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Opinión

La música por dentro

Artistas en intercambio cultural viajan a Miami, donde el apoliticismo que declaran es puesto a prueba.

Miami

Cada vez que nos visitan músicos que viven en Cuba, o que viven entrando y saliendo de Cuba, surge el problema de hacerle preguntas políticas a gente que no puede darse el lujo de responderlas.

La contradicción es insalvable. La autonomía de estos artistas depende del criterio de la Seguridad del Estado. Una nota discordante aquí o allá puede anular lo mismo un permiso de salida que un permiso de entrada. En suma, puede destruir un modus vivendi. A diferencia de Silvio Rodríguez y Amaury Pérez, por poner dos ejemplos supinamente oficialistas, muchos de estos artistas evaden el compromiso militante con la dictadura. Aplausos. Pero todos sabemos que esa distancia depende de la voluntad de las autoridades para tolerar un espacio no comprometido en un escenario perfectamente controlado.

Extraña que los artistas trabados en este comercio con la dictadura vengan a Miami. Porque esta es la Cuba que pregunta y opina. (Por cierto, una Cuba donde también preguntan y opinan los defensores de la dictadura.) Si Kelvis Ochoa canta en la Tribuna Antiimperialista de La Habana es lógico que aquí le preguntemos por qué. ¿Cuéntanos Kelvis? Dirá que lo hizo porque le dio la gana o porque no le convenía rechazar la oferta. Una de estas respuestas lo dejará mal parado aquí o allá. O aquí y allá. Es una trampa. Pero, ¿sabes Kelvis?, te tocó. Nos tocó.

Desde 1959 la nación cubana fue escindida por la más perversa y destructiva de las dictaduras americanas. Un proceso de genuina restauración democrática fue secuestrado por una parásita mafia revolucionaria. Esto nos impone un dilema moral. Cada cual tiene derecho a resolverlo de acuerdo con su conciencia y sus intereses. Pero debemos a la dictadura, y no a Miami, la reducción de esas opciones a un límite extremo. Dado  que la persona moral no encontrará en la dictadura un ángulo que justifique su adhesión.

Por suerte, y a beneficio de inventario, los hermanos Castro no dejan lugar para matices. Es muy fácil darse cuenta de qué lado van la razón y la justicia. En Miami, y en toda la diáspora, a veces perdemos nuestro punto cardinal. De Cayo Hueso a Berlín y de Ciudad de México a Buenos Aires, somos los guardianes de la memoria. Somos el territorio más vital de nuestra cultura. La voz de los que están obligados a callar. El santuario de los perseguidos. La barrera que no pueden burlar los trovadores que santifican los fusilamientos, los obispos entregados a la pastoral del raulismo, los académicos con doble agenda, los agentes infiltrados, los creadores que tratan de evadir su mediocridad con una ambigua navegación entre dos aguas.

Dicho sea sin dramatismo, somos el espejo del dolor. Dicho sin mezquindad, somos los que matamos el hambre, vestimos la miseria y hasta quizá hemos evitado un baño de sangre con nuestras generosas remesas. Somos, a mucha honra, la triunfal gusanera: el exilio que muestra desde una quincalla en la Calle Ocho hasta los claustros de Harvard y las oficinas de Wall Street los logros de la Cuba que pudo ser sin Fidel y los horrores de la Cuba que acabó siendo con Fidel.

La caridad obliga a no tomarse a pecho el cantinfleo, las medias verdades, la estúpida comparación entre la intolerancia institucionalizada de la dictadura y la intolerancia espontánea de un sector minoritario del exilio, las imposturas de filósofos con faltas de ortografía y bongoseros en estado de permanente ebriedad. Pero no nos pasemos de rosca. La comedia adquiere un innecesario tono repugnante cuando Descemer Bueno nos dice: "Hay más racismo aquí que en Cuba, el mismo que había allá vino para acá. Por eso es que no estamos en MTV. Aquí los mulatos no salimos en televisión para nada".

O cuando Raúl Paz nos explica (con una metáfora apenas superada por la famosa respuesta de Ricardo Alarcón a Eliécer Avila) la inutilidad de que los cubanos disfruten del derecho a salir libremente del país porque a la larga eso solo "va a resolver el problema de seis personas".

No cabe duda, Miami es una ciudad muy politizada. ¿Qué quieren? ¿Por qué debo hacerme el de la vista gorda cuando Carlos Varela proclama en Miami que no le interesa la política y sermonea contra el embargo en Washington? Todo es política, queridos amigos, y ustedes lo saben. Por eso se cuidan de no desafinar con la dictadura. Puede que cantar en el Carlos Marx, en el Concierto de Juanes o en la casa de un general no te convierta en un esbirro. Puede que tus canciones tengan, incluso, alguna que otra frase subversiva. Pero eso no te disculpa de vivir de espaldas a la tragedia de tu pueblo. Tu ligereza no redime tu amoralidad. Esa es tu elección. La descarada respuesta a más de una pregunta.

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