Una sonrisa irónica hubiera cruzado la cara de Emil Michel Cioran —desde su Breviario de podredumbre— si hubiera asistido a un cumpleaños en Miami Beach, donde coincidí hace una semana con un profesional cubano residente en La Habana, que no deja de ser un intelectual (se interesa en la filosofía, la política…), aunque no sea escritor, artista, graduado de alguna disciplina humanística.
El filósofo rumano exiliado en Francia —lengua que adoptó—, quizás hubiera disfrutado —con sorna— la expresión "disidencia de terciopelo", o simplemente "blanda", similar a la de ciertos cubanos residentes fuera del país, que entran, aplauden y salen, como algunos de los allí presentes.
Porque seamos precisos: el servilismo y la cobardía tienen muchos matices. No siempre obvios, como "la banalidad del mal", que brillantemente retratara Hannah Arendt. La docilidad suele disfrazarse. Sobre todo cuando desesperadamente se busca una máscara de pensamiento independiente, autónomo, sin mandato. Es decir, una justificación para que el espejo mágico le diga que no tiene miedo.
Aunque no se excluye —por supuesto— una franca intención oportunista, de cara al futuro. Un futuro que se supone implacable con los oficialistas, militantes, abyectos… Y que desde ahora mismo hay que sembrar de actos que permitan ser evocados como hazañas, peligrosas proezas frente a la dictadura, arriesgadas declaraciones discrepantes, fundación de una "nueva izquierda"…
De ahí la burla que profesionales como este provoca en los verdaderos disidentes que día a día se enfrentan con el mono, sufren las Brigadas de Respuesta Rápida, salen en manifestaciones como las Damas de Blanco, les caen a pedradas, mantienen huelgas de hambre, van a la cárcel entre golpizas y juicios amañados…
Mientras, este "valiente", "intrépido" intelectual, contaba tranquilamente que pide —en las asambleas de su empresa— menos secretismo al Partido Comunista, más participación de las personas comunes en las decisiones del Gobierno que por unanimidad aprueba la Asamblea Nacional del Poder Popular, rebaja en los impuestos y mejoras en servicios básicos como la higiene en los hospitales…
El personaje —que ahora puede permanecer hasta dos años por aquí— nos quiso convencer de que se hizo el "bravo", en un coloquio convocado por la revista católica Espacio Laical, donde hubo un caluroso homenaje a Cantiflas; delante del crucifijo, sin pensar en lo que representa.
El problema clave —dije allí, con absoluta cortesía— es que tales disquisiciones huelen a bolitas de naftalina. En 2013 resultan anacronismos. Tan obsoletos como no acostumbrarnos a que cada día abundará más este tipo de "actitud" o "personaje". Pero argüí con las olas, como un verso de Eliseo Diego.
Mejor hubiera sido que el intelectual de visita hubiera confesado —con todo derecho— que no le interesa Cuba, la política, quién gobierne, la filosofía social… O sencillamente que expresara su pesimismo ante el mucho maquillaje que se ha puesto la anciana maquinaria de los exguerrilleros. Por muchas "aperturas", más dictadas por la sobrevivencia que por una inverosímil voluntad de romper candados, desgarrar mordazas.
Temas más candentes fueron ignorados en el cumpleaños, como la discutible idea de que la gira concedida a los disidentes no sea dictada por la presión internacional sino por un audaz y astuto plan para desgastarlos.
Cinismo o escepticismo son preferibles —me parece— a posiciones reformistas. En las dos décadas que precedieron al fin del "socialismo real", antes del éxodo de los balseros, muchos allá dentro éramos reformistas. Pensábamos, equivocadamente, que el "sistema" podía soltar sus defectos, transitar hacia un estado de derecho, a un socialismo democrático estilo Suecia, según delirábamos... Pronto la testaruda realidad se encargó de bajarnos de esa nube desiderativa, ignorante del Poder.
La brutal primavera del 2003 —que sufrimos acompañados del silencio, entre otros, de la jerarquía católica y de los mismos intelectuales que hoy "critican" apaciblemente— parece una prueba irrefutable. No excluible de repetirse, si el Poder viera que sus "lineamientos" del VI Congreso del PCC, no callan el descontento a base de frijoles liberados, abulia, viajes desgastadores, compraventas de casas y autos antiguos, cooperativas supervisadas, picaresca de arañar pesetas robándole al Estado… roletazos a la segunda base en un juego que ha implantado un vergonzoso record mundial de ponches.
No. Recuerdo por si acaso la conversación. Le pregunto a un amigo y por ningún lado. Ni la más osada frase del "valeroso" aludió a que el sistema comunista, calcado de la Unión Soviética y la NEP leninista a partir del fracaso de la Zafra de los 10 millones, fue peor para la soberanía cubana que la Enmienda Platt, como puede leerse en la Constitución Socialista de 1976, antes de que fuera modificada, y aún sufrirse en muchos entramados legales.
Rebusco a ver si se me escapó un juicio crítico sobre la prohibición a que haya varios partidos políticos, a elecciones directas del presidente y de la Asamblea Nacional, a tener acceso normal a internet o a que haya una prensa autónoma, a despolitizar los libros de textos o a que el examen de ingreso a las universidades no incluya una Historia de Cuba que parece comenzar con el asalto al cuartel Moncada… Infructuosa búsqueda. Silencio abismal, apenas el ruido de las copas.
Ni una leve mención a que Raúl Castro, Machado Ventura y su pelotón, han demostrado durante medio siglo solo ser aptos para mantenerse en el poder y rapiñar —casi la mitad, entre CUC inflados y precios exorbitantes— las remesas familiares; además de explotar al chavismo. Ni un octavo de palabra acerca de que los Díaz-Canel, cachorros de sus amos, parecen bien entrenados en despachar más de lo mismo… Para colmo —aquí con razón— con un atroz miedo al truene.
El Comandante en Jefe, por su parte, nunca apareció en la boca del invitado. Nunca tuvo un coto para cazar venados al suroeste de La Habana, mientras descuartizaba las familias con las escuelas en el campo y la economía con la estatalización. "Mejor no molestar al viejito agricultor", pudo haber dicho, como un alma caritativa, entre resbaladizas frases.
Nada de nada. Apenas un reformismo devaluado. Otra forma de dilación, sin excluir la delación: el temor a que alguno de los invitados fuera informante de la Seguridad. Con un extra para sí mismo —apenas advertido—: la culpa ajena. Se siente un inocente, sobre todo un iluso ("utópico", se confiesa), que paga o pasa por ingenuo. Y cambia el tema, pica un dado de queso con jamón, me pregunta por el clima desértico de Arizona…
Es que el de Cioran fue un Breviario. Mientras cubanos como este espécimen necesitan, tal vez, varios volúmenes, agotar un disco duro. O más fácil: solicitar que podredumbre desaparezca del diccionario.