En un video publicado el pasado 22 de febrero, Boaventura de Souza Santos alerta sobre "la situación dramática de Venezuela", haciendo un llamado a "la resistencia contra la injerencia extranjera" que, a su juicio, promueve Estados Unidos con la entrada de ayuda humanitaria al país. Habría que preguntarle al académico portugués si las únicas formas de intervencionismo, imperialismo y colonización, son las que vienen del Norte, o para ser justos podríamos también utilizar estos apelativos a lo que han hecho países como Rusia, China, Irán y Cuba con Venezuela, pues además de aprovecharse de sus recursos, han entrado a controlar, como en el caso cubano, el aparato estatal.
La relación entre Cuba y Venezuela ha estado marcada por un tinte ideológico desde sus inicios, cuando se acordó el intercambio de petróleo por servicios profesionales en medicina, deportes y educación. No obstante, más que un intercambio, este acuerdo fue un proyecto político en favor de las élites de los dos países: por un lado, garantizaba la sostenibilidad financiera para la Isla, y por otro, permitía al chavismo emergente aprovechar la experiencia de los cubanos en el control social, con el fin de perpetuar su proyecto e ir más allá de los periodos presidenciales establecidos por la democracia de entonces.
El intercambio, sin embargo, no término allí. La estrategia de "control hacia adentro" se extendió en su forma de "control hacia afuera" a través de Petrocaribe, un acuerdo planteado bajo el esquema de la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) con el que se buscaba "combatir" el Acuerdo de Libre Comercio para las Américas (ALCA) por su carácter "colonialista" e "imperialista". Y aunque el proyecto de cooperación sur-sur parecía conveniente para los países de la región —por facilitar el acceso a hidrocarburos en el marco de esquemas de intercambio al margen de la intermediación y la especulación—, favoreció especialmente a Cuba por la cantidad de barriles de petróleo enviados a la Isla (99,3 millones diarios hasta 2013) y a Venezuela por la estrategia de control geopolítico de organismos como la OEA, que gracias a los votos de países pequeños pudo convertirse en un contrapoder frente a Estados Unidos.
En otras palabras, el eufemismo de la cooperación sur-sur se tradujo en una compra de voluntades a través de la venta preferencial de petróleo, que si bien resultaba conveniente para los países de la región, tenía un claro horizonte y era el proyecto colonial soterrado del régimen cubano: el carisma de Chávez servía para liderar el proyecto contra-hegemónico, con la nomenklatura cubana detrás, recibiendo un suministro seguro de petróleo y extendiendo sus tentáculos por la región a través del proyecto bolivariano. Ya no se trataba de una estrategia defensiva, sino de un proyecto contraofensivo en el que los países de la región apelaban a su pasado común, colonial, y hacían frente al Imperio a través de su autodeterminación.
El proyecto fue exitoso durante un tiempo, pero estaba anclado en una sola variable: el petróleo. Así, al desplomarse los precios en el mercado internacional (pasando de un barril de 100 dólares a uno de menos de 40 dólares), Venezuela no pudo seguir soportando los costos, el apoyo a La Habana comenzó a decaer y la identidad latinoamericana a languidecer.
Lo único que se ha mantenido firme es la relación entre Cuba y Venezuela, por las oscuras motivaciones de sus líderes. Mientras que Cuba ha utilizado a Venezuela como caja fuerte, Venezuela ha aprovechado la experiencia cubana para extinguir cualquier disidencia u oposición. Frente a lo primero es posible afirmar que entre 2017 y 2018 Cuba compró un equivalente de 400 millones de dólares a Rosneft, la empresa petrolera rusa, pero el pago de esta compra no lo efectuó la Isla, sino la empresa de petróleos de Venezuela (PDVSA); frente a lo segundo se ha comprobado que el entorno cercano a Nicolás Maduro está controlado por agentes cubanos, así como también las fuerzas armadas y los colectivos chavistas. Es decir, "la cooperación"ha servido a Cuba para subsidiar su deprimida economía, mientras garantiza la sostenibilidad del modelo evitando un desplome del chavismo en Venezuela. Un acuerdo en el que el país subsidiado está en mejores condiciones que el país subsidiador.
Ya es hora de que Cuba saque sus manos de Venezuela (#HandsOffVenezuela) y que los latinoamericanos entendamos que los gobiernos, por autoproclamarse de izquierda, no dejan de ser corruptos y actuar en contra de la voluntad popular. Esa autodeterminación y ese anticolonialismo también deben servirnos para no empeñarnos en defender un régimen moribundo que está atentando contra su propia población. No puede ser que hoy, movimientos sociales, intelectuales y de activismo polítioco, prefieran ponerse del lado de dictadores (por ser de izquierdas), que del lado de los oprimidos, de los enfermos que mueren a diario, los estudiantes vapuleados, los profesores hambrientos y los indígenas exterminados.