boca del cantautor.

Un dato significativo, que apoya la aseveración de Milanés, es la reciente revelación de que en el último año fiscal han llegado a Estados Unidos por tierra, mar y aire 36.497 cubanos, un aumento de más del 60% con respecto al año anterior. Y se sabe por recién llegados desde Ecuador, Colombia y Venezuela, que miles más vienen en camino. Es decir, que donde los eunucos ven cambios, los cubanos ven un asfixiante escenario del que hay que escapar.

Donde los eunucos ven un futuro prometedor y una transición en la que el generalato "se puede dar el lujo de no hacer lo suficiente", la Isla pone a sus jóvenes en fuga y el país envejece de manera acelerada, porque los cubanos que se quedan no quieren tener hijos.

Los eunucos como Dávila Miguel se trazan una agenda política y la defienden a capa y espada, a pesar de la evidencia que la realidad pone frente a sus ojos. Y es que estos personajes fabrican un monigote mediático y lo disfrazan de analista político.

Llama la atención que lo que Dávila Miguel ve como cambios en Cuba, son en la práctica solo las acciones de un actor externo (Estados Unidos) y las consecuencias de esas acciones (famosos, políticos y un Papa visitando la Isla), que en realidad permiten la legitimación del inmovilismo de la dictadura,  pero no generan ningún tipo de transformación. No ha habido una respuesta a las dádivas injustificadas de Obama. Y es que Raúl Castro sabe que en un lugar acostumbrado a la calma chicha, con cualquier airecito (los puntos de wifi, por ejemplo) puede dar la apariencia de que está pasando un huracán. Milanés lo expresa de forma elocuente: "se está dando una imagen muy sublimada y muy turística de lo que está pasando en Cuba".

El problema es que los cubanos ya no creen en cuentos, y la esperanza inicial se ha convertido, casi un año después, en una profunda desilusión. El discurso sigue las mismas variables que a lo largo de 56 años, y la estrategia, aunque empaquetada en un nuevo estilo, sigue siendo la misma: conservar el poder sin hacer concesiones políticas. Solo que ahora, despojado de la ideología que lo disfrazaba, ese discurso se convierte en un cascarón vacuo que la población, cansada de la promesa de un futuro grandioso, ya no compra.

La mejor evidencia del nuevo estilo es el aumento de la represión. Ya no hay grandes condenas de cárcel, como le gustaba a Castro I. Ahora la represión es continua y severa, pero breve. No quieren muchos presos políticos, quieren una oposición contenida, aplacada por las palizas, desgastada por la presión y con la puerta abierta para que se exilie. Solo en septiembre hubo 882 detenciones por motivos políticos.

Una portada de El Nuevo Herald dos días después del discurso del cambio de Dávila Miguel, desnudaba la idiotez política de los eunucos: "Raúl Castro renuente a corresponder la oferta". Los subtítulos eran elocuentes: "Funcionarios insisten en que Cuba no haría concesiones"; "Pritztker regresa a Washington con las manos vacías"; "Advierten que la isla debe reaccionar o arriesga perder el interés de las compañías".

Sin embargo, después de todo, lo que habría que preguntarse no es si en Cuba hay cambios o no, sino qué tipo de cambios se quieren, porque el pretexto de Obama para las concesiones unilaterales que ha hecho, es que el cambio de estrategia posibilitará la llegada de mejorías económicas para el cubano, y a largo plazo la democracia. Pero hasta ahora, cada paso de Obama ha sido contestado con retórica de la guerra fría y negativas (desde los Ferry hasta las indemnizaciones). No dudo que algunas cosas se logren, como la apertura de los vuelos comerciales y la llegada de los cruceros, porque le ofrecen al régimen más entrada de capital, pero no representarán una mejora para el bolsillo de la mayoría de los cubanos. Seguirían siendo cambios afuera de la Isla, pero hacia el interior, nada.

Lo que el castrismo quiere es el levantamiento incondicional del embargo, para tener libre acceso a los préstamos financieros. Y manifiestan su propósito con un abierto chantaje: "la normalización depende del fin del embargo". Después, la democracia seguirá postergándose. En China se levantó el embargo hace 44 años, y en Vietnam 21. En ambos países hay regímenes de partido único. Cuba busca el mismo trayecto.

Nixon fue a China y Mao no hizo un gran cambio. China tiene relaciones con el mundo entero, y no es un signo de cambios. Clinton estableció relaciones con Vietnam, y no fue un enorme cambio. Hemingway se paseaba por La Habana junto a muchas otras estrellas de Hollywood, en los mismos carros que ahora se pasean Jagger y Rihanna, mientras Batista asesinaba estudiantes, y no era síntoma de un maravilloso cambio.

Los eunucos dirán que los chinos y los vietnamitas viven mejor que antes (también los alemanes bajo Hitler vivían mejor que antes). Pero esos regímenes siguen siendo dictaduras, sociedades cerradas sin democracia. Tal vez es eso lo que quieren los eunucos, y por ello el exilio cubano, que busca el restablecimiento de una Cuba democrática, les causa urticaria.

En realidad, el único y vistoso cambio que ha ocurrido desde el 17 de diciembre de 2014, es la exacerbación que ha hecho el presidente Obama de la imbecilidad con la que conduce su política exterior. Cuba es el colofón de los desastres que ha provocado con su estrategia en Siria, Venezuela, Ucrania, Israel, Irán, Afganistán, Libia, Egipto e Irak. Los eunucos cubanos solo se han unido al coro que grita tan elocuente imbecilidad.

Cuando Obama se marche de la Casa Blanca, el mundo será mucho más peligroso que ocho años atrás, y ya no podrá seguir culpando a Bush. Su legado está siendo mucho más sombrío que el de JFK o Jimmy Carter. Ha olvidado que para hacer mover a un burro no se le puede dar la zanahoria sin usar el garrote, y ha demostrado ser un pésimo negociador. Ahora, solo le queda cumplir uno de sus sueños: ser el primer presidente de Estados Unidos en más de medio siglo que aterriza en La Habana, y los eunucos festejarán diciendo que es un gran cambio. Kerry ya está trabajando para lograrlo. Pero su materialización depende de cómo camine la campaña electoral presidencial para los demócratas, pues en estos días que vivimos, todo parece indicar que Hillary se está convirtiendo en la presidenta que nunca será.

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