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Sociedad

Mortadella militante

En el pueblo nadie habla de política y el secretario del PCC trapichea con embutidos.

Miami

El compañero Mortadella es el secretario del Partido Comunista de Cuba en el pueblo. De viernes a domingo prepara sus embutidos. La esposa, enfermera en el policlínico, se encarga de la venta mayorista a los puestecitos de la carretera y aledaños al parque, donde está la iglesia. También de la distribución minorista, por encargo y por libra, a pacientes y vecinos.

El pueblo no es de los más pobres. Solo cayó en la miseria cuando lo convirtieron a la fuerza en zona cañera, pero ya el central se le vendió o regaló a Venezuela. El pueblo está en la provincia de Villa Clara, por el Circuito Norte. Un amigo acaba de regresar: hacía diez años que no veía a sus padres, a su hermana y tres sobrinos.

Mortadella se baña y guarda la ropa —me dice. Conversó con él. Estudiaron juntos en la Universidad Central y se cayeron a cuentos.  Pero ni sabe que su sabroso trabajo real tuvo su origen en la región de Bolonia, Italia. Tampoco que se escribe Mortadela. Mi amigo de Miami lo acompañó —litro de ron Santo Domingo de por medio— mientras ahumaba la ristra de embutidos en el patio, en unos tanques de hierro de cincuenta y cinco galones, con abertura lateral abajo para colocar el carbón.

Me cuenta que Mortadella —cuando conversa al cortico— solo cree en el trabajo. Nada que ver con las represiones. Para eso, cuando ocurre alguna disidencia o lío gordo, sobre todo en la época de las parrandas, vienen de la capital municipal o provincial o de La Habana. Él y su gente de los núcleos no. Dice que nunca, porque ellos son los que se quedan allí, los que conviven, los que después no consiguen ni una cabeza de ajo.

Mi amigo se lo come a preguntas extrañas, de una isla que solo existe entre algunos cubanólogos. Mortadella lo mira como si estuviera leyendo la historia del Movimiento 26 de Julio, de la Unión Soviética, del camarada Carlos Marx. Hasta piensa que le toma el escaso pelo canoso, chorreado a los lados, porque mi amigo no está en mayo del 2012 sino décadas atrás, en otro país.

Entre el tabaco y el ajo unas veinte o treinta familias campesinas de por allí, incluyendo algún nuevo arrendatario, tienen muebles de buena madera, traídos de Trinidad o de Cienfuegos. No faltan, propios o alquilados, tractores del año de la corneta o yuntas de bueyes, fertilizante que cae nadie quiere saber de dónde, cisternas con su turbina, hasta camiones con motores chinos para ir a los mercados… El fiambre no. La producción del secretario general apenas cubre las necesidades del vecindario, porque solo prepara los fines de semana, tras su jornada en la sede del Partido.

Mortadella le dijo que era como ir a misa: una hora de "teque" y completo. Dos o tres inspecciones y sobre todo muchos papeles. Mirando las musarañas, salvo el miedo a que en el último capítulo quieran volver para atrás, cerrar el trabajo por cuenta propia, quitar las tierras arrendadas. Pero dice que ya el almanaque no les da tiempo a nada. Ríe. Añade que en Miami hablan más de política que allí, donde el tema es si legalizan los hornos clandestinos de ladrillos, en las afueras de Camajuaní.

Los círculos de estudios terminan preguntando si entraron los DVD quemados de la telenovela brasileña. Si la mula, prima de la presidenta del Poder Popular, llegó con el cargamento de ropa y zapatos de "Ñó, Qué Barato" y de "Valsán", de las tiendas mayameras.

Hablar de los acuerdos del último congreso del Partido o de la salud del Castro mayor es igual a que alguien en el pueblo estuviera leyendo a Eurípides y no tuviera con quien conversar, parecido al viejo que se sienta en el banco del parque a deshojar la noche.

Mortadella y  su mujer están ahorrando para tirar la casa por la puerta y por la ventana, cuando celebren los quince de la hija. Sí —comenta—, con vestido de afuera y combo habanero, en el Círculo Social y barra abierta, video tomado por un camarógrafo del ICAIC, vals de las olas sin que el pueblo tenga salida al mar…

Mi amigo baja la cabeza. Cuando la sube está sudando a pesar de que el termómetro del aire acondicionado marca 70 Fahrenheit. Sonreímos como si las emisoras de radio y los canales hispanos del sur de la Florida arguyeran con las olas del vals. Cuando me mira a los ojos veo los suyos vidriosos, confusos.

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