Gran Bretaña celebra esta semana el Jubileo de Platino de Isabel II: los 70 años transcurridos desde la ascensión al trono de una muchacha de 25 años que acaba de cumplir 96; impresionante trayectoria de una mujer excepcional que ha dedicado su vida al cotidiano desempeño de tareas esencialmente ceremoniales como encarnación del espíritu de un pueblo y rostro de un Estado. Pueblo y Estado celebran esa larga carrera que el resto del mundo contempla curioso y admirado, pero sin acabar de entenderla, reduciéndola a un folclore pintoresco.
La reina Isabel es sin duda el personaje contemporáneo más famoso y reconocible: su efigie está en las monedas y sellos de correos de 14 naciones de las cuales es jefe de Estado, y su imagen, que aparece a diario en los noticiarios de la tierra, resulta más fácilmente identificable que la de la mayoría de los líderes nacionales. Aunque perviven varias monarquías en el mundo, cuando se habla de "la Reina", sin especificar su nombre, sobre todo en países republicanos como es el caso de EEUU, se alude a ella. La popularidad de Isabel II es tan grande de este lado del Atlántico que hasta podría afirmarse que, en el ámbito afectivo o espiritual, la independencia de las Trece Colonias no ha tenido lugar.
Sin embargo, en el plano racional, la existencia de la monarquía, y de esta monarquía en especial, sigue siendo un misterio. Al estadounidense promedio (en particular las amas de casa que consumen todos los chismes de la familia real británica en la prensa que llaman "del corazón") le resultaría muy difícil de entender, y menos aún de explicar o defender, la existencia de una institución que tantos libros serios consideran arcaica: representación vitalicia y hereditaria que puede y suele estar en las manos de una sola familia durante siglos.
La monarquía británica, empero, es cosa seria. No se trata en modo alguno de un espectáculo turístico, aunque atraiga a millones de turistas; ni tiene parentesco con una representación teatral, aunque parezca que recurre a una elaborada puesta en escena. La monarquía es real (en el doble sentido que esta palabra tiene en español) en tanto el teatro es el que constituye una parodia. En el caso de Gran Bretaña se trata de un "oficio" político y religioso. De todas las monarquías que aún quedan en Europa, solo los reyes ingleses son coronados y ungidos. La unción tiene un abolengo bíblico: se remonta a los primeros reyes de Israel, Saúl y David, a quienes el profeta Samuel ungió por mandato del Dios único. El óleo derramado sobre sus cabezas era una señal de pacto entre la deidad y sus elegidos al tiempo que los convertía en personas sacras.
Isabel II es heredera de esa mística. Para entender plenamente su oficio hay que enmarcarlo en el contexto de ese pacto que, durante siglos, los reyes europeos asumieron y que en la actualidad solo en el Reino Unido se conserva. Depurada de numerosas aberraciones y obligada a coexistir con una de las democracias más pujantes del mundo, la monarquía británica se ha reducido a una suerte de liderazgo cívico-religioso. En la persona de esta anciana se funden la patria y la fe, con todas las tradiciones que de esa fusión se derivan. Allí donde otros tenemos bandera, escudo, constitución e himno nacional, los británicos tienen a la reina. No quiere decir que ellos no cuenten también con esos símbolos, pero, a diferencia de la mayoría de otros estados, están subordinados a la soberana: en ciertas ceremonias, la bandera nacional, al igual que los estandartes militares, se inclinan hasta tocar el suelo frente a ella y el himno nacional se canta en su honor.
Cuando, luego del breve experimento republicano que incluyó la ejecución de un rey, los ingleses volvieron a la monarquía en 1660, pusieron en práctica una fórmula que habría de durar hasta el presente: el monarca sería la nación encarnada, pero excluido de la cotidiana e ingrata gestión del gobierno. Canalizada quedaba la tendencia natural de los pueblos a seguir a caudillos y aglutinarse en torno a ellos; solo que, en este caso, el caudillo quedaba por encima de banderías y partidos políticos para convertirse en la viva representación de todos. Las funciones del Estado y del Gobierno quedaban escindidas en beneficio de una mejor y más estable convivencia pública.
La reina Isabel se ha destacado en su ya larguísimo reinado por hacer buena esta distinción y asumir su papel, como icono viviente de una de las naciones más antiguas del mundo, con extraordinaria dignidad y mesura. Su pueblo le reconoce esa singular dedicación con los magnos festejos que tienen lugar esta semana para celebrar 70 años de ininterrumpido trabajo. En una época en que el mundo ha visto y padecido tantos regímenes innobles y corruptos, ella ha estado a la altura de lo que su pueblo esperaba y quería: representación de una grandeza hereditaria y humilde empeño de servir.
Elizabeth Alexandra Mary Windsor, más conocida por Elizabeth II ha tenido durante su larga vida lo que por desgracia es desconocido por la mayoría de los políticos actuales: SENTIDO DEL DEBER.
Desafortunadamente, el comentario de Mario Encino es muy cierto.
Esta señora a lo único que se dedica actualmente es a robar oxigeno.
Su edad lo dice.
El heredero, Carlos, es un payasito y su consorte da grima. Su hijo Guillermo parece mejor, pero luce debilucho. O sea, los zapatos de Isabel II van a ser muy difíciles de llenar.
https://www.youtube.com/wat…
Decir que: “La popularidad de Isabel II es tan grande de este lado del Atlántico que hasta podría afirmarse que, en el ámbito afectivo o espiritual, la independencia de las Trece Colonias no ha tenido lugar.” es demasiado. No concuerda con lo que se siente al interactuar con los americanos de hoy en día
La reina ha transitado varios primeros ministros de cualquier tendencia; y también varios escándalos de su familia, nunca de ella en particular y eso ayuda a salvarla como jerarca para la población de GB. Sin duda han sabido ella y su staff adaptar la monarquía a los requerimientos de varias décadas, desde los años de la guerra cuando todavía no era monarca, pasando por los turbulentos 60, la crisis y los muertos en Irlanda, hasta hoy con las nuevas tecnologías. Supo convertir los países del colonialismo británico en la cooperación del Commonwealth. Las estadísticas favorecen su mandato como reina, pero no así a la monarquía como institución con los mismos ratings. Aunque enraizada en la historia y vida de los británicos, la pregunta es ahora si la monarquía prevalecerá cuando la reina fallezca.