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Economía

Cooperativismo contra libertad económica

El modelo ha fracasado en todas las épocas y países, pero permite seguir con el freno estatal a la economía.

Los Ángeles

El anuncio el 9 de julio pasado en La Habana de que el gobierno de Raúl Castro estudia la creación de cooperativas de trabajadores en los servicios de transporte, gastronomía y otros, forma parte de una estrategia del régimen para impedir que la economía cubana cuente con un pujante sector privado independiente.

Días después de darse a conocer un alza enorme en los impuestos para los productos y artículos que llevan a la isla quienes viajan a visitar a sus familiares —que hará disminuir el suministro de materiales y artículos necesarios para el funcionamiento de las "paladares" y otros oficios por cuenta propia—, el presidente de la Sociedad de Cooperativismo de Cuba, Alberto Rivera, reveló otro obstáculo socialista para el resurgir de la propiedad privada individual y que, a la vez, le garantizará al Gobierno mantener el enfermizo control de "vida y hacienda" en toda la sociedad.

De manera que no importa cuántos viajes hagan a Pekín y Vietnam el dictador u otros miembros de la nomenklatura, mientras los Castro estén a cargo del país, en Cuba no habrá reformas reales y mucho menos la posibilidad de que brote una consigna parecida a aquella de "enriquecerse es glorioso", lanzada por Deng Xiaoping, que fue el fondo musical de las reformas capitalistas que sacudieron a China de su atraso milenario.

El cooperativismo es tan antiguo como la civilización misma. Existía ya en Babilonia y había cooperativas de servicios funerarios y de seguros en la Grecia clásica y en Roma. Platón en su obra La República idealizó las cooperativas y la propiedad colectiva para imaginar la sociedad perfecta. Pero en el caso de la Cuba actual no hay que buscar tan atrás la fundamentación de las cooperativas, pues emana de Friedrich Engels, Vladimir Lenin, y de la experiencia de la Yugoslavia comunista del mariscal Josip Broz Tito, su presidente vitalicio.

La propiedad comunal o estatal (su estadio superior) y el cooperativismo han sido la espina dorsal de todas las utopías y proyectos de sociedades ideales que se le han ocurrido a los soñadores sociales a lo largo de la historia humana. Pero, o no han podido ponerse en práctica por irrealizables, o ya llevados a la realidad han fracasado todos, debido a que si bien tales experimentos humanísticamente suenan muy bonito (y lo son), en el plano económico no funcionan y ahí termina todo. O sea, lejos de impulsar el desarrollo económico y el bienestar de la gente, lo frenan.

No es difícil comprender que si en un grupo humano los más talentosos, productivos y esforzados en el trabajo tienen que sostener con el fruto de sus innovaciones, su abnegación y su trabajo "fuera de serie" a los menos capaces y los que no se esfuerzan mucho, simplemente no hay incentivo para seguir poniendo ese "extra" ingenioso y eficiente. Y ese "extra" fue el que edificó el mundo moderno que hoy conocemos, y que no existiría de haber tenido éxito la República platónica.

Por eso hace ya 2.600 años Aristóteles rechazó la propiedad comunal (léase comunista) propuesta por su maestro Platón, y afirmó que la propiedad privada era superior porque la "diversidad de la humanidad es más productiva" y porque "los bienes cuando son comunes reciben menor cuidado que cuando son propios".

Antes que Aristóteles, el también filósofo griego Demócrito había ensalzado las ventajas de la propiedad privada, pues "permite el desarrollo y facilita el progreso". Y en el siglo XIII, en plena Edad Media, el filósofo y clérigo Tomás de Aquino advirtió que sin propiedad privada no hay economía, y escribió: "el individuo propietario es más responsable y administra mejor".

Pero volviendo a las fuentes nutricias del cooperativismo futuro en Cuba, debemos recordar que a la muerte de Karl Marx fue Engels quien lo sustituyó como líder mundial de los comunistas, y en 1894 escribió grandes elogios a las cooperativas agrícolas, a las que consideraba vitales para la "gran cooperativa nacional de producción" comunista.

Lenin, en 1923, pocos meses antes de morir, publicó en el diario Pravda un artículo titulado "Sobre la cooperación", en el que sentenció (con fuerza de dogma) que "siendo la clase obrera ya dueña del poder… en realidad solo nos queda la tarea de organizar a la población en cooperativas. Consiguiendo la máxima organización de los trabajadores en cooperativas, llega por sí mismo a su objetivo el socialismo".

Bastante antes, socialistas utópicos enemigos de la propiedad privada y del capitalismo propusieron sociedades paradisíacas basadas en el cooperativismo. El inglés Robert Owen (1771-1858), desarrolló incluso un nuevo modelo de producción de hilados en New Lanark, con 2.500 obreros cooperativistas que vivían en una colonia comunitaria de corte celestial.

Sus contemporáneos franceses Charles Fourier y Leonard Sismondi hicieron algo parecido, al igual que el también socialista y anticapitalista francés (pese a que tenía "sangre azul" ) Henri de Rouvroy, más conocido como el conde de Saint Simon. Y antes que ellos, en el siglo XVI, los ingleses Thomas Moro con su Utopía, o Francis Bacon con La Nueva Atlántida, ya habían sentado cátedra en cuanto a imaginarse sociedades idílicas basadas en el cooperativismo.

Fracaso yugoslavo

En el siglo XX, quien fue más lejos en materia de cooperativas socialistas de producción fue Yugoslavia tras la Segunda Guerra Mundial, con su "socialismo autogestionario". Las empresas eran propiedad del Estado, pero confiadas a los trabajadores para que las gestionaran y obtuviesen una buena parte de las ganancias. Recuerdo que dicho modelo era rechazado por Fidel Castro, y que el Che Guevara lo calificaba de "traición al socialismo".

La autogestión cooperativa en las empresas yugoslavas descansaba en la asamblea y el consejo obrero, el comité de gestión y el director. Pero, ojo, había un comité estatal comunista que intervenía en todas las áreas de la economía, nombraba a los directores de las empresas —controlados por el gobierno—, supervisaba el balance anual de cada empresa, el plan de inversiones, los productos a fabricar, etc.

El resultado fue que Yugoslavia nunca pasó de ser una economía emergente, muy a la zaga de las naciones capitalistas de Europa, que a partir de la postguerra dieron un salto espectacular en su desarrollo social, económico y tecnológico.

No hay que derrochar mucha imaginación para vislumbrar al Partido Comunista de Cuba y al gobierno manejando a su antojo las cooperativas de servicios —que no de producción todavía— que serán formadas en Cuba, como lo hacen con las Cooperativas de Producción Agropecuaria (CPA) de los campesinos y con las cooperativas llamadas Unidades Básicas de Producción Agropecuaria (UBPC), irrentables, y que constituyen un fiasco productivo asombroso.

Y es que los hermanos Castro se resisten al clamor popular, e incluso a los elementos más pragmáticos de la cúpula de poder, de que solo con productores privados, (aunque férreamente controlados por el Estado para que no "cojan mucha ala"), es que se podrá aliviar al menos la crisis desastrosa que sufre la economía cubana.

Esa alergia patológica a la libertad económica individual, para poder seguir explotando a los cubanos, explica esta absurda decisión de copiar a Yugoslavia 22 años después del colapso de su cooperativismo comunista.

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