"Pido disculpas si estos números son inaceptables para los países superdemocráticos, pero no había nada que pudiera hacer. Si hubiera interferido, habría sido antidemocrático." Así justificó Nursultán Nazarbáyev su victoria, en 2015, con más de 96% de los votos en las últimas elecciones presidenciales de Kazajistán.
Esta semana ha causado sorpresa la renuncia de Nazarbáyev a la presidencia del país tras tres décadas en el poder. En 1989 se convirtió en el último presidente del Sóviet Supremo de la República Socialista Soviética de Kazajistán y luego, después de la independencia en diciembre de 1991, se perpetuó en el poder como mandatario del nuevo Estado, siendo elegido en cinco ocasiones con resultados dignos del periodo soviético —cuando menos votos cosechó fue en las presidenciales de 1999, donde se quedó con 80% de los sufragios—.
Las claves del reino de Nazarbáyev están en haber sabido conjugar la mano de hierro en la gestión de los asuntos nacionales con una política exterior sumamente hábil.
Mano de hierro
En el plano doméstico, Kazajistán es una dictadura férrea: la prensa está amordazada y la internet controlada, la oposición vive continuamente perseguida y es prácticamente invisible, mientras la sociedad civil apenas posee canales para esgrimir sus reclamos.
De hecho, el régimen no duda en hacer uso indiscriminado de la violencia para aplacar los asomos de contestación, como sucedió en diciembre de 2011 cuando la represión de la huelga de unos trabajadores de una planta petrolera en Zhanaozen se saldó con al menos 16 muertos.
Un orden que se sustenta con una pequeña oligarquía depredadora y corrupta a las órdenes de los designios faraónicos del presidente. Así, Astaná, la capital desde 1998, fue construida prácticamente a partir de la nada con la colaboración de prestigiosos arquitectos como Kisho Kirokawa y Norman Foster.
El derroche de lujo de sus edificios y monumentos le ha valido ser llamada la "Dubái del Norte" —en medio de la estepa y con temperaturas que rondan los menos 30 grados en invierno, algún que otro centro comercial alberga incluso playas artificiales con arena importada de las Islas Maldivas—.
Una excentricidad costeada con las riquezas inagotables de la república de Asia Central. Con un territorio cinco veces mayor que Francia y una población de apenas 16 millones de habitantes, Kazajistán tiene uno de los subsuelos más ricos del mundo en hidrocarburos y minerales. El país cuenta con ingentes reservas de petróleo, gas, uranio, volframio, oro, plata, hierro, manganeso, etc., que atraen las inversiones de las principales compañías petroleras y mineras a nivel global.
Se estima que Nazarbáyev dispone en el extranjero de una fortuna que supera los 1.000 millones de dólares, sin contar los bienes y empresas que posee su familia en el país, cuando el salario promedio ronda los 400 euros al mes. Algo que da cuenta del engranaje de expoliación y desigualdades abismales que caracteriza al régimen kazajo.
Un comodín del tablero internacional
Sin embargo, la comunidad internacional cierra deliberadamente los ojos ante esta situación. Prueba de ello es que Kazajastán ejerció en 2010 la presidencia de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE). Una estructura que, entre otros aspectos, supuestamente promueve el Estado de derecho y el respeto de los derechos humanos.
Pero como bien declarara un diplomático europeo en aquel entonces Nazarbáyev era "nuestro dictador más querido".
Esto se explica por la sagaz política exterior kazaja que intenta conciliar los intereses de las grandes potencias en Asia Central. Ante todo, la antigua república soviética ha mantenido estrechos vínculos con Rusia, el poderoso vecino con quien comparte casi 7.000 kilómetros de frontera. En ese sentido, Kazajistán es parte de la Unión Eurasiática, un proyecto de integración económica en el que también participan Rusia, Bielorrusia y Armenia y donde Moscú es el peso pesado.
A la vez Kazajistán ha fortalecido los nexos con China, convirtiéndose en un importante proveedor de hidrocarburos para el gigante asiático y ocupando un lugar clave en la nueva Ruta de la Seda diseñada por Pekín para asentar su poderío económico.
Europa también ve con buenos ojos las reservas de hidrocarburos de la nación asiática, ya que estas pueden constituir una alternativa al suministro de gas ruso, por ejemplo, y atenuar las presiones que Moscú puede ejercer en los momentos de crisis con los países europeos.
De igual modo, Astaná logró instaurar con Washington una relación privilegiada en temas de seguridad, sirviendo como base de apoyo logístico en la guerra de Afganistán y en la lucha contra el terrorismo en la región.
Esta política "multivectorial" le ha permitido al régimen kazajo mantener la anuencia de las grandes potencias, librándose de todo tipo de presión internacional en cuanto a sus asuntos internos.
Por tanto, Nazarbáyev ha ido tallando las instituciones y el país a su medida. Al día siguiente de su renuncia, la capital fue rebautizada Nursultán en su honor. El detalle, más allá del folklore propio del culto de la personalidad, apunta al poder que seguirá ostentando el hombre fuerte de la república asiática.
Lejos de retirarse, el ahora expresidente, quien conserva el título vitalicio (y su correspondiente inmunidad) de "líder de la nación", ostentará la presidencia del influyente Consejo de Seguridad que controla, por ejemplo, la implementación de las leyes relativas a la seguridad nacional y a la defensa.
Pero, sobre todo, su hija Darigha Nazarbáyeva, de 55 años, pasa a ser la presidenta del Senado. Desde un punto de vista institucional, es el puesto más importante después de la presidencia de la nación. Sería ella quien, si las circunstancias lo exigiesen, sustituiría al presidente interino Kasim-Jomart Tokáyev.
Visto así, el motivo de la renuncia Nazarbáyev podría ser garantizar un traslado de poder paulatino a su hija, evitándole el desgaste que supone lidiar directamente con el descontento que se ha hecho visible en las últimas semanas en las principales ciudades del país, debido a la delicada situación económica que atraviesa el país como consecuencia de la caída en los mercados internacionales del precio de los hidrocarburos.
Una ola de contestación que marcó el mes de febrero y que condujo a Nazarbáyev a prescindir de su equipo de Gobierno, declarando que no habían conseguido las reformas económicas necesarias.
Desde el anuncio del relevo en la presidencia también ha habido varias manifestaciones en la capital y en otras ciudades del país. Pero, dado su volumen relativamente modesto, es poco probable que constituyan una amenaza para el régimen.
Por lo tanto, los días del clan Nazarbáyev no parecen contados.