Poco después de tomar el poder, Fidel Castro prohibió el juego en la Isla. Durante medio siglo las apuestas y loterías pasaron a habitar el mundo de lo clandestino. Hasta que ahora vuelven a aparecer con la misma fuerza de antes. En esta serie, DIARIO DE CUBA presenta lo que ya es un hecho: la vuelta del juego a las calles de la Isla.
"Llegó el Chara", anuncian los vecinos de un angosto, mugriento y marginal callejón del barrio de Pogolotti, en Marianao. Se los presento. Se llama Román, tiene 69 años y desde hace veinte, en cualquier esquina de los barrios pobres de La Habana, monta una charada rápida. Casi nadie lo conoce por su nombre; todos le llaman el Chara.
Ahora veamos su modo de operar. Después de saludar a vagos y pillos de los suburbios, Román —que recibe divisas de sus novias en Europa o de sus negocios clandestinos (venta de cigarrillos de marihuana, ropa de marcas piratas, ron casero o el alquiler de la prohibida antena por cable)—, anota en pequeñas hojas varios números que guarda en el bolsillo de su pantalón.
Luego lanza un acertijo. "Del 25 al 30 algo que a todos nos gusta", dice. Se aceptan apuestas de cinco pesos en adelante. Quien acierte cobra el triple de lo jugado.
El nombre de cada número es el mismo de la bolita local, una lotería subterránea, efectiva y popular que funciona a todo vapor en Cuba: el uno es caballo, el dos mariposa, y así sucesivamente. Román se pasa dos horas lanzando acertijos, con diversos significados, en números comprendidos del uno al cien. Cada charada consta de cinco números y una sola posibilidad de acierto. Amas de casa ociosas también prueban suerte.
"A veces me va bien, pero casi siempre pierdo dinero", dice Olga, de 56 años. Después que Román lanza su adivinanza, todos los presentes dicen el número que cada quien supone que sea. A continuación, el Chara saca el trozo de papel que guarda en su bolsillo y canta el resultado. Los que aciertan saltan de júbilo, como Rubén, que apostó 30 pesos al 25 y ganó 90. Cuando varios de los presentes han perdido mucha plata, las apuestas se calientan.
"Por lo general acepto apuestas de hasta 100 pesos. La charada rápida no es una estafa como muchos piensan. Es un juego de habilidad mental. Claro, yo llevo ventaja. Son cinco posibilidades contra una. Mientras más gente participa, mayores son las posibilidades de obtener beneficios. Por lo general, a diario me busco entre 900 y 1.200 pesos (40 y 50 dólares)", confiesa Román.
El Chara se conoce al dedillo todos los barrios de La Habana, algunos tan violentos que la policía no se atreve a entrar de noche. "Hasta ahora nunca he tenido ningún percance. Si los ánimos se caldean, me voy. Una vez, unos tipos desde una azotea con binoculares veían los números que anotaba y por SMS se lo enviaban a una persona que apostaba fuerte. Me jodieron bastante plata. Cuando veo que alguien acierta continuamente, algo huele mal", cuenta este hombre que desde hace dos décadas vive de la charada rápida.
Román ha trabajado poco en su vida. "Cada vez que veo largas colas de ancianos para cobrar su exigua jubilación, me enorgullezco de haber tenido suerte y vivir sin aprietos económicos gracias a la charada". Román aprovecha cualquier momento para armar una. Ahora mismo, sentado en un bar de baja estofa, logra convencer a varios borrachos para que prueben fortuna con sus acertijos.
Esa noche no tuvieron suerte los beodos. Román se llevó los escasos pesos que portaban. Antes de marcharse, los invitó a una ronda de un ron insufrible y peleón. Pagado con su dinero.