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Periodismo

Prensa independiente: iceberg de la sociedad civil postcastrista

Un recuento personal de los inicios del periodismo independiente en Cuba.

Miami

Las revelaciones del Zunzuneo cubano hechas por los corresponsales de la agencia AP en La Habana, que hablan de plataformas informáticas desarrolladas para la conexión, así como la actual conexión de la disidencia cubana con el exterior, distan mucho de lo que existía en la época en que los incipientes grupos de periodistas independientes iniciaron su labor en Cuba,  en los años 90 del siglo pasado. Una época en que no se contaba con celulares o computadoras para organizar la labor periodística.

A casi veinte años de los inicios de la prensa independiente —se estima que entre 1993 y 1994 comenzaron a consolidarse los primeros focos de "agencias de prensa independiente"—, resulta oportuno hacer algunos apuntes, nada definitivos, de los orígenes de aquel significativo colectivo de comunicadores.

La sociedad civil postcastrista apareció espontáneamente, formada por intelectuales y periodistas "nacidos" en la Revolución, hombres y mujeres que, en su mayoría, apenas llegaban a los 45 años de vida en los meses finales de 1991—el año del llamado Periodo Especial— cuando la poeta María Elena Cruz Varela creó el movimiento intelectual y disidente Criterio Alternativo que, entre otras cosas, reclamaba libertad de expresión y cambios hacia una sociedad democrática.

María Elena Cruz Varela, Roberto Luque Escalona, Raúl Rivero, Bernardo Marqués Ravelo, Manuel Díaz Martínez y José Lorenzo Fuentes, entre otros, eran miembros de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y firmaron a mediados de 1991 la Carta de los Diez, un documento que molestó soberanamente al ministro de Cultura Armando Hart Dávalos y al jefe del departamento de Cultura del Comité Central del Partido Comunista Antonio Pérez Herrero.

Si bien es cierto que a finales de los 80 la poetisa Tanía Díaz Castro, así como los jóvenes creadores Rita Fleitas, Omar López Montenegro, Estela Jaime y el escritor y expreso político Reinaldo Bragado, crearon el grupo Pro Arte Libre, tal proyecto apenas tuvo divulgación en la Isla y en el exterior. Divulgación que sí recibió, para asombro de muchos, el arresto y los mítines de repudio que la Seguridad del Estado lanzó contra la poetisa Cruz Varela el día de su arresto.

El Noticiero Nacional de Televisión cometió el "pecado" de poner en imágenes la arremetida de las turbas cederistas que asaltaron el apartamento de Cruz Varela: el momento en que un grupo de valientes "federadas" obligaban a la ganadora del premio de poesía Julian del Casal de la UNEAC y disidente a comerse la Carta de los Diez en el apartamento donde vivía. Los cubanos observaron en el noticiero el asalto "glorioso y revolucionario" de las miembros de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) —que presidía Vilma Espín, la mujer del general Raúl Castro—, quienes, acompañadas por las cámaras, rodearon el apartamento de la poeta, a quien sacaron a empujones, metiéndole en la boca los papeles del documento, arrastrándola escaleras abajo, hacia las patrullas de la Policia Nacional Revolucionaria.

Esas patrullas la llevarían a Villa Marista, cuartel general de Seguridad del Estado. En ese momento, María Cruz Varela se convirtió —quizás sin proponérselo— en la opositora mas visible y mediatizada de Cuba. Su juicio —donde fue condenada a dos años de cárcel— fue seguido por las agencias de prensa de todo el mundo, que además, hicieron evidente la presencia en la Isla de un grupo de intelectuales reclamando democracia y libertades.

Hasta esa fecha, no existía, de forma independiente, un colectivo de periodistas, de comunicadores, organizados para trasmitir hacia el exterior lo que realmente estaba sucediendo en el país. Toda la información estaba hasta entonces distorsionada por la propaganda del Departamento Ideológico del Comité Central, que centraba su estrategia en el "periodismo triunfalista", que impedía mostrar el desastre económico y social que se acrecentaba vertiginosamente.

Por su parte, la mayoría de los corresponsales extranjeros acreditados en La Habana, muchos de ellos controlados por la contrainteligencia castrista, apenas difundían notas sobre la catástrofe o inercia de la economía isleña y mucho menos profundizaba en la represión y violaciones que el Gobierno cometía sobre los "inconformes" o "contrarrevolucionarios" en las mas de cien cárceles o granjas de rehabilitación que existían en los años noventa.

Las denuncias, las demandas que los presos enviaban desde las prisiones, apenas conseguían eco en la prensa internacional. Muchas de esas notas, donde se describían las represalias, las pésimas condiciones carcelarias y el abuso constante a que eran sometidos los prisioneros —políticos o comunes—, se fueron divulgando en los 80 a través de las familias de los condenados y la Comisión Nacional de Derechos Humanos creada, precisamente, dentro de las prisiones. Esas notas llenas de dolor y asombro, fueron recibidas a través del teléfono o cartas en la redacción de Radio Martí, La Voz del Cid y la página de Cubanet, quizás el primer medio de la red dedicada a la prensa independiente cubana, inaugurada por la periodista Rosa Berre en 1994 y apoyada económicamente por la National Endowment for Democracy (NED). Lo que no divulgaba la prensa castrista, la población lo podía escuchar por esas dos emisoras que trasmitían desde Washington y Miami.

La Voz del CID y Radio Martí

La salida al aire de las emisoras La Voz del CID —que dirigía el comandante Huber Matos— y Radio Martí, una programación inicialmente de La Voz de los Estados Unidos de América, contribuyó a que la población cubana, poco a poco, recibiera, desde la onda corta o a través de la FM, noticieros y espacios culturales que inundaban de información y valoraciones independientes a los radioescuchas cubanos.

Recuerdo caminar por el reparto Alamar, en la costa este de La Habana, donde vivía en los años 90 y podía escuchar, constantemente, el logotipo musical de Radio Martí y La Voz del CID, que entraban con facilidad a la Isla. "Esmeralda", una novela radiada por Radio Martí tenía mayor audiencia que cualquier otro programa radial de las emisoras locales. Y junto a "Esmeralda" se colaban los noticieros y los espacios de comentarios donde se analizaba la realidad cubana.

También era habitual despertarse en la mañana con "El Cantío del Gallo", un programa de La Voz del CID, donde Alfredo Melero y el periodista y escritor Carlos Franqui, desde Puerto Rico, comentaban la realidad nacional desde una perspectiva independiente, desnudando por dentro y por fuera al castrismo. En esos espacios de noticias se escucharon las voces de los primeros comunicadores independientes que, la mayoría con seudónimos, informaban de las violaciones a los derechos humanos o describían asuntos relacionados con la economía, la represión y aspectos de la vida cotidiana no divulgados por la prensa oficialista.

Ahí nació el verdadero objetivo de la prensa independiente: informar a la población cubana, principalmente, lo que estaba ocurriendo en el país socialista. Hacer un periodismo alejado de la imagen triunfalista que la prensa castrista se esforzaba en mantener. Los espacios de Radio Martí y La Voz del CID se escuchaban hasta en los centros laborales del Estado. A pesar del esfuerzo del Gobierno por neutralizar las señales de radio, fue imposible sacar del aire la "radio enemiga".

En esos boletines que se escuchaban cada treinta minutos por Radio Martí o en el noticiero estelar de las doce del día, comenzaron a colaborar activistas de derechos humanos, y, por supuesto, los primeros periodistas independientes que, ya a principios de los 90 se agruparon en "agencias", en coletivos, dedicados única y exclusivamente a a la labor periodística.

A finales de 1997 se podía identificar, entre otras, la labor del Buró de Prensa Independiente de Cuba, Habana Press, Cuba Press, Agencia de Prensa Independiente de Cuba, Nueva Prensa Cubana, Patria, que representaban el núcleo de las principales agrupaciones de comunicadores alternativos con corresponsales o colaboradores en casi todas las provincias y en el municipio especial Isla de la Juventud.

¿Cómo surgieron las agencias?

En 1991 el Departamento Ideológico del Comité Central del Partido Comunista, dirigido por Carlos Aldana Escalante, reunió en el teatro del Complejo de Periódicos de la Plaza de la Revolución a la mayoría de los periodistas que laborábamos en Trabajadores, El Habanero, Juventud Rebelde y Granma. El discurso fue breve: el Período Especial obligaba a reducir plantillas o reajustar las redacciones. Muchos periodistas fueron jubilados y los que no éramos militantes del partido seríamos "reubicados" en noticieros de radio o en fábricas, como correctores o editores de libros.

Yo estaba en la lista de los que serían ubicados en la redacción de Radio Reloj, donde Mirta Cervantes, directora de la estación, nos recibió con susto y preocupación. "Aquí el trabajo es muy simple", señaló adivinando el disgusto de una decena de periodistas que, sin ton ni son, habíamos sido desplazados por voluntad de la policía política, "ustedes solo tienen que arreglar los cables de las agencias internacionales, cuidar el contexto, que no se divulguen mensajes subliminales capitalistas, y destacar las notas que reflejan los éxitos de nuestra economía, de nuestra salud y educación y, sobre todo, el deporte, ¡mucho deporte, porque en deporte somos campeones olímpicos!".

Las palabras de Cervantes, quien fuera compañera mía de curso en la universidad, me indicaron que en la redacción de Radio Reloj iba a convertirme en una especie de "escribidor" de mentiras. Al fin y al cabo, la función del periodista en Cuba era mentir y solo mentir.

El periodista y poeta Bernardo Marqués Ravelo y su esposa Nancy Estrada vivían muy cerca del edificio donde yo residía en el reparto Alamar, a principios de 1992, el año en que envié mi carta de renuncia como trabajador de la prensa a la dirección de Trabajadores, el periódico que me pagaba un salario de 250 pesos y donde estaba mi expediente laboral. Bernardo, con quien había coincidido en las redacciones de Bohemia y El Caimán Barbudo, y su esposa Nancy, periodista de la revista Mujeres, me pusieron al tanto del ambiente "disidente", contestatario, que se estaba organizando entre decenas de escritores y artistas, descontentos por la falta de libertades básicas y el cansancio existencial de una sociedad apabullada de consignas y fidelismo.

En su apartamento de Alamar, en la "La Chusmita" —frente a un centro de recreación del mismo nombre—, Bernardo y Nancy me propusieron integrar una agencia de prensa, junto a Raúl Rivero —otro de los firmantes de la Carta de los Diez— y el novelista David Buzzi. A finales de 1992 y principios de 1993 se funda NotiCuba, con apenas cinco periodistas, dirigidos por Raúl Rivero, un evento que, salvo las llamadas que se hacían a los noticieros de Radio Martí, muy poco podíamos divulgar, dada la incapacidad técnica, la falta de recursos y el inexistente apoyo que se recibía de organizaciones internacionales.

A finales de 1993 o principios de 1994, se consolida la idea de fundar una agencia de prensa y nace Habana Press, un colectivo formado por Raúl Rivero, José Rivero García, Bernardo Marqués Ravelo, Rafael Solano, Ana Luisa López Baeza, Tania Quintero, Miguel Fernández, Manuel Vázquez Portal y el fotógrafo Omar Rodríguez Saludes. A la par, se organizaron otros colectivos como la APIC, dirigida por el viejo periodista Néstor Baguer (que después resultó ser un informante de la Seguridad del Estado), José Vázquez y Olance Nogueras, así como Patria, un colectivo dirigido por Roxana Valdivia, Román Alberto Cruz Lima y el abogado Juan Carlos González Leyva, en la ciudad de Ciego de Avila.

Es posible que a mediados de los 90 existieran en la Isla, de forma organizada, unos 35 periodistas, que abarcaban las 14 provincias y el municipio especial Isla de la Juventud.

¿Quiénes nos apoyaron?

En esa época, creo que a través de Carlos Alberto Montaner, comienza una comunicación entre la periodista y editora Nancy Pérez Crespo, radicada en Miami, y el colectivo de Habana Press. Incluso se firmó un documento para legalizar —al menos en Estados Unidos— la labor de Habana Press, así como el compromiso de los integrantes del colectivo a enviar sus trabajos de manera exclusiva al buró de prensa que Pérez Crespo puso a funcionar en Florida. El apoyo financiero lo aportaría la filántropa cubanoamericana Elena Díaz-Verson, una visionaria defensora de los derechos humanos y anticomunista que, hasta su muerte, apoyó el movimiento disidente dentro de la Isla.

Habana Press resumía el concepto de lo que pretendíamos fuera la prensa independiente cubana: colectivo de profesionales —todos los integrantes de Habana Press éramos o estuvimos en la prensa nacional—, dedicados a narrar e informar sobre la realidad económica, social y cultural cubana, y, al mismo tiempo, recibir honorarios para poder vivir decentemente, ya que nuestra condición de "disidentes" impedía que laboráramos en algún centro de información o en cualquier otra labor, pues en la Isla todos los puestos de trabajo estaban controlados por el Estado.

Por otra parte —y este era un tema de debate— los comunicadores de Habana Press no pretendían conformar un núcleo de "opositores", integrar una célula de conspiradores anticastristas o representar a un partido político de oposición. Una frontera muy difícil de sobrepasar, pues la mayoría sentíamos que estábamos vinculados a ese proceso de cambio que la sociedad minoritaria cubana reclamaba en ese primer lustro de los años noventa.

La propaganda castrista nos tildaba de "agentes pagados" de la CIA o "lacayos" del imperio yanki. En mas de seis años de labor periodística independiente en la Isla jamás recibí un centavo de un funcionario estadounidense o algún diplomático del "Imperio". Los viáticos de Habana Press —como después lo fue de Cuba Press, la otra agencia organizada— venían de Elena Díaz-Verson, Periodistas Sin Fronteras, la revista Carta de Cuba, así como del portal Cubanet. Carta de Cuba estaba dirigida por el periodista y escritor Carlos Franqui Mesa en Puerto Rico, y era apoyada económicamente por la comunidad cubana en Puerto Rico, que enviaba constantemente no solo viáticos a los periodistas independientes, sino medicinas, libros, grabadoras y cámaras fotográficas. En las páginas de esa revista pueden leerse las primeras crónicas y reportajes de los periodistas independientes que iniciaron el camino de la sociedad civil cubana postcastrista.

Es bueno señalar que a pesar de que la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) comenzó a apoyar la labor de los periodistas independientes en la Isla, denunciando los arrestos y maltratos a que éramos sometidos por la policía política castrista, jamás organizaron un fondo de ayuda económica para los reporteros independientes cubanos. Solo El Nuevo Día, bajo la dirección de Carlos Castañeda y con la anuencia de la familia Ferré, dueña del diario, se comprometió a pagar el servicio de noticias que se recibía desde Cuba. Tal apoyo económico se inició a finales de los 90 y duró hasta julio del 2013: un hecho histórico que debe ser ejemplo para la prensa libre latinoamericana.

También El Nuevo Herald contribuyó durante algunos meses al pago de colaboraciones a los periodistas independientes en la Isla. De forma esporádica, se recibían donaciones de textos sobre redacción de noticias y reglas de redacción de los periódicos españoles El Mundo o ABC y, fundamentalmente, de Reporteros Sin Fronteras, que entre misceláneas de papel, lapiceros o libretas de notas aportaron algunos recursos monetarios para el desarrollo de las agencias.

Es imposible dejar de nombrar a un buen estadounidense, un gran amigo de la nación cubana y quien ayudó a consolidar la prensa independiente en la isla: Gen Bigler. Académico y hombre de gran cultura, Bigler fomentó desde su labor de agregado de prensa en La Habana, la comunicación entre los corresponsales de EEUU ( y de otros países) que visitaban la Isla a mediados de los 90. Esos encuentros con colegas de The Washington Post, The New York Times, The Wall Street Journal, Tampa Tribune o The Miami Herald, entre otros, permitieron no solo la relación personal entre colegas, sino la adquisición de cámaras, computadoras o grabadoras que los corresponsales nos dejaban al abandonar la Isla.

Recuerdo la visita que hicieron David Lawrence, entonces director de The Miami Herald y el reportero de El Nuevo Herald Juan Tamayo a La Habana en 1996, junto a otros colegas de Florida. Como siempre, Bigler nos puso en contacto con Lawrence y su comitiva. El encuentro se realizó en una comida informal en el Hotel Nacional. No solo compartimos unos bistecs con ensalada, sino que, al final de la velada, los cuatro o cinco periodistas floridanos hicieron una "ponina" y nos entregaron 200 dólares para ayudar a los periodistas de Cuba Press.

De igual manera ocurrió con una corresponsal de The Wall Street Journal que visitó la Isla a principios de 1996. Carla Anne Robbins —una talentosa reportera que en 1999 recibió el premio Pulitzer— necesitaba un periodista que le ayudara a visitar dirigentes de la oposición y líderes de la Iglesia Católica, así como campesinos y obreros, para un gran reportaje que después publicaría en su diario. Bigler la puso en contacto con Cuba Press y la señora Robbins nos contrató para trabajar con ella durante una semana. "En mi país y en casi todo el mundo, se paga la labor que uno realiza", me dijo y me extendió un papel contratándome por una semana y un pago de cien dólares diarios. Otro tanto ocurrió con reporteros de Tampa Tribune o Boston Globe y de la agencia de noticias de The Wall Street Journal y de John Rice, de la corresponsalía de la AP en México. Ya después de los años 90, muchas fundaciones y organizaciones del exilio comenzaron a ayudar de forma directa no solo a la prensa independiente, sino a la oposición.

A 20 años del inicio formal de la prensa independiente —donde no existía el twiter, el celular, el facebook o una simple computadora para lograr comunicación con el mundo libre— es bueno recordar que aquella semilla germinó, y hoy los comunicadores independientes se han multiplicado con la ayuda de las tecnologías y los nuevos proyectos de comunicación que el Estado castrista no puede impedir.

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