Con seis derrotas electorales consecutivas en las elecciones primarias, el año ha comenzado de capa caída para Cambiemos, la coalición liderada por el presidente argentino Mauricio Macri.
El oficialismo ha perdido en los comicios provinciales de La Pampa, Neuquén, San Juan, Río Negro, Chubut y la semana pasada en Entre Ríos.
Estas primarias están destinadas a determinar cuáles son los partidos habilitados a presentarse en las elecciones nacionales y a definir la lista de candidatos que presentará cada partido. Pero también dan un indicio de las relaciones de fuerza entre las distintas formaciones políticas.
Durante las últimas semanas, de hecho, las encuestas apuntan a una derrota de Mauricio Macri en las presidenciales de octubre.
De confirmarse esta dinámica, al oficialismo le quedarían seis meses en el poder. Un hecho impensable hace un año, cuando la reelección de Macri se dada por sentada.
Un 2018 funesto
Las razones de este vuelco se encuentran en un 2018 marcado por una profunda recesión económica (con una contracción de un 3% del PIB), una devaluación vertiginosa de la moneda –el dólar se cotiza actualmente alrededor de los 40 pesos cuando a principios de 2018 no superaba los 19– y una inflación que rondaría el 50%, la más importante de la región después de Venezuela.
Si bien se ha estabilizado la caída del peso, la recesión y la inflación siguen haciendo estragos en la población argentina, lo cual amenaza con pasarle factura al oficialismo en las elecciones de octubre.
El panorama actual siembra dudas respecto al programa económico instaurado por Mauricio Macri desde su llegada al poder en diciembre de 2015.
El presidente argentino se esforzó en revertir la orientación económica de sus predecesores, liberando el tipo de cambio monetario, reduciendo los impuestos a las exportaciones, eliminando las trabas a las importaciones y sellando un largo contencioso con fondos de inversión. Esto último le permitió a Argentina acceder nuevamente a los mercados financieros internacionales.
Cuando la tormenta financiera azotó al país durante la primavera y el verano de 2018, el Gobierno insistió en que la crisis se debía a una coyuntura internacional desfavorable marcada por el alza de los tipos de interés de la Reserva Federal estadounidense, algo que había puesto bajo presión las monedas de las economías emergentes al atraer un enorme flujo de capitales hacia el dólar.
También hizo hincapié en el alto déficit fiscal y los desajustes económicos heredados de la gestión kirchnerista.
Los límites del modelo de Macri
Ahora bien, la desregulación del mercado financiero y unas tasas de interés elevadísimas atrajeron a capitales para hacer negocios con los títulos de deuda argentinos, generando en un primer tiempo importantes ingresos en dólares, pero desviando a los inversores del sector productivo y, por tanto, de la creación de empleos.
Dicha política de endeudamiento, a razón de 35.000 millones de dólares anuales en los dos primeros años de mandato, se debía justamente a la drástica disminución de financiamiento de las arcas del Estado producida por la reducción de los impuestos a las exportaciones.
De ese modo, la argentina se convirtió en la economía emergente más vulnerable ante la subida de los tipos de interés de la Reserva Federal, obligando al Gobierno de Macri a pedir auxilio al Fondo Monetario Internacional (FMI). La entidad internacional accedió a desembolsar un préstamo de 57.000 millones de dólares, la suma más importante jamás concedida por la organización.
El rescate del FMI se acompañó naturalmente de medidas de ajuste: reducción en un 50% de las inversiones previstas en obras públicas, profundización de los recortes de los subsidios al transporte y a los servicios públicos, eliminación de ministerios y de puestos en la función pública.
Además, la alta tasa de interés aplicada por el Banco Central para frenar la estampida de capitales hace que el precio del crédito para las pequeñas y medianas empresas, al igual que para las familias, se haya vuelto incosteable, golpeando la inversión y el consumo.
Por si fuera poco, la decisión del Gobierno de Macri de liberalizar la economía argentina en un contexto internacional de recrudecimiento del proteccionismo se ha traducido en una contracción de un 10% de la actividad industrial.
Las medidas de austeridad, condicionadas por el FMI, y los dispositivos financieros ingeniados por el Gobierno se han saldado pues con un cóctel explosivo: recesión, inflación (este año debería superar el 50%), endeudamiento público (que se ha casi duplicado desde 2015 hasta alcanzar el 97,7% del PIB), desmoronamiento del consumo (del 8% solo el mes pasado) y aumento de la pobreza (que alcanza ya al 32% de los argentinos).
Las elecciones en la mira
En plena crisis financiera el oficialismo adoptó medidas de "corte kirchnerista" para paliar la situación, como el alza de las retenciones a las exportaciones y la instauración de un impuesto a la renta financiera.
Pero fue sobre todo la semana pasada que el Gobierno anunció un paquete de medidas tradicionalmente asociadas a sus predecesores: aumento de las ayudas a las familias más empobrecidas, congelación de las tarifas de luz, agua y electricidad, control de precios de productos alimenticios de base y reducción de impuestos a pequeñas y medianas empresas.
Por lo pronto, el anuncio parece tener efectos indeseados. Por una parte, da alas a la oposición kirchnerista para reivindicar su gestión en el poder. Y, por otra, suscita la desconfianza de los círculos económicos respecto a la capacidad del presidente para mantener su agenda de reformas.
Además, el sesgo electoralista de esta decisión no ha pasado inadvertido. Como señala Florencia Donovan en La Nación, un medio afín al Gobierno, "en materia económica las medidas comienzan a tener altas dosis de improvisación" y se ven como "un paliativo electoral".
Las últimas encuestas dan a la expresidenta, Cristina Fernández de Kirchner, como la ganadora de la primera vuelta de las presidenciales de octubre, seguida de Mauricio Macri y, en un tercer puesto, de Roberto Lavagna, exministro de economía de Néstor Kirchner y hoy miembro de Alternativa Federal, una alianza del peronismo antikirchnerista.
Lavagna se impondría en una segunda vuelta ya sea ante Fernández o ante Macri, pero, por ahora, los números no le dan para llegar al balotaje. Esto significa que habría duelo entre los dos últimos presidentes del país en la segunda vuelta. Hasta hace poco esa era la mejor opción para Macri, convencido de cosechar los frutos de la animadversión que suscita la expresidenta en el electorado que no le es incondicional. Solo que las encuestas vienen señalando repetidamente que la desaprobación de Macri entre los votantes supera ya a la de la antigua mandataria.
Por lo pronto, Cristina Fernández no ha declarado su intención de postularse, dejando abierta la posibilidad de que el kirchnerismo presente a un candidato menos gastado.
Queda por ver si los próximos meses propiciarán una remontada de Maurcio Macri en las intenciones de voto.