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Opinión

El ombliguismo cubano

'El mundo está pendiente de nosotros': Sobreestimándonos, mitigamos nuestra miseria.

Arizona

La perversidad del chiste nos asociaba con ciertos personajes que castigaban las librerías de Buenos Aires. Nos decían "los argentinitos del Caribe". El signo —al parecer— no solo remite a un complejo de inferioridad sino a la larga agonía de un proyecto resquebrajado, roto.

Porque del pretérito imperfecto al presente histórico, el futuro cubano aún bebe en el Bar Esperanza. Se emborracha hasta creerse esencial, imprescindible, global, ineludible.

Ombligos que se admiran a sí mismos, ni siquiera discretamente: Yoyomí o Mimiyoyó. "El mundo está pendiente de nosotros, tenga mucho cuidado", le dijo una funcionaria de Relaciones Exteriores a una profesora del Instituto Superior de Arte, hace un mes, cuando por primera vez salía de Cuba en un viaje de trabajo a España.

La vergüenza que provoca no es ajena. Por lo menos para los que Cuba —la "patria" se oye demagoga— todavía nos duele. Pero el ridículo sigue engendrando codazos disimulados, miradas al cielo, sonrisitas de burla entre los que presencian ese delirio de grandeza "tan cubano como las palmas".

Por supuesto que mucho de ese ombliguismo forma parte de la astuta propaganda oficial. Es decir, mitigar con esa sobrestimación la miseria de un país para colmo pequeño, insignificante en el mundo actual. Cuyos votos en los organismos internacionales apenas despiertan interés entre los bedeles y secretarias.

Prueba de ello es la conferencia ministerial de la Organización Mundial de Comercio (OMC), que acaba de concluir en Bali, Indonesia, con la firma de un acuerdo para liberalizar los intercambios de mercancías en el planeta. Tras una perreta inicial del delgado del régimen cubano, donde condenó el embargo de Estados Unidos y a gritos se negó a aceptar el borrador; las presiones de algunos países como Brasil y China obligaron a que Cuba callara, aceptase el aperturista acuerdo, capaz de generar según especialistas hasta 20 millones de nuevos empleos. Y todo porque según los estatutos la aprobación tenía que ser unánime, los 159 estados miembros debían emitir un voto favorable.

De ser por mayoría, ni siquiera hubieran reparado en el archipiélago que debe dirimir los problemas con su vecino del norte sin molestar al comercio mundial, lograr mediante negociaciones directas el regreso a una normalidad que se pierde en la Guerra Fría, en la bravuconería de un caudillo, en la ausencia de democracia y respeto a los derechos humanos.

Porque el ombliguismo gobernante se basa en un patología local: los ancianos guerrilleros se creen insustituibles, padecen el extremo delirio de quienes sobreviven convencidos de que son la mejor generación en la historia de Cuba, los héroes, los titanes no de bronce sino de platino.

Bajo esa premisa enferma aún actúan. Y desde luego mandan, contaminan, excretan Lineamientos

Quizás lo peor —desde la crisis de los misiles en octubre de 1962, hace 51 años y hasta hoy— es cómo muchos cubanos se han dejado contagiar por el ombliguismo de Fidel Castro. Su caciquismo tercermundista cuando era un peón de la Unión Soviética desparramó entre casi todos nosotros —en algunos como mecanismo de defensa— un pernicioso individualismo, casi narcisista. Idea del bobo que se cree merecedor. Idea tonta de quienes necesitan reconocimientos, aplausos, medallas, premios…, sin darse cuenta de que en la historia de la humanidad esos "reconocimientos" han sido la mejor arma del poder, de los poderes.

No fatigo con enumeraciones, adoloridos ejemplos del ombliguismo de los cubanos en La Habana o en Miami, entre profesionales u obreros, sin distinciones raciales, de género y generaciones. Cada lector cubano de este artículo puede encargarse de enunciar alguna de sus experiencias.

Tal vez algún psiquiatra, historiador de las ideas o sociólogo, encararía el tema con mayor hondura, matizaría argumentos y contextualizaría evidencias que aquí omito o apenas enuncio; como la que caricaturiza al atribuir el mal solo a lo que fuera "revolución", cuando se sabe que —por ejemplo— entre artistas y académicos suele ser un defecto no solo abundante sino intemporal.  

El fenómeno —de las esferas públicas a las privadas y viceversa— tiene además un desafío: ¿Cómo revertir el ombliguismo? ¿Cómo lograr que el otro y lo otro establezcan un diálogo con los ombligos? ¿Cómo posibilitar que nos veamos completos, sin exageraciones patrioteras?

Tarea esencial de la nueva Cuba —compleja y complicada—, por lo menos reconocerla es un primer, polémico paso hacia su fin como fenómeno social, como consecuencia de una política despeluzada. No vaya a ser que a ciertos argentinos les llamen los cubanitos del Cono Sur.

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